Las recientes noticias que muestran el intento del narcotráfico de penetrar la Asamblea Legislativa y otras ramas del gobierno deberían motivar una reflexión sobre la forma como elegimos a nuestros representantes políticos, especialmente a los diputados.
La raíz del problema es que algunos han normalizado la corrupción. Es el deber de los legisladores responsables allanar el camino tortuoso de la consecución de los permisos de ley y todos los trámites administrativos a empresarios bondadosos, cuyo único fin en la vida es trabajar por el beneficio de las comunidades rurales en todo tipo de proyectos, sea una vivienda, un camino, un acueducto.
Por esto, se justifica interceder ante las instituciones del Estado para que simplifiquen los trámites a los ciudadanos que buscan el bien común. Para los amigos justicia y gracia, para los demás, la ley.
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Deberíamos exigir que los diputados tengan los atestados académicos mínimos y una trayectoria de servicio público honesta para postularse por el puesto a la Asamblea Legislativa. Sin embargo, el proceso de elección en los diferentes partidos depende de la adopción de padrinos o madrinas, prebendas y otras muchas etapas que aseguran que el círculo vicioso de corrupción no solo se mantenga, sino que se fortalezca.
A la Asamblea llega gente de la más variada condición, pero escasean los que han tenido una formación académica adecuada y una trayectoria de servicio honesta. Qué podríamos esperar de alcaldes permisivos y sin preparación para quienes salir de la alcaldía a la Asamblea es el escalón lógico para sacar una mayor tajada del erario a cambio de un favor, una ayudita. Las mismas comunidades son las que los eligen durante años sin entender que son la raíz de nuestro subdesarrollo.
Que no nos sorprenda entonces que ciertos diputados nieguen el apoyo económico para proteger al Teatro Nacional, producto del genio de Juanito Mora, héroe de la Campaña Nacional, y que ahora queda bajo protección divina. O bien, que decidan aprobar la pesca de arrastre, una de las técnicas extractivas más depredadoras y catastróficas que ha diseñado la ambición humana, así como justificar la captura de la fauna de acompañamiento para utilizarla como comida para mascotas.
Es entonces cuando nos enfrentamos al enigma de la tortuga sobre el poste y nos preguntamos cómo llegó allí. No debería estar sobre el poste. Alguien la puso allí. Tal vez lo más razonable sea bajarla.
Hay que romper el círculo vicioso, y para hacerlo hay que ir más allá de exigir que la elección de los diputados sea directa y que haya un proceso de examen de atestados para que al Congreso lleguen los mejores.
Es necesario inculcar valores fundamentales en el hogar y la escuela, como la honestidad y el trabajo: no copiar, no hacer trampa, no usar el forro en el examen, no mentir, asumir nuestra responsabilidad.
¿Será mucho pedir que un día de estos tengamos una Asamblea Legislativa y una clase política honestas y trabajadoras, y no la tortuga sobre el poste?
El autor es catedrático de la Universidad de Costa Rica.