Llegó finalmente lo que en la mitología escandinava se llama el «Ragnarök», «el destino de los dioses», y es también el momento de la extinción de los humanos. La capacidad de soporte de la tierra había llegado a cero y los extraterrestres seguían sin venir en nuestro auxilio. Era, pues, la catástrofe final, el silencioso arribo del apocalipsis. Durante mucho tiempo no se oyeron más discursos de los líderes con promesas de salvar al mundo, y las salas de las grandes instituciones internacionales habían sido totalmente abandonadas.
Sin embargo, desde un olvidado laboratorio africano surgió el rumor de una medida milagrosa. La especie humana se podría salvar de una manera en extremo sencilla: haciendo que todos sus futuros especímenes tuvieran la piel del mismo color. Los ofendidos europeos planearon la destrucción del laboratorio porque intuyeron que según aquella propuesta los herederos de la civilización no serían blancos. Algo similar planearon los países orientales y no tardó en organizarse una expedición punitiva multiétnica con los escasos navíos militares que aún se conservaban.
Cuando la alianza mundial desembarcó en el país africano, ya el laboratorio había desaparecido en la espesura de la jungla. Ni los estrategas ni los científicos de la expedición pudieron entender que el milagro había tenido lugar. En las ahora impenetrables selvas africanas medraba la nueva especie humana en la forma de seres totalmente verdes que no ingerían alimentos sólidos ni producían otros desechos que no fueran sus pieles biodegradables, abandonadas como si fueran las mudas de las serpientes. Por supuesto, carecían de bocas y de tractos digestivos.
Todo era muy simple. Los científicos africanos habían logrado modificar el genoma humano copiando de los vegetales la capacidad de fotosíntesis y los seres humanos eran millones de criaturas verdes que se multiplicaban y crecían alimentadas por la luz del sol, el dióxido de carbono de la atmósfera y el agua. Los minerales necesarios para las funciones vitales las obtenían, durante el sueño, introduciendo en la tierra húmeda millares de pedúnculos permeables. En el futuro no habría negros ni blancos ni amarillos, y tampoco pieles rojas. La energía para la vida humana sería inagotable mientras brillara la modesta estrella llamada Sol.
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El autor es químico.
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