La agenda legislativa está, por tres meses, a partir del lunes pasado, en manos de los diputados. El período anterior, de iniciativa del Poder Ejecutivo, mereció, por cierto, el reconocimiento del Gobierno, de los dipu- tados y de diversos sectores del país por su productividad. Un ejemplo de que, cuando se quiere, se puede.
Bueno y ¿por qué no continuar con esa tónica? ¿Qué lo impide? Tres factores se interponen entre la razón y la buena fe, por un lado, y su antítesis: la sinrazón, la mezquindad política y la mala fe, por el otro, encarnados en personajes de carne y hueso, algunos diputados, que hacen un uso desviado de su poder constitucional, validos, además, de la maldición del reglamento interior de la Asamblea Legislativa, un verdadero castigo para nuestro pueblo, tan perverso que, para conquistar el directorio en la legislatura pasada, la oposición convirtió el clamor de su reforma en objeto de demagogia y chantaje. Prometió, juró y rejuró la reforma, pero no cumplió. A los toros, por el cacho y a los hombres, por su palabra'
Pues bien, aquí estamos de vuelta, en estos tres nuevos meses de iniciativa parlamentaria, tras la buena estrella del período anterior. Ya comenzaron las siete fracciones a preparar, en la farmacopea legislativa, diversas recetas medicinales que someterán a examen de los diputados. De su acierto o desacierto, de su buena fe o de su mezquindad, depende mucho para el país. El país no es una entelequia, algo irreal, sino personas, libres y solidarias, que han depositado sus necesidades o ilusiones en el juramento de los legisladores y de los políticos.
Entre los diversos proyectos de ley en discusión, a partir de anteayer, sobresale uno, motivo de verguenza para nuestra democracia y para nuestro país, por el boicot a que lo han sometido los diputados María Eugenia Venegas (PAC) y José María Villalta (Frente Amplio), pese a la acogida mayoritaria de sus compañeros y al clamor de la comunidad científica nacional. Me refiero al expediente 17.777 sobre la investigación científica en humanos.
La oposición de estos diputados proviene no de la razón o la fuerza de los argumentos, sino del poder de veto, global o unipersonal, que les otorga el malhadado reglamento, gracias al nihilismo legislativo, esto es, a la capacidad de reducir a la inacción a la Asamblea, mediante el poder destructivo de la sinrazón o la paralización de la libertad humana, acuñada en dos palabras: “No votar”. ¿Abajo la inteligencia?
Esta potencia política nihilista, que ha perseguido a nuestra democracia por años, al amputarle su capacidad de decidir y exaltar la mediocridad, es un acto de barbarie y servidumbre, que no debe continuar.