Creo que hay que celebrar la intervención de Fernando Zamora sobre el ideario socialdemócrata en el siglo XXI (La Nación, Foro, 10/10/2010); especialmente en un contexto en que el exceso de información que soportamos diariamente nos hace perder la noción de sentido y la formación de criterio; lo cual induce, por ej., a entender la idea de pragmatismo como antónimo de ideario, filosofía o ideología política.
Su contribución a favor del fortalecimiento de los partidos con ideario y programa es sobre todo una defensa de la esencia de la democracia, es decir, de la posibilidad de elección efectiva de la ciudadanía entre varias opciones de gobierno. La consolidación de la democracia en América latina –y el resto del mundo– solo llegará cuando la gente supere la percepción de que todas las fuerzas políticas son iguales.
Ahora bien, si es saludable colocar en primer plano el tema del ideario político, cuando se quiere examinar uno concreto y determinado, es necesario hacerlo con algo más de rigor que como lo hace don Fernando a propósito de la socialdemocracia. Y ello tanto respecto de su noción general, como de sus métodos de actuación y su programa actual.
Confusiones. Cuando Zamora busca responder cuáles son hoy las convicciones fundamentales de la socialdemocracia se pierde en referencias sobre el desarrollo económico y el papel del Estado. Se le escapa la esencia. La noción general de la socialdemocracia no ha variado desde su origen. Como su nombre indica, refiere a la consecución de la justicia social mediante la democracia. Ello fue formulado históricamente con diferentes énfasis (eliminación de la explotación del hombre por el hombre, emancipación humana, etc.), pero su fundamento esencial no ha variado: democracia social y política.
Otra confusión, no menos grave, es la referida a la relación de la socialdemocracia con el conflicto social. Dice don Fernando que desde siempre, un atributo de la socialdemocracia es “su aversión a la lucha de clases como estrategia”, así como que “desde sus orígenes, la socialdemocracia fue alternativa frente a las tesis marxistas en boga”. Tales afirmaciones dejan con la boca abierta a cualquier historiador de las ideas políticas. No hace falta ser George Sabine o E. P. Thompson, para saber que, por el contrario, el marxismo nació en el contexto de la socialdemocracia y fue parte de este en sus distintas versiones más o menos ortodoxas.
Y respecto de la lucha de clases, estamos frente a formulaciones históricas sobre el papel del conflicto en el cambio social. A grandes trazos, puede afirmarse que la socialdemocracia del siglo XIX, dadas las condiciones sociales, creyó bastante en la lucha de clases como motor del cambio, mientras que durante el siglo XX fue apreciando que dicho cambio procedía tanto del conflicto como de la colaboración (algo que nuestros clásicos actuales, como Amartya Sen, parecen haber redescubierto).
Con frecuencia, el error consiste en asociar, en términos de estrategia, lucha de clases con violencia y dictadura política. Precisamente en eso consistió el parte aguas entre el tronco socialdemócrata y su ala comunista: el primero nunca aceptó la separación entre justicia social y democracia (como sí se hizo en la URSS, China, Cuba, etc.).
¿Capital o trabajo? La socialdemocracia actual mantiene la idea de que el capital y el trabajo son los principales factores de producción, pero hoy entiende mejor que ambos son necesarios. La cuestión de fondo consiste en saber quién predomina sobre el otro.
La socialdemocracia considera que deben ser las grandes mayorías que dependen de su trabajo, quienes mediante la democracia política, subordinen los intereses del capital a la consecución del bien común. Algo que ya sabemos sobradamente no es capaz de conseguir espontáneamente el mercado. Por ello el Estado democrático debe ser quien marque los parámetros.
En otras palabras, no es que el conflicto social haya desaparecido (como no lo ha hecho la historia), sino que puede y debe dirimirse por vías pacíficas, mediante un procesamiento democrático, sobre la base de una tensión productiva entre conflicto y colaboración.
Crecimiento y justicia social. En el ejemplo nacional que pone Zamora, ello significa que la socialdemocracia no tiene en absoluto que elegir a favor del solidarismo frente al sindicalismo, como él argumenta, sino que más bien tiene que preocuparse de que toda organización de trabajadores cumpla el papel de defender sus intereses, de forma pacífica, transparente y democrática.
Y en el plano internacional, la socialdemocracia actual apuesta por el libre comercio, pero usando el Estado nacional para controlar sus oscilaciones negativas y lograr que el crecimiento interno que produzca constituya un beneficio para toda la sociedad. En suma, manteniendo siempre los principios, pero en las condiciones de nuestro tiempo.