La lucha por la sucesión de Ben Bernanke como presidente de la Reserva Federal se ha convertido en una telenovela. Bernanke, es la suposición general, ha indicado al presidente Obama que no desea un tercer período de cuatro años –o se le ha informado que no se lo volverá a nombrar–. Ese hecho ha desencadenado una campaña pública por parte de los partidarios de los dos candidatos principales para el cargo: Lawrence Summers, exsecretario del Tesoro (en los años de Clinton) y expresidente de Harvard, y Janet Yellen, vicepresidenta de la Reserva Federal. Ambos son economistas.
Summers, expresan sus partidarios en artículos de opinión y citas anónimas, es “brillante” y tiene experiencia en el manejo de crisis. (Ayudó a disipar la crisis financiera asiática de 1997-1998 y, como asesor principal de Obama en el 2009, combatió la Gran Recesión). Los seguidores de Yellen rebaten que ella profetizó muy temprano la crisis de la vivienda, que tiende a formar consenso y es una comunicadora eficaz. También sería la primera mujer en dirigir la Reserva. Inevitablemente, cada una de las campañas cuestiona las calificaciones del candidato opuesto. Se acusa a Summers de arrogancia; se ve a Yellen como blanda con respecto a la inflación (una “paloma”, en la jerga de la FED).
Todo esto podría haberse evitado, o minimizado, si el Presidente hubiera nombrado el candidato a principios del verano. El resultado es que quienquiera que gane –quizás un candidato sorpresa, por ejemplo, el exvicepresidente de la FED, Donald Kohn– deberá superar las dudas y el malestar creado por la indecisión de Obama. Es otro dolor de cabeza que se suma a los demás, porque la FED de hoy es muy diferente de la que heredara Bernanke de Alan Greenspan.
Bajo Greenspan, del verano de 1987 a principios del 2006, la Fed pareció casi omnipotente. Pareció que los pequeños ajustes ascendentes o descendentes en las tasas de interés podían sostener la expansión económica y contener la inflación. Durante ese período, la creación de puestos de trabajo llegó a 30 millones. Las dos recesiones, las de 1990-1991 y el 2001, fueron leves, considerándolas históricamente. Las acciones subieron más de cuatro veces. La Reserva Federal se volvió más popular. En su audiencia de confirmación, Bernanke fue enfático: Continuaré las políticas de Greenspan.
La historia lo quiso de otra manera. Retrospectivamente, el aparente éxito de Greenspan en estabilizar la economía alimentó la crisis financiera. Los banqueros, los consumidores y las empresas adquirieron excesiva confianza y autocomplacencia; adoptaron riesgos que parecieron justificables pero que, en última instancia, fueron desastrosos. En la época de Bernanke, los poderes limitados de la FED se han vuelto obvios. Sin duda, las hábiles intervenciones de Bernanke en el 2008 y el 2009 probablemente impidieron otra Gran Depresión. Pero la FED ha tenido menos éxito en estimular una recuperación vigorosa, a pesar de mantener las tasas de interés de corto plazo cerca de cero a fines del 2008, y de tratar de deprimir las tasas de largo plazo comprando unos $2,8 billones de bonos hipotecarios y del Tesoro.
Bernanke ha sido un experimentador declarado; la compra de bonos ha sido su gran experimento. Es una táctica comprensible para reducir el sufrimiento humano y, en cierta forma, ha modificado la conducta. Hace una década, era inimaginable que la FED tratara abiertamente de “inflar” el valor del mercado de valores; ahora, es rutina, porque un objetivo de la compra de bonos (referida como “facilitamiento cuantitativo” o QE, por sus siglas en inglés) es alentar la compra de acciones al bajar las tasas de interés de los bonos, una inversión en competencia.
Aun así, el efecto económico ha sido, como mucho, modesto. Las tasas de interés levemente más bajas no causaron una explosión de la producción ni la creación de puestos de trabajo. En realidad, un estudio del Banco de la Reserva Federal de San Francisco estimó que la segunda vuelta de QE agregó solo 0,13 puntos porcentuales al crecimiento económico (otros estudios muestran efectos mayores). Hasta esos beneficios podrían revertirse si se ralentiza o detiene la compra de bonos. Cuando Bernanke anunció un posible recorte en las compras a iniciarse más tarde este año, las tasas de interés se dispararon –exactamente el efecto opuesto perseguido por la FED–. Las buenas intenciones no garantizan buenos resultados.
El próximo presidente enfrenta problemas políticos y económicos. Porque el desempeño de la economía es deficiente, la FED no es popular. Se le echa la culpa de crear la crisis, de ayudar a Wall Street y de ser demasiado poderosa. Este resentimiento no disminuirá mientras la economía no mejore, pero el próximo presidente de la FED debe impedir que el descontento empeore. Podría haber muchas malas ideas que el Congreso intentara imponer sobre la FED, comenzando por la asignación obligatoria de crédito: la canalización forzada de préstamos para industrias políticamente conectadas. El desafío económico de la FED es entregar lo que promete y responder competentemente a lo inesperado. Eso incluye mantener un ojo avizor sobre la inflación.
Ser presidente de la Fed requiere habilidad económica, conocimiento financiero, instinto político y dotes de comunicación. Summers y Yellen tienen cualidades propias, pero ninguno de los dos tiene una clara ventaja con respecto al otro.
Es una elección y Obama debe realizarla lo antes posible. Cuanto más dure la incertidumbre, mayor será el daño.
ROBERT SAMUELSON inició su carrera como periodista de negocios en The Washington Post, en 1969. Además, fue reportero y columnista de prestigiosas revistas como Newsweek y National Journal.