La familia Aguirre Gómez se trasladó desde Corozal, un pequeño pueblo en la península de Nicoya, hasta Jicaral, unos seis kilómetros al sureste, en busca de una mejor vida para sus hijos.
A mediados de la década de 1940, Jicaral era también un pueblo rural, pero había más oportunidades de trabajo para don Oton Aguirre Díaz.
En épocas en que el trabajo infantil estaba normalizado, apareció un puesto como mensajero para el hijo de 10 años de don Oton, Orlando Aguirre Gómez, quien casi siete décadas después llegaría a ser el presidente de la Corte Suprema de Justicia.
La pasión por el Derecho se la transmitió su padre. Él no era abogado, pues no logró pasar de tercer grado, pero conoció a muchos en sus noches de tragos. Uno de ellos solía ir a su casa, una de las pocas en Jicaral donde había máquina de escribir, a levantar escritos que, de alguna forma, le transmitieron conocimiento jurídico a don Oton.
Su espíritu autodidacta y la escasez de abogados lo impulsaron a dar orientación jurídica a los jicaraleños. La Defensa Pública le llegó a pagar honorarios para que asumiera casos en Jicaral, que luego pasaban al centro de Puntarenas, donde los asumía un abogado profesional.
Así fue como el Derecho maravilló a Orlando, quien ahora, a sus 80 años, recuerda que él fue un niño “con un poco de precocidad”. Sus primeros años trabajando como mensajero en una oficina estatal de telégrafos lo hicieron ver la vida desde una perspectiva más madura, lo que siempre consideró “una virtud y una desgracia”.
Entendió el trabajo de oficina desde muy pequeño, pero se perdió de la infancia plena que hubiera deseado.
A pesar de todo, sí encontró tiempo para seguir en la escuela. Su maestro, un joven de 21 años llamado Francisco Hernández López, le ayudó con lo que necesitaba para estudiar y trabajar, y una compañera le prestaba la materia cuando no podía ir a clases.
Apenas a los 12 años, circunstancias excepcionales en la historia de Costa Rica sacudieron su trabajo, pues quedó a cargo de la oficina cuando el telegrafista que la dirigía sufrió un infarto como consecuencia de la “angustia” por la invasión de las fuerzas calderonistas desde Nicaragua, en 1955. Sobrevivió, pero lo trasladaron de oficina y, durante un mes, dejaron al pequeño Orlando al frente de una operación por primera vez en su vida.
“Yo trabajé ahí hasta alrededor de los 20 años. Entonces estaba buscando opciones para trabajar en otra cosa. Se me había ofrecido trabajar en el Magisterio, pero yo tenía un gran problema: solo tenía sexto grado”, rememoró.
Primeros pasos en el Poder Judicial
Al poco tiempo, Orlando encontró un puesto en el juzgado de Jicaral (en aquel entonces llamado “Alcaldía”), donde aprendió a escribir a máquina y empezó a conocer a funcionarios del Poder Judicial que cada cierto tiempo viajaban desde el centro de Puntarenas.
Un juez nombró a Aguirre conserje en el Juzgado Civil de Puntarenas, donde se había abierto una plaza porque trasladaron a la persona a otra sede, y por primera vez obtuvo un trabajo fuera de Jicaral.
En pocas semanas lo nombraron citador y conductor de reos, un trabajo que implicaba ser parte del traslado de privados de libertad entre el juzgado y la cárcel de la isla San Lucas, y que también le dio la oportunidad de tramitar casos en las oficinas.
Este puesto lo ocupó por poco más de un año, hasta que volvió a ser conserje. Pero ya tenía experiencia para más, y un juez le dio un escritorio y una máquina de escribir para que ayudara a tramitar expedientes.
“Ya estaba encaminado en eso de cómo resolver los expedientes, no en dictar sentencias, desde luego, pero lo que es tramitación ya me lo había aprendido”, dice.
Enseguida pasó a fungir como prosecretario, y al poco tiempo viajó hasta San José a trabajar como escribiente (ahora llamado técnico judicial), decidido a terminar allí sus estudios secundarios, que había iniciado en el Colegio Nocturno de Puntarenas.
En 1969 se graduó del Liceo José Joaquín Jiménez, y a los 26 años entró a la Universidad de Costa Rica (UCR) a sacar su título de Derecho, siempre trabajando en el Poder Judicial.

En 1976, aún sin título en mano pero en tiempos en que se permitía, fue nombrado juez contravencional y de menor cuantía en Aserrí; un año después ocupó el mismo puesto en Tibás, y en ese mismo año pasó a ser actuario del Juzgado Segundo Civil de San José.
En la enseñanza encontró otra pasión, y en 1981 empezó a dar clases de Derecho real en la UCR, donde recuerda con estima a sus estudiantes más “inquietos intelectualmente”, quienes cuestionaban la realidad y lo obligaban a ver su profesión desde nuevas perspectivas.
En su momento, tuvo dos oportunidades de pasar al sector privado, primero en el departamento legal de una empresa de venta de carros, y luego como heredero de la clientela de un abogado que se iba a jubilar, pero declinó ambos ofrecimientos y prefirió seguir su trayectoria como juez.
Los años de magistrado
Cerca de sus 41 años, aprobaron una ley que le permitía jubilarse a quien tuviera 30 años de trabajar para el Estado, y él era elegible por haber empezado a los 10 años.
