Juan Antonio Sánchez, licenciado en comunicaciones por la Universidad Complutense y presidente de la Radiotelevisión Española (RTVE), fue invitado hace unos días a hablar en la Casa de América de Madrid sobre la importancia de los programas de la RTVE para los hispanoamericanos y dio una conferencia cuyos desbarres políticos y muestras de abismal ignorancia histórica causaron estupor e hilaridad. Según su visión de la historia, las comunidades autóctonas de la América conquistada por España fueron bendecidas durante más de tres siglos con una beatífica visita de huestes de ángeles ibéricos incapaces de tocarles un pelo.
Mientras escuchaba una grabación de la insólita perorata, un travieso gusanillo reptaba en mi memoria asegurándome que, en alguna parte, un gran poeta europeo había escrito lo que don Pepe Sánchez debió haber expresado si la Complutense lo hubiera cultivado siquiera un poquito. Algo complicado de la buena literatura es que nos atiborra de recuerdos inolvidables y, a la vez, difíciles de recomponer. “¿Dónde demonios leí eso?”, me pregunté durante largas horas hasta que, por fin, ahí lo tuve: eso lo escribió un finísimo poeta ilirio contemporáneo, Ismaíl Kadaré, en su libro Esquilo, el gran perdedor, un texto de hermosas reflexiones sobre el padre de la tragedia griega.
Resumo a Kadaré: ¿Y quiénes eran realmente los griegos? ¿Qué tenían en especial frente a los demás? Poseían la filosofía, gusto por la belleza, sentido de la proporción, un código moral, la noción de democracia, la mitología, los templos, la dimensión del infierno, la fatalidad, y se complacían con gran cantidad de otras cosas de las que se sentían orgullosos. Pero, si bien parece que nada más necesitaban, un día se enriquecieron con un nuevo tesoro. En plena madurez, al pueblo griego lo asaltó bruscamente el remordimiento por una terrible violencia cometida en su juventud: ocho siglos antes, había hundido en la profundidad del sueño a otro pueblo, el troyano. Por ello, los artistas griegos se impusieron la misión de limpiar de la conciencia de su pueblo aquel crimen y, si hoy prescindiésemos de Troya, de la literatura griega casi nada quedaría.
Sí, debemos aceptarlo, la grandeza de los griegos es irrepetible. El Esquilo de Kadaré fue publicado en Madrid en el 2006 y, aparte de que “lo que natura non da, Complutense non presta”, podemos jurar que el señor Sánchez nunca llegará a leerlo.