La indiferencia de las potencias occidentales ante el desenfreno serbio en Bosnia-Herzegovina alentó, desde el inicio del conflicto cuatro años atrás, una creciente ola de barbarie que desembocó, la semana pasada, en una afrenta intolerable a la comunidad internacional: la captura de cuatrocientos "cascos azules" de la ONU para ser usados como escudos humanos durante eventuales bombardeos.
Era de prever que los serbios llegarían a tomar rehenes del contingente multinacional. Durante largos meses cometieron toda suerte de atropellos en su contra sin que la ONU ni los gobiernos del Grupo de Contacto (Alemania, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia), encargados de coordinar la acción internacional en Bosnia, tomaran medidas efectivas para poner coto a tales excesos. En realidad, la decisión misma de desplegar la llamada Fuerza de Protección de la ONU (FUPRONU) fue un expediente que no respondió a un plan integral ni a un proyecto estratégico. Lejos de ello, en forma impremeditada, se dispuso enviar una misión reducida y carente de recursos adecuados para resguardar algunos enclaves musulmanes. De esta manera, y con el antecedente del sinnúmero de ultimátums de la ONU y la OTAN que nunca materializaron, los "cascos azules" devinieron en un blanco fácil e incapaz de frenar los desmanes de los serbios.
En el fondo, el lamentable desempeño de la comunidad internacional en la guerra de los Balcanes es causado por la bajísima prioridad que han atribuido las grandes potencias a resolver este conflicto. La velocidad con que aumentó el saldo trágico, en muertos y refugiados, exigía una intervención urgente largo tiempo atrás. Por desgracia, salvar vidas humanas y defender la integridad de pueblos condenados al genocidio nunca ha sido una tarea apetecida, en especial si no median intereses económicos.
A la luz de ese trasfondo, exacerbado por las agendas dispares que plagan al Grupo de Contacto, no es dable esperar una solución a la presente crisis que contribuya a una paz duradera. Si los gobiernos involucrados acceden a las demandas de los serbios, su ímpetu agresivo escalará. Y de inclinarse por robustecer el contingente de la ONU, los números que se mencionan en los planes divulgados no parecen suficientes para cumplir una campaña efectiva. En este sentido, el presidente norteamericano, Bill Clinton, prometió hace algunos meses despachar 25.000 soldados en apoyo de la FUPRONU, operación cuyo costo inicial ronda $1.500 millones. Dado el clima adverso a las misiones de pacificación de la ONU imperante en el Capitolio, inspirado precisamente por el triste historial bosnio, es muy probable que la mayoría republicana objetaría la respectiva asignación de fondos. Por ahora, solo Gran Bretaña ha enviado refuerzos considerables.
Desde luego, solo una advertencia creíble de la OTAN podría salvar a los "cascos azules" detenidos sin provocar una nueva ola expansiva de los serbios. Y, desde luego, mirando hacia el futuro, correspondería levantar el embargo de armas que impide defenderse al gobierno bosnio de mayoría musulmana. A juicio de especialistas del Pentágono, eso, y el respaldo aéreo de la Alianza Atlántica, sin duda cambiarían el curso de una guerra alentada por las indecisiones occidentales tan ventajosas para los agresores. Ojalá esta vez prevalezca una visión más responsable y realista en el campo occidental y la espiral de barbarie llegue pronto a su fin.