La historia de violencia doméstica de Laura sobrepasa cualquier película de ficción. Fueron meses en los cuales sobrevivió a una auténtica pesadilla junto a su primogénita y a un bebé en su vientre, que resume así: “Yo convivía con un monstruo”.
Laura no es su nombre real. Huir del secuestro en que la mantuvo un hombre con características de sociópata además de adicto a drogas y traficante, la obliga a protegerse detrás de un seudónimo.
Hay suficientes motivos: el agresor sigue suelto por las calles aunque tiene restricciones para acercarse a ella, pero ya ha amenazado nuevamente su vida y la de sus hijos; él es padre de uno pero igual advirtió que lo mataría.
Laura accedió a contar su historia amparada en el anonimato por dos razones, dijo. Primero, para generar conciencia entre las personas sobre la violencia doméstica y lo peligroso que resulta naturalizar o ver como normales ciertos comportamientos que no lo son (control del celular, de las amistades o la comunicación con la familia).
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La segunda razón es porque está tratando de recoger los pedazos en que quedó su vida. Necesita trabajo para llevar sustento a dos hijos en crecimiento −muy comelones, por cierto–, y para volverse a levantar del suelo en donde este agresor la dejó. Esta es su historia, con algunos elementos modificados para su protección.
De príncipe encantador a sapo
“Conocí a una persona. Yo era madre soltera de una pequeña. Tenía tiempo de no tener pareja y él comienza a comunicarse conmigo. Era encantador, educado y muy respetuoso. Comenzamos a salir y quedé embarazada. La molestia en casa por el nuevo embarazo y que él me pidiera vivir juntos me hizo pensarlo y animarme a dar el paso”, relata.
Lo que sigue es la transformación de un príncipe de cuento en un sapo, de los peores y más venenosos.
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'Laura' es bachiller en secundaria. Su sueño es estudiar alguna carrera en Ciencias Médicas. Un anhelo interrumpido por una historia de violencia doméstica que espera superar. (Shutterstock)
“Al principio, todo era normal pero al tiempo de convivir, un día de la nada se levanta de mal genio e intenta agredir a mi hija. Por supuesto que la defendí con garras, uñas y dientes. Ahí fue cuando me golpeó por primera vez”, cuenta.
No fue un solo golpe. Laura contó 27 latigazos. La joven en ese entonces estaba al inicio de su embarazo. El hombre la desnudó completamente y con una cincha la atacó: 1, 2, 3, 4...
“... 27 latigazos. No se me van a olvidar nunca. Los sentí en el alma. Y los aguanté. Me tragué los gritos por mi hija. Después de lo que pasó, él salió de la casa. Yo corrí donde una pariente de él que vivía cerca y le conté. Lo único que me dijo es que no podía hacer nada.
“Sangré por horas sin derecho a que me vieran en la clínica. Vestí a mi hija, la peiné, la senté en el patio a tomar sol mientras terminaba de lavarme la cara. No tenía con quién hablar de esto. Yo decía ‘¿Dios santo, en qué me metí?’”.
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Ahí empezó el secuestro. La encerró en la casa: candado en la puerta, candado en el portón. Sin llave. Sin celular. No podía salir ni al patio. Y la mantuvo, junto a su hija, con agua, arroz y frijoles.
Las escasas comunicaciones con su familia eran desde el celular del agresor y con él enfrente para evitar que dijera o hiciera algo que hiciera sospechar a los demás sobre la violencia de la cual eran víctimas.
Laura realizó sus controles prenatales vigilada por el familiar del agresor. Ella acudía al Ebáis acompañada y entraba a la consulta con esa persona, que ejercía muy bien su rol de carcelero para evitar que Laura contara algo a los médicos. El hombre medía los tiempos y si estos se pasaban, llamaba.
“Me enteré luego de que usaba drogas y que ha hecho asaltos, ha torturado a gente hasta la muerte. Apuñaló a su hermano, le ha pegado a su mamá... Para sobrevivir mientras encontraba una salida le empecé a decir que él tenía razón en todo”, recuerda.
El día del rescate
Cuando mira en retrospectiva, Laura no duda en calificar que lo que sucedió luego para que ella y sus hijos lograran liberarse de este agresor solo pudo ser un milagro.
Una biblia que encontró le sirvió para empezar a rezar: “No sabía cómo. La primera vez traté de irme cuando me llama y me dice: ‘hay un carro con tantos chavalos; si se va ellos los balean’. Volví a ver y el carro estaba ahí. Me devolví”.
