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10/4/2018. Tibas, estudio Grupo Nacion. Retrato del economista, José Luis Arce. Foto Jeffrey Zamora. (Jeffrey Zamora R)
Las disparidades entre mujeres y hombres en el mercado de trabajo son profundas y preocupantes. Reducirlas constituye un imperativo en materia de equidad, pero además una condición necesaria para promover el desarrollo económico.
Las mujeres no sólo enfrentan mayores obstáculos para ingresar al mercado laboral, sino que ya en él, experimentan más dificultades para emplearse que los hombres, acceden a empleos de inferior calidad, sus remuneraciones son menores, al igual que los espacios para alcanzar cargos de dirección.
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La evidencia parece sugerir que aspectos reproductivos y de la forma en cómo son estructuradas las relaciones familiares a partir de ellos tienen un peso determinante: la maternidad, la convivencia en pareja y la forma en que al interior de los hogares son distribuidas las cargas asociadas con ellas explicarían buena parte de las brechas.
Las licencias de maternidad, los permisos temporales asociados con el cuidado de los hijos, la posibilidad de reducir la jornada de trabajo o de modificar el lugar en donde se realizan las tareas son acciones de política pública o iniciativas espontáneas de empleadores que, aunque bien intencionadas, no crean los incentivos correctos para corregir los problemas de fondo y terminan ampliándolos, porque esencialmente perpetúan la creencia de que para las mujeres es más sencillo ocuparse de la crianza de los hijos.
Al oscurecer la productividad del trabajo femenino, permiten con facilidad que sea infravalorado: los empleadores descontarían, al contratar una mujer, la posibilidad de que se acoja a una licencia de maternidad o a algún esquema de flexibilización de jornada, lo que la pondría en desventaja frente a un hombre con las mismas calificaciones. Quizás sea hora de dar un paso más: permisos de paternidad obligatorios e intransferibles.
Con ellos pueden lograrse dos cosas: empleadores y trabajadores masculinos deberán hacerse la idea de que interrumpirán temporalmente su carrera laboral durante el nacimiento de sus hijos –esto debería cerrar parte de la brecha que las licencias de maternidad crean– y, lo que puede resultar aún más importante, probablemente terminarían alterando la forma en cómo las cargas asociadas con el cuido de los niños son repartidas al interior de los hogares. En palabras más sencillas, haría mucho más difícil para los hombres el lograr escapar de nuestras obligaciones en ese campo. El cambio social y cultural de atreverse a algo así puede ser simplemente maravilloso.