Cédric Herrou cultiva aceitunas en un valle de Francia por donde pasan migrantes africanos llegados por la ruta de Italia en procura de mejor vida. El agricultor de 37 años enfrenta un juicio y arriesga una condena carcelaria. Confesó haber ayudado a docenas de desdichados a cruzar la zona sin ser detectados por las autoridades.
No lo hace por dinero, sino por humanidad y, según afirma con orgullo, porque es francés. Para Herrou su nacionalidad conlleva compromisos rechazados por un buen número de sus compatriotas, pero defendidos por muchos más. Por eso se ha convertido en una figura admirada en la región de la Costa Azul, donde los lectores del diario local Nice Matin lo eligieron personaje del año.
Cuando Herrou explica sus motivaciones (“hay gente muriendo en los caminos y eso no está bien”) abandona sin darse cuenta el banquillo de los acusados para convertirse en implacable fiscal del sentimiento contra los refugiados y migrantes, no solo en Francia, sino en Europa y el mundo. “Me indigna ver a los niños deshidratándose en la madrugada”, remata el agricultor.
La humanidad debe aspirar a que nadie abandone sus raíces salvo por un acto de libérrima voluntad, sin presiones económicas o políticas. A los países desarrollados les corresponde buena parte de esa responsabilidad, por razones económicas, históricas y morales.
Los desesperados inmigrantes africanos proceden de regiones donde los europeos consolidaron colonias y las mantuvieron mientras fueron rentables. “Estamos aquí porque ustedes estuvieron allá”, rezaba una pancarta en medio de una manifestación de hindúes que protestaban contra las tensiones raciales en Londres.
Estuvieron allá y a juzgar por los resultados no invirtieron mucho de su ingenio y recursos en mejorar las condiciones de vida de las poblaciones nativas. El colonialismo no se trataba de eso, por supuesto, pero no hace daño recordarlo a la hora de explicar, en la actualidad y con ojos de modernidad, las razones de la migración forzada por motivos políticos y económicos.
Jean-Michel Prêtre, fiscal a cargo del caso contra Herrou, no pudo ignorar la manifiesta voluntad del acusado de violar la ley y pidió a los jueces ocho meses de prisión. Sin pausa, se apresuró a solicitar, también, la suspensión de la sentencia. Es difícil dejar de reconocer, en el conflicto entre la ley y la bondad, la superioridad de la segunda. Libertad, solidaridad y hermandad son los credos de Cédric Herrou. ¿Cómo iba a dejar de invocar su condición de francés a la hora de defenderse?