¿Quién no le escribió, alguna vez, una carta al Niño o quiso escribirla? En mi barrio, antes de alfabetizarnos, nos olíamos que aquello era puro cuento. Recuerdo que un ventoso día de diciembre me pareció extraño que, si para entonces ya el Niño debía de haber hecho sus compras, hubiese tantas tiendas de juguetes abiertas poco antes de Nochebuena. Conté las que había en Alajuela y el número me hizo olvidar la carta y darme por satisfecho con un carrito de madera y un pito plástico que me durarían dos días.
Eso sí, con el tiempo me acostumbré a leer las cartas al Niño que, sin respuestas ni resultados, escribían otros. Sobre todo algunas de carácter colectivo, como las que pedían la paz mundial, el reino de la justicia, el perfeccionamiento de la democracia y, por qué no mencionarlo, un campeonato para el Club Sport Cartaginés. La claridad de los números y los hechos me movía a pensar que el Niño las trituraba a medida que se las entregaba el cartero.
Pero los datos proporcionados por respetables fuentes nos obligan a creer que el destinatario hizo un bodoque con esa especie de carta al Niño a la inversa del año 2015, conocida como Acuerdo de París sobre el Cambio Climático. Pronto festejaremos el cuarto aniversario de aquel histórico intercambio de abrazos y congratulaciones entre los miles de líderes mundiales que decían haber participado en la redacción de la carta más llena de metas y de promesas que se había escrito hasta entonces. Ahora caemos en la cuenta, siempre haciendo números, de dónde está la trampa: desde el principio, las solemnes promesas eran insuficientes para satisfacer las metas. Y, encima de ello, ya es evidente que las intenciones políticas de cumplirlas venían más vacías que un cartucho de palomitas de maíz.
Para muestra, basta con unas manchas de tinta: The Production Gap Report, del Instituto del Ambiente de Estocolmo, nos revela que a juzgar por los planes de un grupo de países encabezado por Australia, Canadá, EE. UU. y Rusia, de aumentar la producción de combustibles fósiles, ya en el año 2030 se estará emitiendo una cantidad de gases de efecto invernadero (principalmente CO2) que ascenderá a más del doble de la que debería estarse produciendo para cumplir con la meta global establecida en la carta al Niño enviada en diciembre del 2015.
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El autor es químico.