Ante la negativa de sus patronos para aceptar sus demandas, los ebanistas y carpinteros de San José cumplieron su amenaza aquel 2 de febrero de 1920: paralizaron los talleres y se tiraron a las calles. Pronto, se les unieron albañiles, mecánicos, pintores y otros obreros. ¿Qué pedían? Un aumento de salario y fijar en ocho horas la jornada de trabajo.
Ese día, el movimiento huelguístico atravesó cuatro distritos de la capital con el fin de ir cerrando talleres –a veces por voluntad de los trabajadores y en otras por la fuerza– hasta reunir unas 1.000 personas al final de la tarde, según detalla la crónica aparecida en el Diario de Costa Rica el 3 de febrero.
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El Gobierno cerró todos los establecimientos de venta de licor y la Policía se mantuvo expectante, incluso Aquiles Acosta, director General de Policía, informó por medio de un volante que se garantizaría el derecho a huelga, pero no se tolerarían actos contra el orden público.
Huelgas simultáneas
Entonces, había gran descontento social en el país y, pronto, costureras, tipógrafos, trabajadores del tranvía, pureras –hacían puros–, panaderos y trabajadores de las minas también entregaron sus pliegos de peticiones y paralizaron labores, primero en el Valle Central, luego en diferentes partes del país.
“La primera medida tomada por los ebanistas y carpinteros fue constituir un comité, que asumió funciones de Comité de Huelga, el cual decidió ampliar el movimiento a otros gremios y ciudades para convertir las demandas en nacionales. De esa forma se fueron sumando a la huelga, los carpinteros, mecánicos y pintores del ferrocarril al Pacífico, los obreros de los talleres de Obras Públicas, los trabajadores de la Fábrica Nacional de Licores y de otras dependencias de gobierno. Así como los empleados del mercado, las costureras, las pureras, los zapateros, los empleados del tranvía, los de la planta eléctrica de Los Anonos, panaderos, pintores, tipógrafos, los empleados de la cervecería Traube, los saloneros, los cocheros de San José, los marineros del golfo de Nicoya, trabajadores de Puntarenas y Limón. Es decir, se evidenció la presencia, por primera vez, de un movimiento laboral de grandes dimensiones”, detalla la historiadora Ana María Botey en el libro Costa Rica entre guerras: 1914-1940.
Por ejemplo, el 4 de febrero, hubo gran conmoción porque estaba paralizado el tranvía, se suspendió la electricidad y corrió la voz de que escaseaba el agua, lo cual forzó, detalla el Diario de Costa Rica, a una reunión de Consejo de Ministros en Casa Presidencial.
Aquel era el gobierno provisional del maestro, abogado y político Francisco Aguilar Barquero, quien gobernó Costa Rica entre el fin de la dictadura de los Tinoco en setiembre de 1919 y el 8 de mayo de 1920, cuando asumió el poder el líder antitinoquista Julio Acosta García, electo en diciembre de 1919.
El estallido de decenas de huelgas ocurrió en febrero; los títulos de la prensa estuvieron dominados por las incidencias de estos movimientos sociales, que, luego, compartieron protagonismo con el avance de la influenza –la pandemia de la llamada “gripe española”– en el territorio nacional.
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“Fue la primera vez en Costa Rica que se da un fenómeno que se da un paro de labores en diferentes partes a lo largo de un mes. Eso nunca ha pasado antes”, afirma el historiador Víctor Hugo Acuña, quien publicó en 1986 el libro Los orígenes de la clase obrera en Costa Rica: las huelgas de 1920 por la jornada de ocho horas.
A criterio del también historiador Carlos Hernández Rodríguez, las huelgas de 1920 son parte de una transformación que se da en Costa Rica. “Esas huelgas que afectaron especial, aunque no exclusivamente a la ciudad capital, fueron importantes porque afianzaron una tendencia de cambio en el sistema político y en las relaciones entre grupos y clases sociales de Costa Rica, afirmaron visiones políticas de apertura y negociación, y fortalecieron fórmulas inclusivas y esquemas de solidaridad que resultaron de suma importancia en la forja de la democracia social”, explicó.
