Walter White, un profesor de química metido a productor de drogas sintéticas en la serie de televisión Breaking Bad, se transformó en Walter Blanco, catedrático de la Escuela de Química de la Universidad de Costa Rica. No produce psicotrópicos, pero su salario de ¢7.546.700,08 mensuales causa una indignación parecida en las redes sociales. Los rostros de Blanco y White son idénticos, al punto de no existir diferencia entre ellos y el actor Bryan Lee Cranston.
Ningún catedrático pensionado de la Escuela de Química de la UCR se llama Walter Blanco, y tampoco White. Ni Cranston ni sus gemelos han sido vistos en el campus. Sus imágenes y las indignantes “informaciones” sobre el salario de lujo solo circulan por Facebook y Twitter.
Adriana González, hija de un exministro de la administración Arias Sánchez (2006-2010), heredó de su papá una pensión de ¢6,2 millones. Además, labora en la Escuela de Medicina de la UCR, cerca de las aulas donde dicta cátedra el profesor Blanco. La juventud de la doctora es obvia para quien contemple la fotografía. ¡Es para poner a hervir la sangre de cualquiera con sentido de la justicia!
A juzgar por la foto, González tiene todo lo necesario para emprender una carrera en la industria del cine pornográfico. Es idéntica a la exactriz de cine para adultos Mia Khalifa. Entre ellas, el parecido es tanto como entre Blanco, White y Cranston. La actriz de cine para adultos visitó hace poco el país. Es oriunda de Beirut y radica en EE. UU. Pese a sus millones de seguidores en las redes sociales, solo la reconoce un público selecto, a diferencia de Cranston, cuyo trabajo es objeto de mayor difusión.
No obstante, Cranston, White, Blanco, Khalifa y González causan revuelo en las redes sociales costarricenses. “Increíble cómo estos pillos van quebrando el país poco a poco…” y “cómo hay desigualdad en este país, necesitamos un cambio” están entre las frases citables nacidas de la indignación ciudadana. Las acompañan caritas enfurecidas, soltando humo por las orejas y mostrando la dentadura con ferocidad.
Cuando este diario expuso la mentira, no hubo expresiones similares de enojo, quizá por la vergüenza de aceptar ser víctima de una burda tomadura de pelo. La furia desatada en las redes sociales demuestra la credulidad de miles de personas y su resistencia a seguir las normas básicas de la interacción digital.
El fuerte tono emotivo de los mensajes siempre es razón para desconfiar. Los falsificadores de la internet saben que nada mueve tanto como la indignación y el odio. Cuando aparecen, es indispensable verificar la fuente e intentar confirmar los datos. Cuando menos, indagar si la misma información fue publicada por sitios con credibilidad.
Una simple búsqueda de Walter Blanco en Google habría avivado las sospechas. Aparece, por ejemplo, una información del diario español El País titulada De Walter White a Walter Blanco. El primer párrafo dice: “El Walter White que descendió a los infiernos con Breaking Bad ahora se llama Walter Blanco, habla español y ha cambiado el paisaje árido de Alburquerque por las montañas que rodean el bullicio urbano de Bogotá. El resto sigue igual en Metástasis, la serie que comenzó la semana pasada en los canales Univisión, Unimás y Galavisión y que no es otra cosa que la versión ‘latinizada’ de este ya clásico de la televisión”.
Si la vergüenza impide denunciar el engaño con igual o mayor indignación, es inevitable pensar que muchos “seguidores” de los indignados se mantienen sumidos en el error. El mensaje les llegó calzado con una firma para ellos confiable, y el autor no rectifica o no se da cuenta de la necesidad de hacerlo. Los seguidores difunden la mentira entre quienes depositan su confianza en ellos y así se va distorsionando el debate político. En un momento dado, Blanco y González son parte de la “realidad”, y los engañados podrían actuar en consecuencia con sus convicciones infundadas. Ocurre con frecuencia y no debe sorprendernos. Por eso, urge fortalecer la alfabetización digital.
Claro está, en el país se dan abusos como los atribuidos a los dos personajes ficticios. La Nación los denuncia desde hace décadas, y esa labor tesonera ha contribuido a las correcciones aplicadas en los últimos años. No se ha hecho justicia porque los privilegios odiosos nunca debieron haber existido y no hay forma de recuperar lo pagado. Aún más, la irretroactividad de la ley, los convenios internacionales y las situaciones jurídicas consolidadas permiten la subsistencia de excesos, aunque en menor número.
En mayo del 2021, por ejemplo, La Nación informó de un fallo de la Sala IV que restituyó pensiones de ¢7,9 millones a las hijas de dos exdiputados. (”Hija de exdiputada recuperará pensión de ¢7,9 millones que recibió desde los 42 años”). En febrero del 2021, publicamos la existencia de 143 sueldos superiores a ¢5 millones en las universidades, con varios cercanos a ¢10 millones (”Conozca los salarios reportados por las universidades públicas”). Los ejemplos abundan en nuestras páginas, pero hay una enorme distancia entre la movilización propagandística de conciencias mediante la mentira y la discusión de políticas públicas a partir de la verdad y la justa dimensión de los problemas.