Quien obtiene un título universitario, parauniversitario o técnico-profesional adquiere una serie de competencias que le facilitarán su incorporación al mundo laboral y mantenerse en él. Sin embargo, con los trepidantes cambios en la sociedad de la información y el conocimiento, quedarse con lo aprendido en las aulas y los laboratorios no es suficiente para un desempeño adecuado.
¿Qué significa adecuado? Es una pregunta que será respondida dependiendo del papel que desempeña la persona a la que se le pregunta, según su relación con quien realiza el trabajo. Para el jefe, probablemente, el adecuado es el eficiente, o sea, quien hace mucho en poco tiempo y con menos recursos posibles; ojalá hasta invierta su tiempo personal, más allá del laboral.
Para el compañero de trabajo, quizás sea adecuado el que lo apoya, es solidario y, ¿por qué no?, en ocasiones, no lo deja en evidencia ante el jefe o cliente por su pobre capacidad o calidad de trabajo.
Para el cliente, es posible que, además de recibir un servicio de buena calidad y efectividad, sea dado con calidez, respeto, amabilidad, empatía y otra serie de valores y actitudes. No es que el jefe o compañero no deseen estas formas de conducta (valores y principios) de su subalterno o compañero, pero podrían ser secundarias cuando lo funcional y utilitario es la prioridad.
Partiendo de que las cosas cambian de forma permanente y cada día con mayor velocidad, en un mundo donde se toma menos tiempo en duplicar la cantidad de información precedente, con una expansión impensable de las posibilidades de aumentar el conocimiento, la educación continua —continuada en algunos países— en todos los ámbitos debe ser una obligación.
Aquí, hago una aclaración: para mí, la obligación nace en la persona, como una decisión autónoma, aunque con algo de heterónomo en su génesis. Solamente por medio de la educación continua es posible estar preparado para dar la talla, para hacer el trabajo en forma adecuada y a satisfacción de todas las personas que tienen relación con este, desde quien paga el salario hasta quien recibe el servicio.
Casi me atrevo a decir que no hay excepción, incluso en los trabajos ingratamente definidos como no calificados. La empleada doméstica y el trabajador del campo o de una maquila también deben actualizarse para realizar su trabajo sin poner en riesgo su salud y la de sus compañeros, y hacerlo de forma eficiente.
Ni que decir de los trabajos más calificados, que requieren formación universitaria. Creo que cada uno de nosotros desea que lo atienda el médico más capaz, que le diseñe su vivienda el más competente o que le repare el vehículo el mejor mecánico especializado. Y que haya aparatos y dispositivos tecnológicos que los apoyen en su labor, de modo que estemos seguros de que el trabajo será óptimo.
Se necesita tiempo
Sin embargo, ¿cómo es posible que las personas se mantengan en constante preparación, capacitación y educación formal? De forma consciente y premeditada, incluí una vez la palabra formal. Las lecturas, ejercicios y videos ayudan mucho, pero jamás serán suficientes para alcanzar el nivel de preparación adecuado.
La educación continua formal, impartida especialmente en universidades, institutos técnicos o parauniversitarios o por colegios profesionales, entre otros, es fundamental en el proceso de crecimiento para el buen ser, buen hacer y buen conocer. Para aprender, es necesario, muchas veces, desaprender y reaprender; sin una guía correcta, tal proceso será harto difícil, si no imposible.
Pero ¿cuándo va a estudiar una persona promedio si dedica de 10 a 14 horas de su día a aspectos relacionados con su empleo, entre prepararse para salir a trabajar, desplazarse de su casa al trabajo y viceversa, y además debe cumplir con sus roles de cónyuge, padre o madre, hijo, amigo, pareja, etc.? La respuesta parece obvia: en el tiempo que le queda. ¿Habrá pensado alguien lo que esa frase entraña? Es probable que no, hasta que lo intenta y, diciéndolo bien claro, lo sufre.
He sido profesor universitario durante casi 25 años. He visto los enormes esfuerzos de las personas que estudian y trabajan al mismo tiempo. He sido testigo de sacrificios de madres y padres que deben combinar todos los papeles antes indicados y, aparte, ser hermanos, hijos, amigos y personas.
La salud física y mental se ve profundamente comprometida de forma negativa. No pocas veces he tenido que hacer contención porque casi colapsan debido a tanta carga; incluso, en ocasiones, enfrentan problemas familiares a causa de la pesada carga, pues no pueden con tanto. Al final, luego de mucho trabajo en equipo, con una redistribución de las cargas, con terapias específicas y apoyo familiar, las personas completan sus cursos y plan de estudios. Debo decir, eso sí, que muy pocas veces el apoyo de la parte empleadora es el deseado. Lo irónico es que los patronos y sus empresas son los más beneficiados.
Quién debe pagar
De forma muy poco razonable, la Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas, en el artículo 53, indica que “las actividades de capacitación se reconocerán a los servidores públicos siempre y cuando estas no hayan sido sufragadas por las instituciones públicas”.
Resulta que la interpretación que se hace es que si la institución da un permiso con goce de salario, está sufragando las capacitaciones. Dicho de otro modo, si la persona desea estar mejor preparada para desempeñar mejor su trabajo, debe pagar la capacitación fuera del horario laboral para luego beneficiar al patrono que ni siquiera le dio tiempo. O, en su defecto, pedir un permiso sin goce de salario, que representa un doble costo: el de oportunidad, para estar mejor capacitada, y el de beneficiar después a un patrono que no le ayuda en su proceso de crecimiento porque la ley lo obliga.
Muchos dirán que no es justo que se otorguen becas a funcionarios para que se capaciten o eduquen formalmente de manera constante, y que luego, encima, se les reconozca un incentivo salarial por ello. Lo que no se toma en cuenta es el esfuerzo de quien se somete al proceso de educación continua ni los efectos colaterales que eso puede representar en su salud, la de su entorno familiar, laboral y hasta social.
Algunos dirán que en la empresa privada esos privilegios no existen. No me consta, pero si no invierten en la capacitación constante de sus colaboradores, la competencia les ganará la partida. Estar desactualizado es dar pie a la obsolescencia funcional, es estar condenado al fracaso.
El cliente del servicio público desea la atención de la persona más capacitada. Insisto: con solo el título universitario obtenido hace más de 10 años ya no alcanza; se requiere educación y capacitación formales continuas. Es una inversión que se debe hacer.
Mucha gente no opta por procesos de capacitación a causa del elevado costo económico que tienen, pero, más que todo, por el costo personal, que se traduce en deterioro de la salud y, consecuente e irónicamente, en problemas laborales por un mal desempeño.
Decir que quien desea capacitarse debe hacerlo con sus medios, en su tiempo (el que le sobra) y que eso es lo correcto está muy lejos de la verdad. Sostener que su educación y capacitación continua no debe ser responsabilidad de la institución o empresa que lo emplea porque es un gasto y no una inversión es una soberana falta de sentido común.
En el argot popular se habla con respeto y admiración de los funcionarios que “se ponen la camiseta”, “que sudan la chaqueta” o “se chollan las nalgas” por el patrono. Les aseguro que no lo encontrarán dentro del grupo a los que se les negó la posibilidad de superarse para entregar lo mejor de sí por su institución o empresa empleadora.
Las fidelidades se ganan con aprecio, respeto y solidaridad. Ofrecer facilidades e incentivos a la persona trabajadora para que se capacite en forma constante y realice su labor adecuadamente es el mejor camino.
El autor es profesor de Epidemiología en la UNA desde hace 20 años. Ha publicado unos 140 artículos científicos en revistas especializadas.