Ganancias de los trabajadores
Las negociaciones con el Gobierno y los empresarios resultaron exitosas y los obreros y artesanos lograron sus demandas principales: un aumento de salario del 20% y la jornada laboral de ocho horas. “Al finalizar la segunda semana los conflictos se habían terminado en la capital y en Puntarenas, no obstante, estalló un movimiento en la mina Unión en Miramar, que concluyó con el despido de los trabajadores. En Limón hubo conatos de huelga que fueron reprimidos por las autoridades, lo que demuestra una diferencia en el tratamiento de los conflictos por parte del gobierno, según se tratase de trabajadores de enclave o de sectores urbanos de artesanos y obreros”, agrega Botey en su libro basada en la investigación de Acuña.
En diciembre de ese año, el Congreso aprobó la ley número 100 en que estableció que ocho horas eran el límite para la jornada diaria de trabajo.
Costa Rica tuvo entonces su jornada laboral de ocho horas; no obstante, no todos los patronos lo cumplían, por lo cual posteriormente habría otros reclamos y movimientos hasta que el Código de Trabajo lo garantiza en 1943.
Las ganancias para los obreros y artesanos irán más allá de la satisfacción de estas demandas concretas, ya que se convertirán en un interlocutor que deberá ser escuchado por los políticos. “A partir de 1920 no se va a poder hacer política si no toma en cuenta a esta gente. (...) Se convierten en un sujeto colectivo y social del cual el sistema político tiene que tomar nota”, asegura Víctor Hugo Acuña.
Precisamente, será una transformación con repercusiones políticas. Así lo explica, el historiador Hernández: “Un proceso de cambio en curso se aceleró notoriamente y redefinió agendas y programas, abriendo espacios de participación y gravitación política a sectores antes expectantes o limitados a la condición de clientes o comparsas electorales. De ello es bastante indicativo el hecho de que poco después de estas jornadas de inicios de 1920, el movimiento de reforma se expresara políticamente en la constitución (1923) y exitosa participación del Partido Reformista, liderado por Jorge Volio”.
Los orígenes del movimiento
¿De qué forma se gestaron estas huelgas? Desde la historia llegan varios factores que confluyeron en ese momento: la paupérrima situación en que quedó la economía, y en especial la condición de los trabajadores, luego de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la pérdida de legitimidad del sistema político costarricense con el rompimiento que hubo en la dictadura de los Tinoco y la organización de los gremios en Costa Rica que se venía dando desde inicios del siglo XX.
“1920 es muy complicado. Había un retroceso en la esperanza de vida, un aumento en la mortalidad. No va a ser una época nada fácil ni recuperarse tampoco sería fácil. Costa Rica era pobre; eso no se arregla en los años 20, 30 ni 40. Sin embargo, a pesar de la estrechez económica, se tomaron decisiones institucionales fundamentales para enfrentar los temas sociales”, cuenta Ana María Botey.
Además de la complicada situación económica, el país no era autosuficiente. “Aquí no se producía ni un clavo”, dice la historiadora; claro, aparte de café y banano. La crisis con las subsistencias (productos de consumo básico), debido a que la producción nacional era insuficiente para cubrir las necesidades de la población; el alto desempleo, y la gran cantidad de accidentes laborales fueron caldo de cultivo para el malestar que detonó en las huelgas.
Para terminar de dibujar la dramática situación, Hernández aporta: “Se trata del tiempo de la primera posguerra tan vívidamente reconstruido en nuestro caso, en relatos como el de Marcos Ramírez, y en referencias testimoniales que hacían notorio el mundo de los buscavidas, los menesterosos, la ola de incendiarismo, la caridad, el hambre y el latrocinio. Un tiempo en el que se advierte la carestía, el empobrecimiento y, en general, la penuria que aqueja a los sectores populares costarricenses”.
Los ebanistas, carpinteros y tipógrafos era gremios con cierto nivel de alfabetización, cultura general y capacidad organizativa, describe Acuña. Además, por medio de la la Confederación General de Trabajadores, los círculos de obreros y artesanos departieron con intelectuales como José María Billo Zeledón, Joaquín García Monge, Omar Dengo y la joven Carmen Lyra; sobre todo, se nutrieron con sus ideas.
Luego de lo conquistado con esas huelgas vendrían otras luchas contra el alto costo de la vida, la especulación, los alquileres y el acceso a la vivienda digna en esa década de 1920.