Bill Gates, desde su innegable sitial en la historia de la innovación, previene contra la inversión en criptomonedas y tókenes no fungibles (NFT, por sus siglas en inglés). La especulación con ese tipo de activos digitales “está cien por ciento basada en la teoría del más tonto”, afirma el fundador de Microsoft.
No obstante, el sistema funciona. Guarda similitud con las pirámides financieras donde los últimos en invertir cargan con el costo del enriquecimiento de los primeros. Los ganadores generan dinero con activos sin valor o sobrevalorados porque siempre habrá gente dispuesta a pagar más de lo que valen.
Gates pone por ejemplo el club de los “monos aburridos” (Bored Apes), una serie de más de 10.000 NFT con diversos diseños cuyo valor depende, enteramente, de la credulidad de los compradores. Las “obras de arte” digitales han caído vertiginosamente de precio junto con las criptomonedas en las últimas semanas. Las pérdidas son para quienes quedaron con el “activo” en la mano mientras su discutible valor se desplomaba.
Lo mismo sucedió con luna y terraUSD, dos criptomonedas creadas por Do Kwon, ingeniero informático coreano. Los especuladores iniciales vendieron temprano y multiplicaron sus inversiones por cien. Un beneficiario de Pantera Capital, cuya inversión de $1,7 millones se transformó en $170 millones, lamentó en el diario New York Times la “desafortunada” debacle de luna y las pérdidas de pequeños inversionistas. ¿De dónde creerá que salieron las leoninas ganancias de su fondo de inversión?
Pagaron los más tontos y a cambio obtuvieron un tuit de Do Kwon “descorazonado por el dolor” que su invento “les ha causado”. La selva digital carece de regulaciones y garantías. La especulación reina y, en la autorizada opinión de Bill Gates, tarde o temprano los de abajo terminarán esquilmados.
Bitcóin, la criptomoneda más sólida, es de curso legal en El Salvador y el gobierno del presidente Nayib Bukele ha invertido en su compra. También ha perdido sumas considerables. La moneda sufrió un 70% de erosión desde noviembre, cuando alcanzó un valor de $68.000, el más alto de su historia. Quien vendió en ese momento o poco después se salió de la fila del más tonto, quizá con grandes ganancias, pero nadie tiene derecho a meter a un país paupérrimo y desesperado en un juego especulativo fundado en la supuesta ingenuidad de los demás. El Fondo Monetario Internacional se lo advirtió al gobernante salvadoreño, cuyo poder tiene cada vez menos frenos.
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