“¡Ay, voy a llorar!”, exclamó Julia Elizondo cuando escuchó su pieza favorita de Ranma 1/2, nada más y nada menos que el popular opening de la serie.
“Uy, yo también”, le respondió su acompañante, una cómplice que de inmediato la abrazó con fuerza.
No hubo pena, ni sentimiento parecido, estaban en el Matsuri 2019 y tenían licencia para derretirse por sus pasiones. Total, el corazón de este evento es precisamente la nostalgia, la fantasía y la explosión emocional de quienes lo visitan y lo hacen cada vez más grande.
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Este no es el guion de una serie japonesa, es la realidad. Desde las 10 a.m., los amantes del manga y del animé latinoamericano llegaron este domingo al Estadio Nacional para experimentar en carne propia el paraíso tico de los cosplayers, dibujantes y fans de estas singulares artes.
Mientras Jade, la cantante internacional invitada hacía delirar a Julia con la canción de sus sueños, en los stands del Matsuri se desataba la euforia. A tan solo pasos, algunos diseñadores reconocidos venden afiches dibujados con sus propias plumas, un cuarteto de cosplayers venden fotos con sus mejores trajes y deseadas colecciones de figuritas que hacen que cundan las sanas envidias.
Ramón Álvarez, de 38 años, no tuvo reparos en expresarlo: “Mae, si yo fuera un ladrón, lo primero que me robó no es plata, es una vara de estas (una colección)”.
En ese momento, Álvarez admiraba con su primo la nutrida exhibición de figuras Transformers y se notaba que por su cabeza pasaban miles de recuerdos. En un momento señaló la figura de Optimus Prime y casi llora contando una historia.
“Mae, como a los 7 años, a mí me regalaron un Optimus. Mae, yo me sentía como nadie con ese muñequillo, me lo trajo un tío de los Estados. Yo lo cuidaba como a mis ojos, pero un día solo lo vi hecho pedazos”, narró Ramón.
-¿Di, qué le pasó?- le preguntan.
“Mae, di nada. Me lo desbarató un vecino en un pleito de carajillos. Lloré como un año y nunca le volví a hablar”, añadió entre risas.
Ramón Álvarez es el rostro de la nostalgia, pero no es el único que se observa caminando por los pasillos del Matsuri. Están los niños que apenas comienzan a enfiebrarse y los adolescentes que se disfrazan o los que sueñan con hacerlo.
Mariela Arroyo, de 15 años, es una de ellas. Le hace mil preguntas a una ‘Sailor Moon’ que se topa por ahí y empieza con la entrevista.
“¿Cómo hace con el pelo?, ¿Dónde compró el traje?, ¿No le da calor?”, le cuestiona.
Arroyo le pregunta de todo, porque seguramente muy pronto le dará una sorpresa a sus papás. Ellos no se hacen la idea de que su hija se vuelva cosplayer.
“No les gusta y ni sé porqué, pero bueno, yo sí me voy a disfrazar”, promete.
No hay duda que el Matsuri es una galaxia social. La convención tica de varias generaciones que se entregaron a la fantasía y que la han convertido en parte medular de sus vidas.
Estuvo lleno de gente el festival, desde la mañana hasta la tarde, y tal parece que su fórmula no tiene fecha de caducidad. Ya lleva 17 años y contando, ¡no para!.