Ahí estaba yo, en el auditorio de la Universidad Latina, tratando de descifrar lo que los candidatos decían, no decían y cómo lo decían.
El formato no me gustó. No fue debate, sino un examen académico, similar a otros donde un moderador, con aires de profesor, demuestra, primero, su saber y, luego, conmina a los alumnos (candidatos) a responder en 2 minutos, 1 minuto o 30 segundos y, si se exceden, los reprende como a educandos. ¡Más flexibilidad, por favor!
A pesar de la constricción, los candidatos se la jugaron bien. Demostraron firmeza, aplomo, conocimientos y, sobre todo, convicción. Álvarez, sabiéndose puntero, no quiso arriesgar. Fue comedido y evitó grescas para mantener su liderato. Su debilidad fue la bancarización compulsiva y extinción del dominio, pero me gustó mucho su ágil respuesta a Araya, que quería aumentar la inflación. Le dijo: “Es el impuesto más injusto a los pobres”. ¡Genial!
Otto Guevara, que no es tan viejo (comparado conmigo), ostenta el decanato entre los aspirantes. Eso es bueno y malo a la vez: bueno, porque se las sabe todas; malo, porque el mismo mensaje es cansino. Y aunque lleva mucho de razón, le haría bien un poco de aire fresco. Rodolfo Piza, el estadista, proyectó talento y precisión técnica en las respuestas, pero algunas las leyó y perdió espontaneidad. Pienso que la elección no se decidirá por tecnicismos, sino por la esperanza al elector que deambula desorientado, sin fe en las instituciones. Y, en eso, precisamente, su cierre estuvo muy bien.
Carlos Alvarado irradia calidez y juventud y podrá atraer indecisos, pero tiene un pero. Tratar de desatarse del gobierno lo enfrenta al clásico dilema de lo bueno, lo malo y lo feo. Rescatar lo bueno (crecimiento, estabilidad, baja inflación, desempleo, pobreza, desigualdad) lo hará lidiar con lo malo del caso del cemento; además, siempre es feo ser el candidato oficial. Juan Diego Castro sorprendió. Sus respuestas no fueron populistas, sino afines a la corriente. Tampoco se mostró tan justiciero como lo pintan. No quiso explotar el escándalo del cemento chino, pero, al final, le dio un derechazo a una barra que lo abucheó: “Ven, ahí están esos pachucos”.
Edgardo Araya, alicaído en las encuestas, se mostró elocuente, combativo sin ser lacerante, muy consecuente con la crítica a ciertos abusos del mercado y los privilegios dados por los partidos tradicionales a los ricos. Supo sacar del clóset el lado oscuro del capital. Ganó mucho respeto.