Aguirre, quien llevaba tres años como juez superior civil en San José, lo consideró, pero antes de decidirse, otra opción lo tentó: un político de renombre (cuya identidad no detalló) que había conocido en la universidad le hizo saber que tenía opciones de que la Asamblea Legislativa lo nombrara como uno de los 22 magistrados.
En su segundo intento, con el respaldo principalmente de los diputados del Partido Liberación Nacional (PLN), Aguirre fue nombrado, en enero de 1989, como magistrado de Sala Segunda, la instancia más alta encargada de asuntos laborales y de familia.
Encontró una Sala con grandes problemas de atrasos en trámites, un momento óptimo para él, ya entonces reconocido por su habilidad para tramitar con fluidez los expedientes.
Apenas dos años como magistrado bastaron para que lo nombraran presidente de la Sala Segunda. Si bien por edad le correspondía a José Luis Arce, él se negó porque, según Aguirre, no se sentía competente para manejar los retos en tramitología.
Cuando murió Luis Paulino Mora, presidente de la Corte con apoyo casi unánime entre 1999 y 2013, Aguirre afirmó que le sugirieron que se postulara para sucederlo.
No lo hizo, pues la Corte priorizó a la entonces vicepresidenta, Zarela Villanueva, a la postre la primera mujer presidenta de la Corte Suprema de Justicia, entre 2013 y 2017.
La primera postulación para Aguirre llegó en el 2018, luego de la jubilación de Carlos Chinchilla, quien había recibido una sanción administrativa relacionada con la desestimación de una causa penal contra dos exdiputados ligados al caso del cemento chino.
En aquella primera ronda se repartieron 10 votos entre Fernando Cruz y Orlando Aguirre, y dos fueron para Fernando Castillo. Ninguno alcanzó los 12 requeridos. Entre risas, Aguirre relató que se acercó a su amigo Cruz, y en tono de broma le dijo: “Don Fernando, vengo a pedirle que usted me apoye”.
En segunda ronda, Cruz obtuvo 11 votos, Aguirre nueve y Castillo mantuvo dos. Antes de la tercera ronda, Castillo anunció su retiro. En esa votación, Cruz recibió 11 votos, Aguirre 10, y hubo un voto en blanco. Finalmente, en la cuarta ronda Cruz alcanzó 13 votos y se convirtió en el presidente de la Corte.
Reñida elección
En el 2022, Aguirre lo intentó de nuevo, sin saber que se encontraría con la elección para la presidencia de la Corte más dividida de los últimos 32 años. Durante 15 rondas, a lo largo de tres sesiones (una por semana), parecía que la presidencia estaba entre Luis Fernando Salazar y Patricia Solano.
Ninguno alcanzaba los 12 votos, Aguirre sumaba entre uno y tres, y la votación se extendía más de lo que cualquiera consideraba conveniente. Un viernes por la tarde, contó Aguirre, Salazar llegó a su oficina.
“Me dijo: ‘Don Orlando, he tomado la decisión de no seguir en esto porque ya me siento agotado, ya no quiero seguir en esto, y también he tomado la decisión de apoyarlo a usted’”, lo que implicaba el respaldo de los magistrados cercanos a Salazar. Enseguida, Aguirre llamó a Solano, y ella le dijo que seguiría hasta el final.
Al lunes siguiente, a primera hora, Salazar comunicó ante la Corte que no continuaría en la contienda, con el argumento de que era “lo más prudente, sensato y responsable”.
Luis Guillermo Rivas y Roxana Chacón mantuvieron sus candidaturas, pero era claro que la elección estaba entre Aguirre y Solano: se repartieron 10 y nueve votos en la tercera ronda.
Hubo un receso de 30 minutos que precedió a la cuarta ronda, y las conversaciones que tuvieron lugar en ese rato cambiaron el panorama. En la votación siguiente, Aguirre sumó dos votos más y alcanzó los 12 que necesitaba para convertirse en presidente de la Corte Suprema de Justicia.
Toda una vida de juez
Suena difícil escapar de la rutina tras casi 60 años de trabajar en una misma institución. Para Aguirre, se trata de entrarle a cada expediente como si fuera el primero.
“¿Cuándo lo mata a uno la rutina? Cuando se pretende hacer las cosas mecánicamente”, afirmó el magistrado, criticando a quienes solo copian y pegan para resolver.
“Esas personas no tienen una vocación de lo que es juzgar los casos concretos”, acotó.
Las décadas de experiencia también dejan reflexiones existenciales sobre lo que implica ser juez. No solo se trata de un acto jurídico, asegura Aguirre, sino de decisiones con consecuencias inmensas para las personas.
“Yo escuchaba a un juez, que llegó a ser magistrado, decir que muchas veces uno tiene que tomar una decisión, que hay una interpretación que muchas veces me dice que esto me da para acá si yo les creo a estos testigos, y me da para acá si creo esto otro. Estoy en un dilema”, comentó.
Lo más difícil de todo es que “en esos momentos uno está solo”. Los jueces tienen que resolver con base en la ley, pero siempre intervienen los valores éticos y morales de cada uno.
“Tuve un caso que lo medité tanto... Se estaba quebrando una empresa por un impago, pero la empresa decía ‘Mire, yo puedo salir adelante’. Pero no había forma, los acreedores no estaban de acuerdo, y entonces uno entra en esas situaciones muy complejas, y no queda más camino que la solución dura”, reconoce.
A veces, un expediente da el margen para tomar una decisión acorde con sus valores, pero siempre en la soledad inherente al cargo, lo que Aguirre calificó como la parte más difícil de ser juez.