En psicología, la palabra ego se entiende como “el principio de identificación del ser humano, o sea, el yo, la primera persona”. Resulta ser un término de difícil conceptualización, dadas las diferentes acepciones existentes; no obstante, en el fondo, lo entendemos y lo relacionamos con vocablos como ser, alma y conciencia.
En ese sentido, los seres humanos tenemos nuestro ego, pero lo mantenemos en dos vertientes diferentes. Están, primero, quienes poseen un ego inflado y se empeñan en el éxito material. Entre estos, figuran políticos como Vladimir Putin, Donald Trump y Jair Bolsonaro.
Se puede decir que son quienes alcanzan el poder mediante artimañas y se creen con derecho a infringir las leyes en beneficio propio. No pocos han amasado grandes fortunas sin importarles el deterioro ambiental causado por la sobreexplotación de los recursos naturales y la emanación de gases de efecto invernadero.
Lo mismo les puede pasar a artistas, obispos, curas, pastores, millonarios, especialistas y, en varias ocasiones, a nosotros mismos, cuando el desequilibrio del ego se convierte en nuestro demonio interno.
En el segundo grupo, están quienes aspiran a crecer espiritualmente en beneficio de los demás, de la ecología y de la madre naturaleza; son personas convertidas en ejemplo de vida, dueñas de un ego sano y bien dirigido, alta autoestima, sin caer en abusos, impulsores de sus ideales y sin presunción de ser dioses infalibles, todo lo cual los eleva espiritualmente y los hace ser sencillos y humildes.
Las causas del deterioro ambiental son, sin duda, los daños a los ecosistemas, producidos por la ambición galopante de los seres humanos.
Desde la Revolución Industrial, el hombre vive en una constante pugna con la naturaleza, sin percatarse, o sin querer hacerlo, de que ella constituye su hábitat. Por tanto, explota de forma desmedida los recursos naturales hasta el punto de desaparecer a ciertas especies de la faz de la Tierra y nos está llevando a sufrir la sexta extinción de la biodiversidad.
Las principales causas del agotamiento de los recursos naturales son la escasez de agua dulce por el uso de esta para riego de forma desmedida; deforestación a consecuencia de la tala y quema de bosques y selvas; sedimentación debido a la erosión; desertificación inducida por el pastoreo intenso y los monocultivos, como la piña o el banano; la minería y la extracción de hidrocarburos; y la cacería y la sobreexplotación de los mares.
La madurez y la sabiduría, como la han practicado nuestras culturas indígenas, podrían revertir nuestro diabólico ego y transformarlo en un ángel interno que remueva la vanidad humana y coadyuve a preservar nuestro planeta para las generaciones actuales y futuras. Esto se logrará desarrollando una inteligencia espiritual superior, basada en hechos y no en palabras.
El autor es salubrista público.