Los cambios y transformaciones que Costa Rica urge requieren menos circo y espectáculo y muchísimo más conocimiento, imaginación, visión de futuros compartidos y, sobre todo, decisión.
Los problemas que se enfrentan requieren más que conformarse con crecer un poco más en lo productivo o equilibrar un presupuesto; implican la necesidad imperiosa de moverse decididamente en la dirección de una sociedad comprometida con la sostenibilidad, la verdadera libertad —no el concepto abstracto atado a los privilegios, sino la basada en la inclusión y la equidad en el acceso a las oportunidades— y consciente de los retos que se enfrentan en ámbitos como el medio ambiental y en la construcción de una vibrante convivencia democrática.
Es decir, requiere de una mejor política, no la de las refriegas electorales cada cierto tiempo ni la de los intereses opacos y mucho menos la de los liderazgos populistas, cargados de discursos ruidosos y efectistas, pero vacíos de propuestas y soluciones.
Durante décadas se pospusieron los cambios urgentes a las instituciones y las políticas públicas con el fin de adaptarlas a las demandas de las ciudadanías —actuales y futuras— y garantizar su sostenibilidad y legitimidad a lo largo del tiempo.
Obnubilados por el discreto encanto del poder, secuestrados por los intereses de grupos particulares y, sobre todo, confundidos por una aritmética electoral y legislativa más compleja que a la que estaban habituados, los liderazgos políticos se rindieron, conformándose con buscar acuerdos mínimos para intentar hacer apenas lo necesario para que las cosas pareciese que siguieran funcionando y que les permitiera barrer bajo alfombra los problemas, con el fin, de ganar tiempo para que las bombas de relojería, que la procrastinación de años montó, simplemente, no estallaran en sus manos.
De esta forma, paradójicamente, mientras la evidencia de la necesidad de las reformas y los cambios crecía y crecía con el paso del tiempo, la decisión y las competencias de los liderazgos en los partidos políticos y en los grupos de interés menguaban y se reducían.
Al final el juego, para estas élites, consistía en ganar elecciones, proteger privilegios particulares y procurar que la crisis, cuando estallara, lo hiciera en el rostro de los rivales.
De esta forma, se perdieron décadas, los únicos cambios significativos durante estos años surgieron no de la capacidad de alcanzar acuerdos sobre sueños y formas de alcanzarlos comunes, sino de la necesidad de escapar del borde del abismo, cuando ya no quedaba más espacio para evitar tomar las medidas correctivas.
El cóctel que se iba gestando era, sin duda explosivo. Mientras las élites mostraban día con día su incapacidad para responder a las necesidades de las personas y, como si no fuera suficiente, su ausencia de empatía ante dichas demandas y la indignación que se gestaba, empezaban a asomarse grupos interesados en redituar de ese cabreo popular, dispuestos a todo —incluyendo mentir con descaro y dividir irresponsablemente— con tal de alcanzar el poder.
Y lo lograron… ganaron elecciones y tomaron el poder, sobre la base de discursos efectistas y vacíos, cargados de “verdades alternativas” e impulsados por efectivas técnicas de mercadeo.
Pero no son capaces de nada más, atrapados por la necesidad de aprobación y popularidad no hacen más que replicar, desde el Ejecutivo, el vacío de la campaña electoral.
Ante los problemas y la necesidad de cambio la salida de los liderazgos populistas es el escarnio, la hipérbole y las manifestaciones de fuerza y testosterona vacías. Detrás de ellos, no hay más que eso y, ante tal aridez, evidentemente los problemas no se resolverán, sino que se agravarán.
Ante esta actitud irresponsable y manipuladora, los verdaderos liderazgos democráticos en todos los ámbitos deberían responder con contundencia encarando ahora una tarea doble: por un lado, proponer soluciones de una vez por todas a los problemas seculares, al mismo tiempo que se evita que la irresponsabilidad incendie y arrase con todo, incluyendo las instituciones y políticas públicas que aún funcionan y son claves para la convivencia democrática.