Durante los años de pandemia y pospandemia ha sido bastante frecuente leer artículos en los medios de comunicación sobre el burnout o síndrome de desgaste ocupacional.
En aquel momento, por razones muy obvias, el tono era alarmante y centraba la atención en la sobrecarga laboral que padecían el personal sanitario, los choferes de ambulancias y las personas encargadas de la limpieza en hospitales y centros clínicos.
Progresivamente, la atención se amplió a quienes realizan teletrabajo durante largas jornadas, en confinamiento y sin oportunidad de conciliar la vida profesional con la familiar y personal.
Era frecuente toparse con recomendaciones dirigidas a trabajadores y empleadores sobre cómo prevenir el estrés laboral, y establecer pautas de autocuidado y hábitos saludables en relación con el trabajo.
Sin embargo, con el tiempo, la atención pública mermó, a pesar de que el síndrome existía mucho antes de la pandemia y ha sobrevivido a ella con más fuerza.
Un viejo conocido
El burnout es un viejo conocido de la psicología ocupacional. Durante la década de los setenta, la psicóloga estadounidense Christina Maslach, pionera en la materia, lo caracterizó con base en tres componentes.
El primero es el agotamiento emocional, relacionado con sentirse abrumado por las demandas laborales y la incapacidad de responder a ellas.
El segundo versa sobre la despersonalización o pérdida de la empatía, que se manifiesta como una actitud distante hacia el trabajo.
El tercer componente se vincula con la baja realización personal, es decir, un sentimiento de fracaso relacionado con el éxito laboral.
El burnout no es una circunstancia puntual, debida a un pico de trabajo. El estrés y la sobrecarga laboral se prolongan durante meses e incluso años, sin que se tomen medidas para detenerlos.
Sin embargo, no se debe únicamente al exceso de trabajo. El síndrome de desgaste ocupacional también aparece en espacios donde reinan el desorden y la improvisación, abundan las jefaturas tóxicas y el poco personal, con recursos limitados, asume las funciones de los zafalomos de turno.
Quienes sufren burnout sienten que toda su vida gira en torno al trabajo. Es común escucharlas decir frases como “no me valoran”, “me explotan”, “en mi trabajo siempre quieren todo para ya, nunca puedo desconectarme”, “quiero que llegue la noche, tomarme una pastilla e irme a dormir” o “me gustaba mucho este trabajo, pero me está matando y quiero renunciar”.
Si afinamos bien el oído, seremos capaces de escuchar estas frases en boca de gente cercana, especialmente durante estos días, en los que estamos más abiertos a hacer el balance de los éxitos y fracasos propios.
La calle está muy dura
Las consecuencias fisiológicas del burnout son numerosas y varían según quien lo padece, pero, por lo general, se relacionan con trastornos en los sistemas digestivo, respiratorio y musculoesquelético.
El burnout también conlleva ansiedad, depresión e insomnio, así como dificultades para concentrarse y tomar decisiones. En casos extremos, puede conducir a decesos por infartos de miocardio, accidentes cerebrovasculares y suicidios.
En Japón, por ejemplo, existe el término karoshi, que quiere decir muerte repentina por exceso de trabajo.
Como maniobra para desviar la atención sobre las causas del síndrome, siempre hay alguien que achaca el problema a la persona y su supuesta actitud idealista, autoexigente y perfeccionista. También es usual culpar a quien lo padece por no valorar el empleo que tiene, pues ¡la calle está muy dura!
Para las personas que creen que el burnout es un gaje del oficio, la solución depende de la ingestión de ansiolíticos y relajantes musculares, sesiones ocasionales de mindfulness, alguna charla informativa en la oficina para salir del paso y recomendar un libro de autoayuda.
Desafío de amplio espectro
Sin embargo, para desilusión de quienes promueven la productividad corrosiva, el síndrome del burnout es un problema público de amplio espectro, que genera gastos millonarios al sistema de salud en incapacidades, hospitalizaciones y seguros de invalidez.
La economía también sufre el descenso en los ingresos familiares, el rendimiento, el absentismo, las jubilaciones anticipadas y las demandas laborales.
Por eso, en el 2019, la Organización Mundial de la Salud incluyó el burnout en la clasificación internacional de enfermedades como un síndrome resultante del estrés crónico del trabajo, que no ha sido gestionado con éxito.
La frase “que no ha sido gestionado con éxito” es tremendamente relevante, ya que el burnout requiere un tratamiento público integral, que incluya estadísticas oficiales fiables, leyes y políticas públicas con perspectiva de género para proteger y garantizar los derechos laborales, y medidas asequibles para tratar la salud mental de la población trabajadora.
La inclusión del síndrome del burnout en la clasificación de la OMS no es de recibo. Los países deben investigar objetivamente las causas y consecuencias del síndrome, y actuar en consecuencia, aunque esto implique majar los callos a empresas e instituciones. El bienestar laboral es un buen motivo para hacerlo.
La autora cuenta con 15 años de experiencia internacional en las Naciones Unidas y la Unión Europea. Oriunda de la zona de los Santos, trabaja como consultora internacional en sostenibilidad aplicada a la industria agroalimentaria. Lectora asidua y fiel seguidora del músico canadiense Neil Young. Siga a Manuela en Facebook y Linkedln.