La única pandemia que tenemos es entre los no vacunados, dijo el presidente Joe Biden para enfatizar la urgencia de acudir a los centros de vacunación. Las cifras respaldan el llamado. En las últimas semanas, el 97 % de las hospitalizaciones por covid-19 en los Estados Unidos son de personas no vacunadas. A esa categoría pertenecen, también, el 99 % de las muertes.
Las vacunas son un milagro al cual un porcentaje de la población estadounidense decidió dar la espalda por temores infundados, teorías de la conspiración y hasta convicciones políticas. En ese país, donde son abundantes, toda persona mayor de 12 años puede ser inoculada y, según avanzan los esfuerzos, disminuye la resistencia. A inicios del año, un 23 % de los adultos decían estar decididos a rechazar la vacuna, pero a estas alturas la cuarta parte de ellos cambió de opinión.
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Era de esperar, porque alrededor de los escépticos hay legiones de vacunados a quienes nada les pasó, salvo ligeras reacciones adversas en una minoría de los casos. Por otra parte, todos somos testigos de los estragos todavía causados por el coronavirus entre los no vacunados. Es la pandemia subsistente, en palabras de Biden. Por eso, muchos se han dado a la tarea de persuadir a familiares y amigos a aceptar la vacunación.
Hasta ahora, en países como el nuestro, la principal barrera para el avance de la campaña de inoculación no es el temor ni la desinformación, sino la escasez de vacunas. No obstante, estamos cerca de chocar contra esos otros obstáculos, según parecen indicar los acontecimientos de los últimos días.
Costa Rica tiene una firme cultura de vacunación, gracias a la cual se ha librado de terribles flagelos como el sarampión, cuyos brotes más recientes fueron importados de Estados Unidos y Francia. Sin embargo, las autoridades de Salud han venido bajando los requisitos para la vacunación contra la covid-19 por inasistencia de personas elegibles.
La última convocatoria es para mayores de 30 años, no importa si sufren factores de riesgo. El lunes, y solo por ese día, Vigilancia Epidemiológica autorizó al Hospital San Juan de Dios a vacunar a mayores de 12 años. La ampliación de la convocatoria se debe a menor afluencia de personas de entre 40 y 57 años, aunque buena parte de ese grupo etario no ha sido inoculado.
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La prioridad, por supuesto, es no desperdiciar una sola dosis, pero uno de los méritos nacionales fue la vacunación ordenada, según edad y factores de riesgo, para reducir la mortalidad y preservar la capacidad hospitalaria. La inasistencia de personas a quienes les llegó el turno subvirtió ese orden. Hoy, las autoridades de Salud se ven obligadas a vacunar a individuos con menor riesgo de hospitalización y muerte.
El problema se perfilará con mayor claridad según avance la campaña de vacunación y se hagan más obvios los sectores resistentes. En manos de esos grupos está la posibilidad de conseguir la inmunidad de rebaño. Con su actitud, no solo arriesgan sus vidas, sino también la salud pública.
Un factor determinante en los «conversos» de los Estados Unidos es el acceso de los vacunados a actividades vedadas para quienes se resisten. La vacuna apenas comienza a aparecer como requisito para viajar, asistir a universidades e ingresar a ciertos locales, pero, a medida que las autorizaciones de emergencia otorgadas a las casas farmacéuticas se transformen en aceptación definitiva de sus productos, la exigencia será más común. Es hora de iniciar el debate en nuestro país mientras alcanzamos el porcentaje de la población que daría sentido a medidas de ese tipo. Por ahora, también es indispensable intensificar las campañas de información y persuasión.