“Costa Rica está sumida en la inmediatez, en la coyuntura; quitó las luces largas y descuidó el rumbo”, así empieza el Informe del Estado de la Nación de este año.
Una dura y triste realidad es la que nos pinta el informe. Llevamos muchos años viviendo el día a día, sin pausas para tomar las decisiones que puedan cambiar el rumbo que llevamos.
Un rumbo que condujo a que la producción crezca poco y de manera dispar, con pocas oportunidades laborales para amplios sectores de la sociedad, con fuerte impacto en el equilibrio ambiental y una gran pérdida de confianza en el esquema democrático del país.
Una de las causas de los problemas actuales tiene que ver con el ajuste fiscal que hizo el país en los últimos años. Un ajuste que se “efectuó mediante políticas de austeridad fiscal divorciadas de una estrategia discernible de desarrollo”, dice el Estado de la Nación.
Está claro que el ajuste fiscal había que hacerlo. Desde que Oscar Arias echó a andar el Plan Escudo, en el 2009 para enfrentar la grave crisis económica mundial, junto con los aumentos desproporcionados de salarios que otorgó a un grupo de profesionales del gobierno, y que luego se multiplicó varias veces debido al “enganche” de otros profesionales en el resto del sector público, Costa Rica entró en una espiral de endeudamiento público insostenible.
Corregir ese aumento de gasto era algo que había que hacer, sí o sí. El país se estaba quedando sin posibilidades de continuar financiándose con más deuda, y la alternativa de aumentar impuestos sonaba ilógica, puesto que la gente no estaba recibiendo más y mejores servicios públicos a cambio de ello, aunque al final sí hubo un aumento de la carga tributaria.
El problema es que el ajuste del gasto se llevó a cabo por medio de recortes que debilitaron las políticas sociales universales —salud y educación—, las ayudas a la población más vulnerable y la inversión pública, necesaria para aumentar nuestra capacidad productiva en el futuro.
Los políticos que han tenido que enfrentar el problema durante los últimos quince años, incluidos los del gobierno actual, se han dedicado a resolver la coyuntura, a remediar los problemas inmediatos. La reestructuración del Estado, para buscar que este trabaje de una manera más eficiente y eficaz, que pueda hacer mucho más, pero con menos gasto, quedó relegada a un plano inferior.
El autor es economista.