Representa un honor la elección de nuestro país como presidente del Grupo de los 77 (G-77), formado por 134 naciones en vías de desarrollo. El respaldo previo del Grupo Latinoamericano y del Caribe (GRULAC) fortaleció nuestra candidatura y ayudó a coronar un meritorio trabajo de la Cancillería costarricense.
Esta es una de las más altas posiciones ocupadas por Costa Rica en el ámbito internacional en estos años. Recordamos la presencia de nuestro país en el Consejo de Seguridad, el protagonismo desarrollado por la Cancillería costarricense en procura de la paz en Centroamérica, que remató con el otorgamiento del premio Nobel de la Paz al presidente Arias y la participación en el gobierno de Rafael A. Calderón en el Consejo de la Tierra. Posteriormente, el esfuerzo en pos de la Secretaría de la OEA resultó vano. Pareciera que, a diferencia de otras naciones, empeñadas en puestos de relieve, Costa Rica, pese a sus credenciales, se ha mantenido reservada.
Estas posiciones no brindan réditos materiales, pero sí ofrecen un espacio anchuroso para impulsar iniciativas de alcance internacional que, en el contexto actual, se tornan dramáticas. El esfuerzo imaginativo y de diálogo ha de ser, por ello, mayor, si es que nuestro Gobierno está dispuesto a realizar una tarea provechosa y a trascender el marco del honor conferido en el que muchos países suelen asentarse, una vez logrado el triunfo de la elección.
Desde esta perspectiva, el reto es enorme. La agenda económica actual y de cooperación sur-sur o norte-sur es muy complicada, con intereses muy dispersos y con reductos internacionales estratégicos que atraen la atención preferente de las potencias industriales. Los países en vías de desarrollo de América Latina, Africa y Asia, cuya fuerza teórica reside en el número, no conforman un todo organizado. Siguen siendo los convidados de piedra en la mesa de los grandes. ¿Cómo lograr estructurar un cierto poder unísono capaz de conquistar algunos objetivos? La tarea es ímproba, aunque el canciller Fernando Naranjo enunció ya tres objetivos, algunos en el seno de Naciones Unidas.
Debe, sin embargo, tomarse en cuenta que la ONU sufre, en el cincuentenario de su fundación, una profunda crisis de identidad y de financiamiento. Los cuestionamientos sobre su labor son permanentes, su déficit es incalculable y, por añadidura, Estados Unidos, su más poderosa palanca económica, acaba de recortar en $24 mil millones su presupuesto destinado al campo internacional. Desde este punto de vista, la presidencia del G-77 está erizada de dificultades. Pero, el esfuerzo vale la pena.
Surgen desafíos de otro orden. Costa Rica debe seguir honrando sus principios y tradiciones entre un conjunto de países muy disímiles (China y las naciones fundamentalistas entre otras) y construir más allá de la cooperación sur-sur, habida cuenta de la pobreza y poco valimiento de muchos de los miembros del G-77, según lo manifestó Luis Guillermo Solís, embajador de Costa Rica para Centroamérica. Pero, precisamente aquí reside la grandeza del compromiso. Esperamos, por ello, que dos naciones latinoamericanas, Colombia, al frente de los países no alineados y Costa Rica, en su nueva posición, dejen una huella de bien y de lucha en el concierto mundial. Felicitaciones y que así sea.