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Según el Observatorio de Género del Poder Judicial, en Costa Rica se presentan 132 solicitudes de medidas de protección por día, en promedio, debido a violencia contra la mujer. (Rafael Pacheco Granados)
Un día, la volvió a agarrar del cuello en un intento por asfixiarla. “Me dijo ‘véame, a usted la mato sin necesidad de un arma’. Y yo oraba y oraba, y había noches en que lloraba y me culpaba por lo que pasaba mi chiquita.
“También le hablaba al bebé. Le decía que se agarrara de mis entrañas, aun si tenía que dejar a mamá sin nada, que lo tomara todo de mi cuerpo, que se agarrara de mí para sobrevivir”, cuenta en un momento de lágrimas inevitables durante su relato.
Laura asegura que trató de pedir ayuda en las escasísimas oportunidades que tenía. A vecinos, que le cerraron las puertas. A un taxista, que subió los vidrios de las ventanas para no escucharla. A una señora en la calle, quien se hizo de la vista gorda cuando le preguntó dónde quedaba la delegación policial.
“Me iba a resignar a que esa era mi vida, le iba a dejar mi hija al papá, y empecé a calcular cuando lo veía dormir a mi lado cómo lo podía matar. El diablo es tan fuerte que lo veía dormido y le veía la vena gruesa, esa que está en el cuello, donde le subía y le brincaba. No pude”, cuenta.
El día del milagro empezó con la visita de una conocida que la buscó y le fue a dejar una comida a la puerta del encierro. Por su puesto, esta otra mujer desconocía el escenario de violencia de Laura, quien salió descalza, famélica, con su hija en brazos.
Tal fue la escena que seguro presenció esta otra mujer, que supo leer sin que Laura le contara nada. Pocas horas después y con el agresor en casa, la Fuerza Pública llegó. Esta mujer había denunciado el caso de violencia doméstica.
“Esa tarde, imploré de rodillas porque sentía que ese día yo moriría. Solo le pedía a Dios que mi hija no me viera morir. El cuerpo no me daba para más golpes, para más gritos. Mi desgaste mental tocó fondo”, admite.
Convertida en un fantasma, sentada a la mesa junto a su agresor, escuchó cuando tocaron el portón.
“Era la Policía. Habían cerrado 100 metros a la redonda. Había cualquier cantidad de patrullas y todos los policías armados. Él había asaltado a alguien días atrás. Le dije eso cuando me preguntó si era culpa mía.
“Entraron. Una mujer policía me dijo que acababan de recibir una denuncia por violencia doméstica. Hice contacto visual con ella y con los ojos le dije que sí, y colapsé”.
Camino a la libertad
Lo siguiente que recuerda Laura es entrar a la delegación de la mano de su pequeña. Ahí la aplaudieron y la animaron a denunciar. El hombre iba en una perrera y desde ahí se volvió a transformar en el príncipe que conoció, y le pidió perdón.
Pero ya era demasiado tarde. Tomando fuerzas de la nada, Laura lo denunció y, como corresponde, le pusieron medidas de restricción, pero el agresor sigue en la calle.
“Eso fue un milagro de Dios. Logré regresar a casa de unos parientes. Quedé mal, por no decir que loca: las primeras noches, yo dormía acompañada de un familiar. Estaba desnutrida. El bebé se me quiso venir pero nació sano y fuerte”, cuenta.
Laura sigue en casa de sus familiares. Lleva tratamiento psicológico en el Ebáis de su comunidad, pero necesita trabajar y conseguir un sitio donde cuiden a sus hijos.
Su solicitud hace fila en el Cen-Cinái de la comunidad porque, aunque usted no lo crea, ahí le dicen que hay casos más urgentes que el de ella. El Ebáis también le gestionó un soporte económico temporal en el Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS).
La joven madre aspira seguir sus estudios universitarios que alguna vez dejó para criar a su primogénita. Sueña con alguna carrera de Ciencias Médicas. Pero, sobre todo, anhela trabajar para tener un lugar propio donde vivir y cuidar a sus pequeños.
La sombra del agresor los sigue merodeando. Por eso, si usted desea de alguna manera ayudar a esta familia de tres, escriba al siguiente correo: aavalos@nacion.com Desde ahí canalizaremos a Laura sus mensajes para las ayudas que le quieran enviar.