El idioma portugués tiene una palabra maravillosa y sutil, sin traducción exacta en nuestra lengua: «saudade». Tener saudade es estar embargado por un sentimiento complejo que anuda melancolía, tristeza, añoranza, soledad y el anhelo profundo por lo que no se tiene, entre otras cosas.
Saudade es lo que se siente en una tarde lluviosa y fría cuando uno está lejos de la persona amada y, para más inri, una suave bossa nova de Antonio Carlos Jobim cobija la penumbra. Usando jerga de funcionario, «eso» podría resumirse como una agitación del alma: indefinible pero sobrecogedora.
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Más de uno podría disputarme la escogencia musical. ¿Qué tal una pieza de Miles Davis? Una improvisación de esas en las que la trompeta discurre por armonías imposibles, sin esfuerzo ni recato, muy propia de cuando los músicos, terminada la función, tocan para ellos mismos.
Pues bien: adiós al 2020, un adiós sin «saudades». Un año inolvidable por tantas razones que; sin embargo, quisiera olvidar si pudiera. Tampoco diría borrarlo por completo pues, como a todos, la vida siempre nos sorprendió con pequeñas alegrías que nos iluminaron, aunque fugazmente. Empero, dejémonos de vainas, ¡qué año más jodido acabamos de coronar! El binomio pandemia y crisis nos dejaron llenos de moretes.
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Nunca sabemos qué traerá el futuro, por más que nos empeñemos en trazar todo tipo de planes y objetivos para nuestras vidas. Aún en años felices, cuando nos embarga una convicción teleológica de que el buen vivir es nuestra estrella polar, no tenemos la menor idea de lo que ocurrirá en los próximos cinco minutos. Siendo cierto esto, también afirmo que pocas veces he entrado con tanta incertidumbre a un nuevo año. Y, para feria, se trata del 2021, ni más ni menos el año del bicentenario de nuestra independencia. (Nota al margen: sé que la historia es bastante más complicada, pero ando sin ánimo de entrar en polémicas innecesarias conmigo mismo)
En esta ocasión, el «feliz Año Nuevo» ha dejado de ser para mí un mero formulismo de ocasión. Sinceramente lo deseo, pues lo necesitamos como sociedad y, más en general, como humanidad. Como el agua en abril. O, quizá, eso de desear felicidad es apuntar muy alto: ¿qué tal «mejor Año Nuevo»? El problema es que lo de mejor año nuevo para todos suena a consigna política. Lo dejo entonces así: por un año en que todos puedan abrazar, con salud, a sus seres queridos. Eso deseo.
El autor es sociólogo.