Eran las cuatro de la tarde. La clase no empezaba sino hasta una hora después y aún así el salón de la Asociación de Desarrollo Integral de Alajuelita desbordaba vida.
La fiesta estaba a punto de iniciar entre violines, violonchelos y violas. Ahí calentando, estirando y a punto de tirarse a pista estaba Sebastián Vega, un joven de 15 años que ha convertido a la orquesta en segundo hogar.
Su pasión por la música y la oportunidad de integrar un coro le cambió la vida hace ya seis años, a él y a su familia.
Sebastián es uno de los más veteranos del proyecto Orquesta Infanto Juvenil Edwin Chavarría que desarrolla la Fundación Creando Sonrisas en Alajuelita.
En este sitio aprendió a cantar afinadamente, a leer música y a tocar violín. Su evolución en la música también trajo un cambio en su entorno familiar.
"Antes de que yo entrara a violín no era lo mismo con mi familia. Se empezaron a sorprender y a preguntar de dónde saqué ese talento. Fue algo que me nació hacer y ellos están muy orgullosos", cuenta.
A su corta edad ha aprendido a valorar la importancia de estudiar y esforzarse por alcanzar sus metas. Es consciente de que su origen no tiene por que ser una limitación para formarse como profesional y aspirar a mejores oportunidades.
En el mismo salón -al ritmo de la orquesta- también conocimos la historia de David y Andrew Martínez, a quienes ese día los acompañó su madre, mujer de semblante fuerte, jefa de hogar y orgullosa de sus hijos y de lo que han aprendido.
Evelyn Brenes asegura que el proyecto de la orquesta les ayudó a "mejorar en el estudio, su conducta y les abrió la mente".
"Al menos en mi caso, yo soy madre jefa de hogar y no me gusta que anden por ahí afuera. A ellos todo esto les ha ayudado mucho, la gran ventaja es que no se cobra. Es una gran oportunidad, porque en mi caso no podría pagar las clases para ellos. El cambio se ve en el aprendizaje", cuenta con destellos de agradecimiento entre cada palabra.
"No imaginé ver a mis hijos aquí. Ellos ya son superexitosos. Esta oportunidad les abre el panorama, ellos mismos sienten la necesidad de ponerse a estudiar", comenta.
Ver los cambios en sus propia familia le da las herramientas para asegurar que hace falta más apoyo por parte de otras institución para comunidades en situaciones de vulnerabilidad, como sucede con la suya, e inclusive asegura es necesario que los mismos padres de familia promuevan estos espacios.
"Somos una comunidad en alto riesgo y estas herramientas nos pueden ayudar a evitar que nuestros hijos se nos pierdan por ahí. Esta es la palabra clave, no perderlos, ubicarlos y que sean personas honestas y responsables", sentencia.
Trabajo de hormiga. Lograr casos de éxito como los anteriores no es trabajo de unos días. Entrar a comunidades de alto riesgo no es fácil y no se trata de culpar a sus habitantes. Ellos también son víctimas de las circunstancias, que tratan de sobrevivir en un entorno con problemas de drogadicción, desempleo, maltrato y delincuencia.
Es precisamente ahí, donde ni la policía quiere ir, que se generan los cambios. Donde una gota de ayuda es valorada como un trago de agua en el desierto, y justamente este auxilio es parte del trabajo de muchas organizaciones sin fines de lucro.
El aporte de voluntarios y la donación de empresas públicas y privadas hace posible impactar nuevas generaciones, y a sus familias. Permite cambiar entornos sociales completos como sucedió en La Carpio, con el Proyecto Sifais o en Alajuelita, con la Orquesta Infanto Juvenil.
Creando Sonrisas: acompañamiento en tiempo valioso
Tener una figura cercana que oriente en las decisiones correctas de la vida es indispensable. Valores como dar gracias, decir por favor, respetar lo ajeno, discernir entre lo bueno y lo malo, por aprenden por lo general en casa. Sin embargo, no todos tenemos a esta figura que nos oriente en casa.
Este trabajo de acompañamiento y guía es el que realiza la Fundación Creando Sonrisas en comunidades donde la violencia intrafamiliar, la drogadicción y la deserción escolar son la norma.
Para lograr su cometido, esta organización atiende a los más pequeños a través de talleres extra curriculares donde los niños y jóvenes puedan ocupar su tiempo libre en acciones positivas.
Tienen claro que su enemigo más importante es el narcotráfico.
"Este es un fenómeno de mucha fuerza. Tenemos en escuelas chicos de siete años que saben cuanto cuesta una onza de crack, que les han decomisado droga y que son usados para hacer transbordos después de la escuela", asegura Melissa Leiva, coordinadora de proyectos de Creando Sonrisas.
Es la necesidad en la que viven lo que los convierte en blancos perfectos para realizar actividades delictivas a cambio de unos cuantos billetes.
"Buscamos que ellos estén en espacios seguros la mayor parte del tiempo. Que no estén en su casa viendo lo que no tienen que ver, o en su comunidad haciendo lo que no tienen que hacer", dice Leiva.
Su principal proyecto es el de Alajuelita, el cual desarrollan gracias a alianzas estratégicas.
En esa comunidad todo inició con clases de coro, solfeo y luego llegaron los instrumentos.
Los chicos no asisten solos. Algunos padres se han involucrado, creando un sentido de pertenencia a la comunidad.
"Cuando uno habla de Alajuelita resaltan los estigmas y la percepción negativa. Sí, existe una realidad bastante dura, pero a través de los chicos que tienen seis años en el proyecto nos hemos dado cuenta de que sí los hemos impactado y a sus entornos", cuenta Leiva.
El trabajo más reciente de esta fundación es la incursión a la zona de Barrio Nuevo, ubicada detrás de Multiplaza del Este en Zapote.
