El modelo educativo nos recuerda continuamente que únicamente los saberes sin beneficios son inútiles
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Por Alejandro Badilla Coto
El modelo educativo nos recuerda continuamente que únicamente los saberes sin beneficios son inútiles. Basta con echar un vistazo a la oferta de tantas instituciones que prometen carreras cada vez más cortas, el estudio de lo esencial que permitirá conseguir trabajo rápidamente, carreras que paguen la inversión, carreras que no sean inútiles.
La formación intelectual podría coincidir con la descripción que hacía el escritor rumano Emil Cioran “obsesión insípida por ser útiles”. En ese contexto, quien se dedique a lo útil es aplaudido: por ser médico o ingeniero, pero se mira con desdén a quien se dedique al arte, al diseño o la filosofía; y con todo esto, nos vamos convirtiendo en una sociedad muy productiva, pero de poca profundidad; una sociedad que ya no sabe conmoverse ante las manifestaciones artísticas y cuyas preguntas más relevantes sobre sí mismos no pueden ser explicadas por el método científico.
Dostoyevski escribió en “El idiota” una pista para recuperar la utilidad de lo inútil: “la belleza salvará al mundo. Es necesaria una reivindicación del humanismo, la lectura de los clásicos, que empieza por recuperar el valor del trabajo intelectual, de manera que leer un libro (ocupación activa) venza a Netflix (ocupación pasiva), que la cabeza esté más despierta para cultivarse y menos adormilada para digerir lo que la pantalla ofrezca.
Se cuenta que mientras preparaban la cicuta que daría muerte a Sócrates, este estaba afanado en practicar una melodía en la flauta y, al ser cuestionado sobre para qué le servía si estaba a las puertas de la muerte, el filósofo respondió: “Para saber esta melodía antes de morir”.
Cuando le preguntaron a Gautier para qué servía una rima, respondió: “Sirve para ser bello. ¿No es suficiente? Como las flores, como los perfumes, como los pájaros, como todo aquello que el hombre no ha podido desviar y depravar a su servicio; en general, tan pronto como una cosa se vuelve útil deja de ser bella”.
Con razón confesaba Ovidio que nada es más útil que las artes inútiles, porque hablan de la interioridad de la persona, porque manifiestan la inaprehensibilidad del espíritu y la vocación de trascendencia. Porque la admiración ante la belleza y la labor intelectual manifiestan el rasgo distintivo del ser persona humana.
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