Antonio Alfaro
Desperté una mañana con problemas de memoria y una incertidumbre repentina: ¿ Eduardo Galeano aún vive ? Ya uno no sabe en este mundo de fallecidos que nunca mueren y de vivos a los que nadie les avisa que ya están muertos.
La culpa es de los primeros, esos que se van pero se quedan por siempre: Pablo Neruda, Mario Benedetti, el Negro Fontanarrosa... ¿Eduardo Galeano también? No puede estar muerto. ¿Quién escribiría su tradicional artículo sobre el Mundial, donde las jugadas se vuelven verbos, y los gestos, adjetivos; donde el mundo es una cancha con su política y sus guerras y sus pillos y sus mártires y sus artistas y sus jugadas; aquel infaltable anexo por el que El fútbol a sol y sombra no ha dejado de imprimirse cada vez con unas cuantas páginas más?
¿ Falleció ? Tan pronto pude, salí de la duda y caí en una sorpresa: no solo estaba vivo sino cumpliendo años. El 3 de setiembre del 2015 –su último cumpleaños– me asaltó el asombro, primero; la alegría, después; el antojo, por último, de aquellos párrafos posiblemente aún no escritos por Galeano dedicados a la Sele tica en Brasil 2014.
Como buen uruguayo quizá la llame “Costa Pobre” en su próxima ampliación del libro, con la ironía de siempre y la picardía de muchas veces, acostumbrado a hacer con las palabras lo que le da la gana.
“Escribiendo, iba a hacer con las manos lo que nunca había sido capaz de hacer con los pies: chambón irremediable, vergüenza de las canchas, yo no tenía más remedio que pedir a las palabras lo que la pelota, tan deseada, me había negado”, nos cuenta el propio escritor ( El fútbol a sol y sombra , p. 244).
Equívocos. Con las palabras, Galeano es un mentiroso, como Messi, Cristiano o Neymar con la redonda. Él añadiría: “Como Garrincha, como Didí, como Euse-bio, como Pelé, como Cruyff, como Platini, como Hugo Sánchez, como Maradona, como Romario”. Son mentirosos, cada uno a su estilo. Ronaldinho miraba hacia la derecha y filtraba el pase hacia izquierda. Messi se muestra frágil, pero no cualquier zancadilla lo alcanza.
Galeano es como los jugadores, los grandes, que hacen creer una cosa cuando planean la otra. Parece que van, cuando en realidad vienen. Comienza hablando del recién liberado Mandela, de Fujimori, de los sandinistas derrotados en las elecciones nicaragüenses, del primer McDonald's de Moscú, del Muro de Berlín vendido en pedacitos, tan solo para llevarnos a Italia 90, el Mundial.
El brasileño Garricha era un mentiroso de nacimiento y hasta engañó a la ciencia:
“Cuando empezó a jugar al fútbol, los médicos le hicieron la cruz: diagnosticaron que nunca llegaría a ser un deportista este anormal, este pobre resto del hambre y de la poliomelitis, burro y cojo, con cerebro infantil, una columna vertebral hecha una S y las dos piernas torcidas para el mismo lado” ( ídem , p. 118). Con dos piernas chuecas, ¿quién iba a imaginar hacia dónde saldría el regate?
Galeano también tuerce algunas palabras: a la menina hay que besarla, acariciarla, dormirla en el pecho –nos escribe–, como quien imagina los muslos firmes, el lunar a medio camino, las caderas bien puestas, los pechos rebosantes, los labios entreabiertos... Él hablaba de la pelota. “Nadie duda de que ella es mujer” ( ídem, p. 22). Nadie duda de que Galeano siente profunda admiración por ella, evidente en su último libro, aún sin publicar, dedicado por completo a mujeres, unas 200 páginas aún sin título.
Melancólica alegría. Los lectores ya los tiene. Con Memoria del fuego , Las venas abiertas de América Latina , Las palabras andantes o El libro de los abrazos , se convirtió en escritor de lectura obligatoria entre intelectuales, políticos de izquierda, derecha y ambidextros, rebeldes, estudiantes universitarios, soñadores y desencantados.
Sin embargo, todos ignoran que, para el mundano aficionado al fútbol , ninguna de sus obras tiene tanto fuego, tantas memorias, tantas venas abiertas, tantos abrazos como El fútbol a sol y sombra.
Quizá tengan razón: ¿qué más abrazo que uno de gol, que más venas abiertas que el Maracanazo, qué p alabras más andantes que regate, galope, voltereta, chilena o caricia (unas andan por la cancha, otras por los aires y algunas por los cuerpos)?
Con sus crónicas, ensayos, relatos o memorias (uno no sabe qué está leyendo y lo mejor es que tampoco importa), Eduardo Galeano reinvindica al otrora considerado banal, inculto, primitivo, por poco analfabeto fanático de futbol, cuyas primeras palabras (antes de “mamá” y “papá”) fueron “¡gol!” y “¡uy!”.
En El fútbol a sol y sombra se abrazan el intelecto y la pasión futbolera, el espectador en palco y el fanático tostado por el sol, el escritor exiliado político y el aficionado al que nadie exilia del estadio. Debió titularse El verdadero libro de los abrazos , pero a Galeano le gustan las fintas , como a los mejores jugadores del mundo.
Ahora andan diciendo que, de verdad, Eduardo Galeano ha fallecido a sus 74 años; y, aunque debe ser otro amague, uno de pronto piensa en el cierre de su libro:
“Y yo me quedo con esa melancolía irremediable que todos sentimos después del amor y al final de partido” ( ídem , p. 244).