Los 58 años de silencio que lleva el volcán Irazú, luego de las destructivas erupciones que tuvo entre 1963 y 1965 no borran de la historia y de la mente de muchos adultos mayores las cicatrices por lo vivido en aquellos tiempos.
El geólogo Guillermo Alvarado Induni, de 62 años, afirma que solo tiene vagos recuerdos pues tenía dos cuando la emergencia ocurrió. Sin embargo, sus estudios posteriores le permiten afirmar con propiedad que lo vivido en aquel tiempo por la población, tiene varias similitudes con lo acaecido en nuestro país entre el 2020 y el 2022, con la pandemia por la covid-19.
En cierto modo y guardando las proporciones, lo generado por aquella erupción se compara con los efectos que tuvo en nuestro país la pandemia por covid-19. Ambos hechos afectaron a casi la mitad de la población, la cual entró en una crisis económica por más de dos años.
Solo en Taras y alrededores, fueron 300 casas afectadas, vecinos de poblados enteros tuvieron que moverse y buscar vida en otros sitios.
Según Alvarado, a partir de la erupción surgió un efecto dominó que obligó a mucha gente a cambiar la vida que normalmente llevaba.
Al principio de las erupciones, los niños y muchos adultos estaban encerrados en sus casas, como una forma de protección para librarse de la fuerte caída de ceniza, pero como aquella condición prevalecía, poco a poco tuvieron que ingeniárselas para dejar el encierro y afrontar la “nueva normalidad” de ir a la escuela y a los trabajos aunque cayera ceniza.
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(Colección Archivo Nacional de Costa Rica)
Los ríos y varias tomas de agua potable se contaminaron, por lo que el líquido comenzó a escasear, máxime que la gente se veía obligada a lavar las cenizas de los techos por temor a que estos colapsaran por el peso. Quienes tenían carro debían lavarlo más seguido por la corrosión de tanta ceniza volcánica y lluvia ácida.
Al igual que las olas o picos de la pandemia, las repetidas erupciones vulcanianas, así como varias avalanchas de material que bajaron por el río Reventado constituyeron repetidas amenazas para la población. Entre las personas fallecidas estaban algunos que no acataron las órdenes de desalojo o desafiaron al volcán.
Al igual que en nuestros tiempos pandémicos, hace 60 años hubo nuevos emprendimientos, pues la gente encontró nichos de negocio nuevos. Empezaron a vender escobas de todo tipo y secadoras de ropa, porque era imposible tenderla al aire libre, ya que toda se llenaba de ceniza.
Las pastillas “Vick” para hidratar la garganta, los inhaladores, anteojos, pañuelos y sombreros se vendían mucho más. También era común que se contrataban menores para limpiar los techos de las casas.
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Los cuidados con menores de edad debían extremarse para evitar que cenizas y lluvia ácida los afectaran cuando estaban a la intemperie. Foto: suministrada por G. Alvarado I.
De Estados Unidos se tuvo que importar cuatro barredoras de calles marca Wayne, uno de las cuales todavía se conserva en la Unidad de Mantenimiento del Aeropuerto Juan Santamaría.
Esa vez los más afectados fueron los ganaderos, los caficultores y finqueros. Hubo haciendas con cierres técnicos, por las pérdidas. Así las cosas, mientras unos cerraban, otros encontraron oportunidades de nuevos negocios, como sucedió con la pandemia.
“Vimos un gobierno, que estaba a cargo de Francisco Orlich, enfrentando un evento sobre el cual no tenía experiencia. Tampoco había experiencia mundial en una erupción tan larga afectando a un área metropolitana día tras día. Que un volcán afectara así a un sector capitalino era relativamente novedoso, máxime que Cartago, San José, Alajuela y Heredia, eran las provincias más pobladas”, explicó el científico.
Los vulcanólogos más avezados de la época trabajaban en Hawaii. La experiencia que tenían no era con volcanes de este tipo, por lo que más bien, muchos llegaron a aprender con lo ocurrido en el Irazú.
Al terminar las erupciones, la población percibió que los geólogos e ingenieros afrontaron lo ocurrido con gran estoicismo y nuevas ideas. Se generó el Ministerio del Volcán, creado a raíz de la emergencia, liderado por el ingeniero Jorge Manuel Dengo (Q.d.D.g.), a quien la gente respetaba por la forma de afrontar el desastre, así como ocurrió recientemente con el ministro de Salud, Daniel Salas.