Celebrar el Día del Medio Ambiente desde el ámbito de las artes visuales, va más allá de adoptar hábitos de reducir, reutilizar y reciclar. La responsabilidad que tienen los artistas con su contexto inmediato, se evidencia en las transformaciones que ha tenido el arte como herramienta social.
¿Cuál es el sentido? ¿Desde dónde puede aportar el arte a nuestra contemporaneidad y en este caso, al medio ambiente? Esos cuestionamientos pueden tener respuesta si observamos en perspectiva y con detenimiento el arte contemporáneo de nuestro país y la trayectoria de algunos artistas que han mostrado interés y preocupación respecto al capítulo en cuestión.
Me atrevería a decir que el tema ambiental es un eje primordial en las artes visuales costarricenses, pero vinculado, usualmente, a otros como los conflictos políticos, económicos, limítrofes, geográficos, sociales y religiosos, que reflejan no solo la problemática nacional, sino la regional.
Desde los años setenta, Rafael Ottón Solís lo ha hecho evidente con sus instalaciones que marcan un contraste entre lo natural/objetual y lo mítico/ritual como un ciclo constante.
A través de la fotografía, el video y la instalación, Cinthya Soto ha elaborado estudios minuciosos del color y los efectos de la luz natural, el paisaje casi sagrado y una línea muy estrecha entre lo reproducido biológicamente y lo construido.
Lucía Madriz, con mano feroz y crítica, ha hecho denuncia del impacto en las economías y el sector agro causado por la inversión extranjera, tratados de libre comercio y violaciones en asuntos vinculados a propiedad intelectual, privatización de recursos naturales y soberanía y equidad alimentaria.
Apropiándose del paisaje urbano y cambiándolo mediante recursos matéricos, sobresale la obra de Francesco Bracci y Ángel Lara, quienes desde estadios muy diferentes, incitan al cambio, al mejoramiento y embellecimiento del paisaje y al aprovechamiento de recursos.
En las nuevas generaciones, también el tema hace un repique. Solo por mencionar a dos artistas emergentes, Fabián Bonilla y Sara Mata exploran las posibilidades de la conquista, la apropiación y la representación de la naturaleza, como espacios que permiten nuevas visiones desde lo propio.
Quizá estos breves ejemplos sirvan para evidenciar que, una vez más, el arte rompe esquemas y apunta hacia problemáticas mucho antes de que la sociedad las vea como tales.
El caso ambiental es solo un pretexto en esta ocasión. El arte, a fin de cuentas, resulta profeta de la evolución social.