Para comprender a David Bowie el ícono plástico, hay que empezar por admitir la verdad absoluta: Bowie, quien murió este domingo a sus 69 años, nunca fue un cantante; en el escenario, siempre fue un hábil intérprete.
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Su cuerpo y su guardarropa se convirtieron en lienzos lógicos del estilo de su música. En su adolescencia, cuando todavía el músico experimentaba dentro de diferentes grupos (The Konrads, King Bees y The Buzz), su estilo estuvo influenciado por las tendencias del momento en Reino Unido: el mod que se reflejaba en trajes ajustados y cabello largo.
El primer choque eléctrico a su estilo lo causó el bailarín Lindsay Kemp. No es descabellado afirmar que si Kemp no hubiese utilizado una pieza de Bowie en su montaje de circo Clowns (1967), nunca hubiéramos conocido al Bowie que más adelante se conviertió en un ídolo para otros artistas (tanto de la música como del diseño)
"Se enamoró de mi mundo, mi mundo del circo... Después del montaje vino tras escena y me dijo que quería aprender de mí, estudiar conmigo. Eso fue amor a primera vista", aseguró Kemp en entrevista con Radio-Canada en setiembre del año pasado.
"Justo antes de conocer a David, planeaba dejar la música del todo. Se sentía muy desilusionado. Trabajaba muy duro y su manager trabajaba para conseguirle conciertos, pero no iba a ningún lado. Cuando nos conocimos trabajaba en una oficina".
En 1970, Bowie publicó su tercer disco y el primero después de su transformación estética: The Man Who Sold the World. En su portada, el músico presentaría su primera aproximación al personaje andrógino que representaría para el público durante la siguiente década.
Su alter ego Ziggy –junto con su banda de apoyo, The Spiders from Mars– se convirtió en un referente del glam rock de la época: un personaje decadente, sexualmente ambiguo, promiscuo, pero con una fuerza de interpretación notable.
En sus conciertos, Bowie utilizó kimonos y otros diseños andróginos del japonés Kansai Yamamoto; complementó sus atuendos con un corte de cabello asimétrico con tinte pelirrojo y comenzó a experimentar con maquillaje para persistir plásticamente en su desdén por las convenciones tradicionales de género.
Su segundo alter ego, Aladdin Sane (1973) integró en su imagen el maquillaje de fantasía con aún más excesos. En la portada de su sexto disco, él mismo dibujó el rayo que se convertiría en uno de sus símbolos más memorables.
Su estilo de glam –pomposo y kitsch– se compuso hasta 1975 de los referentes que otros intérpretes imitarían en décadas siguientes: las botas de plataforma, la pintura facial, trajes ajustados y gestos andróginos.
Algunos artistas influenciados por estos arriesgadas declaraciones de moda son Boy George, Madonna y Lady Gaga (quien, de hecho, hace una referencia directa a Aladdin Sane en su video para el sencillo Just Dance).
Su tercer alter ego, el Thin White Duke, dio la cara en Station to Station (1976) con una identidad tradicionalmente más varonil que las otras encarnaciones. Camisa blanca abierta, chaleco ajustado, la cara limpia y el cabello hacia atrás, Bowie se presentaba como un crooner del post punk –algo así como un Frank Sinatra para la generación que creció después de la guerra de Vietnam–.
Para sus siguientes proyectos entre finales de los 1970 y los 1980, Bowie optó por utilizar traje sastre, con variaciones en distintas paletas de color pastel. Su icónico cuello en V, creado por la apertura de los primeros botones de su camisa, reflejaba a un Bowie menos estridente pero igualmente en ser provocativo y sensual para su audiencia.
Su interés en el mundo de la moda fue más patente aún durante la década de 1990, cuando en primer lugar se casó con la modelo somalí Iman (su esposa desde 1992 hasta su muerte).
A través de esa relación, Bowie tuvo acceso a las pasarelas en las que conoció al diseñador Steve McQueen, responsable creativo de su siguiente pieza de vestuario más icónica: una capa con la bandera del Reino Unido (Union Jack), que lució en sus giras de 1996 y 1997. También apareció con ella en la portada de su disco Earthling (1997).
Capas de brocado, camisas brillantes y trajes ajustados a su cuerpo delgado y estilizado fueron las últimas prendas que vistió para subir a los escenarios.
La evolución de su guardarropa no lo convirtió en la clase de intérprete que siempre fue (en todo caso ese mérito es de Lindsay Kemp), pero sí lo convirtió en uno de los artistas más memorables que se hayan presentado jamás en un escenario.