En las próximas semanas, la Conferencia de las Naciones Unidas contra el Cambio Climático (COP por sus siglas en inglés), ocupará, otra vez, los principales titulares del planeta. En esta ocasión, los líderes mundiales y los representantes diplomáticos de la ONU se reunirán en la ciudad egipcia de Sharm el Sheikh, frente a las costas del Mar Rojo, para llevar a cabo un ritual conocido.
Como cada país hace lo que puede, pero también lo que quiere, para lograr el objetivo de limitar el aumento de la temperatura planetaria a 1,5° C, es posible que en el 2022 los sospechosos habituales continúen instalados en su zona de confort. Probablemente, este año quedaremos decepcionados, otra vez, por la ausencia o insuficiencia de ambición climática.
Quienes investigan por qué sucede esto, aluden a la existencia de una brecha entre consciencia y acción, que afecta a países, empresas y personas. Por supuesto, salvando las distancias y consecuencias entre unos y otros.
En este tipo de encuentros internacionales, como la COP, es impensable que algún Estado miembro de la ONU o cualquier otro participante de alto nivel, se atreva a cuestionar abiertamente la necesidad de llevar a cabo la transición sostenible, ya que existe un discurso público positivo a favor de emprender esa vía.
Sin embargo, cuando se trata de modificar en el presente algunos de los comportamientos ambientales más problemáticos, siempre hay alguien que cruza los dedos detrás de la espalda.
Sesgo del presentismo
Los expertos señalan que, además de la brecha antes descrita, la falta o insuficiencia de ambición climática también se puede explicar a partir del “sesgo del presentismo”, el cual dificulta el ejercicio de visibilizar los beneficios directos de un comportamiento más responsable.
Este sesgo se alimenta de la creencia de que cualquier cosa que hagamos hoy para cumplir con los objetivos de sostenibilidad, únicamente dará sus frutos en el futuro. El resultado es un menor incentivo para actuar a corto plazo.
Nuestro conocido “mañana con más tiempito” explica, en parte, la esencia del sesgo del presentismo. La intención es decir que no, pero solapadamente.
La clase política se deja llevar por este sesgo cuando hace la vista gorda ante los problemas y procrastina las decisiones ambientales más apremiantes. Las empresas cuando difunden propaganda verde engañosa, en la forma de promesas climáticas, sin criterios transparentes de cumplimiento y medición. Y las personas caemos cuando aplazamos, adrede, cualquier intento de adoptar un patrón de consumo responsable.

Hay esperanza
Afortunadamente, el sesgo del presentismo no afecta a todo el mundo. Aunque en ocasiones nos embargue el desánimo, hay personas que trabajan muy duro para corregir las malas prácticas ambientales y obtienen buenos resultados.
Tomemos un ejemplo concreto, que atañe a Costa Rica, por muy buenas razones: el programa Recarbonización de suelos agrícolas a nivel mundial, conocido como Recsoil, a cargo de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), a través de la Alianza Mundial para el Suelo.
En términos generales, la recarbonización consiste en reintegrar la materia orgánica que el suelo ha perdido, como consecuencia de la erosión y el uso continuado de agroquímicos, para producir cultivos y pasto para el ganado.
El suelo es un sistema vivo, donde interaccionan una gran cantidad de agentes como plantas, hongos y bacterias. Si estos organismos mueren, el ciclo vital del suelo se rompe. Este es incapaz de nutrir eficazmente las plantas, retener el agua y regenerarse de forma natural. Cuando todo esto sucede, el suelo pierde su activo más preciado: la fertilidad.
La presencia de materia orgánica es el principal indicador para medir la salud del suelo. Es por esto que, el programa Recsoil pone el acento en prácticas alternativas de manejo del suelo, mediante innovaciones en enmiendas y fertilizantes, con el fin de valorizar simultáneamente el potencial productivo y ambiental del suelo. No se trata de hacer marketing verde, sino de comprender cómo funciona el ciclo natural de regeneración del suelo, y producir más y mejor en función de este.
Pago de incentivos
Para fomentar un cambio de gestión de los suelos, Recsoil propone implementar en Costa Rica un mecanismo pionero de incentivos y compensaciones para el cultivo de café y la ganadería, denominado Pagos de Servicios Ecosistémicos Agropecuarios (PSEA).
El PSEA funciona de forma similar al exitoso programa de pago por servicios ambientales para la reforestación, porque reconoce el servicio proveniente de la buena gestión agrícola y pecuaria en las fincas productivas.
En esta materia, Costa Rica tiene puntos a favor. En primer lugar, nuestro café se diferencia por su gran calidad. Es destacable que, pese a nuestro menor volumen de producción relativo, respecto de países como Brasil y Colombia, ocupemos un asiento de privilegio en la producción mundial del grano.
En segundo lugar, el expertise adquirido en la producción de cafés finos durante años, sumado a una gestión sostenible y productiva del suelo, siempre que esté amparada en datos climáticos confiables y comparables, puede convertirnos en un referente internacional en métrica y buenas prácticas.
Para traducir todas estas ventajas en beneficios directos, es preciso visualizar la función pública como un sistema de interacciones. La FAO propone el diseño de una macro agenda agroambiental, con el objetivo de crear sinergias y sincronía entre el sector agrícola y el ambiental.
Sin embargo, la acción climática no concierne solo al gobierno. El sector cafetalero, en conjunto con las empresas proveedoras de insumos agrícolas, también son responsables por el éxito o fracaso de los objetivos ambientales en materia de suelos.
Siempre existirán freeriders o polizones que no querrán mejorar ni un ápice su modelo productivo, pero que sí estarán dispuestos a aprovechar las ventajas de integrar un sector cafetalero más productivo y sostenible. Es aquí donde nuestras acciones individuales se suman a la ambición climática global: siempre podemos decidir a quién le compramos y a quién no.
La autora es Internacionalista.