Ahí trabajan en un proyecto similar al de Alajuelita, uno que sea propio de la comunidad; pero hasta la fecha y al igual que otras localidades el ingreso no ha sido fácil.
"Esta es una zona bastante complicada. De parte de la fundación no hemos logrado ingresar para hacer difusión. Conseguimos un contacto que nos ayudó a pegar afiches en lugares estratégicos para que los chicos salieran hasta unas canchas de fútbol que alquilamos para dar talleres. Hemos tenido una respuesta fenomenal. Ahí formamos un grupo de fútbol sala masculino y uno femenino", cuenta con orgullo.
El trabajo hormiga por cambiar realidades no termina aquí. Su aporte se extiende a centros educativos ubicados en zonas de riego social como Sagrada Familia o la escuela Honduras, ubicada casi en el corazón de Santa Ana, paradójicamente una zona conocida por su auge económico.
En esta modalidad solo es posible atender a los niños y jóvenes inscritos dentro de las instituciones. Si bien es positivo -porque existe un seguimiento y apoyo al trabajo de educación formal- la realidad es que el esfuerzo de la organización muchas veces se ve limitado por las disposiciones del centro educativo.
"Cuando hay vacaciones o congresos el taller se para, si hay cambio de director y al que viene no le gustan las actividades de apoyo recreativo se detiene el proyecto y tenemos que salir de la institución", lamenta la vocera.
Su presencia en escuelas abrió oportunidades de mejora a niños con "dificultades". Sacarlos del programa por mala conducta, por malas notas o distracción no es una opción.
Este es el caso de una niña que asiste a uno de los talleres de ajedrez. Su situación es particular, los problemas familiares, la dificultad por aprender, su conducta agresiva y su poca capacidad para vincularse con otros niños la empujaron a recibir lecciones individuales en la escuela.
Cuenta la socióloga que -de acuerdo con los profesores de la escuela- los antecedentes de la menor no la hacían candidata para un taller de este tipo. Sin embargo, pudieron más las ganas y como si se tratara de una experta negociadora logró convencer a sus tutores y director de que, al igual que el resto, merecía una oportunidad.
"La niña ya tiene dos años de estar en ajedrez. Al principio ella era un caos, desde su forma de vestir, su pelo, hasta su comportamiento. Ahora es capaz de acatar las normas, como usar las faldas por dentro y anda limpia y ordenada. Realmente el taller le cambió la vida para bien", afirma Melissa.
Pese a que a menudo detectar problemas en los niños, la Fundación no puede intervenir más allá de ser una guía a través de los talleres. La atención sicológica es competencia de las escuelas por medio de sus programas de orientación.
"Hay casos que detectamos y no podemos intervenir. Aún así, nos convertimos en soporte importante para el centro educativo. Ha costado que las escuelas se apropien de los talleres porque lo ven como un regalo, y es cierto, pero se necesita apoyo de ellas como contraparte", lamenta Leiva.
De ahí la importancia de proyectos locales como el que se desarrolla en Alajuelita.
"Cuando se logran cambios -como el de la niña y su familia- confirmamos que proyectos como estos sí pueden transformar vidas", ratifica Melissa.
Sifais: el proyecto que cambió a La Carpio
Esta fundación nació hace seis años. Alicia Viles es la dirigente comunal de lo que antiguamente se conocía como la Cueva del Sapo, en La Carpio, zona conocida por su mala reputación, drogadicción y delincuencia. Pese a la fama de su barrio, esta vecina mantenía la convicción de que tanto ella como su localidad podían aspirar a mejores condiciones.
Su apoyo inició con la búsqueda de uniformes de fútbol para chicos de la comunidad a quienes nadie quería "retar" por ser de La Carpio.
Tocando puertas llegó a la de Maris Stella Fernández, directora de la empresa de comunicación Eureka, quien patrocinó las pantalonetas y camisetas para que los menores lograran su cometido: sudar la gota gorda y meter goles a cuanto rival aceptara un encuentro.
Sin saberlo, esta fue la semilla que se plantó para crear un proyecto mucho mayor. Viles y Fernández se unieron con el cometido de armar una orquesta sinfónica en la temida Cueva del Sapo, para ese entonces este lugar era una zona en donde ni la policía quería entrar. Incluso ni los vecinos de los otros seis sectores se atrevían a llegar a las seudo calles donde reinaba la delincuencia y venta de drogas a vista y paciencia de cualquiera.
Pero las circunstancias no detuvieron a estas dos mujeres y al grupo de voluntarios que se unieron a su causa. A decir verdad, ahora dudan si llegaron a contemplar el peligro real que existía. Sus ganas de ayudar se mezclaron con la inocencia y el desconocimiento de la realidad de aquel precario.
"Nos dedicamos un sábado a buscar chicos que estuvieran en la comunidad. Era curioso porque nadie salía de sus casas. Tocamos las puertas y ahí donde había un poco de tierra nos sentamos con los chicos y dos flautas de plástico a enseñarles música, fue aquí donde nació el Sifais", cuenta Carolina Meza, vocera del Sistema Integral de Formación Artística para Inclusión Social (Sifais).
El proceso para concretar lo que hoy es un proyecto exitoso de ayuda social recibió su dosis de realidad.
"Tuvimos casos de casos, por ejemplo, los chicos querían aprender a tocar violín y como nosotros no teníamos les dijimos que el sábado siguiente llegaran con cajas de cereal para ir enseñándoles temas de postura y demás. Ese sábado ninguno llegó. Cuando los fuimos a buscar a sus casas nos dicen que ellos no comen cereal, que es un lujo", recuerda Meza, quien asegura que aquella situación fue un balde de ubicación donde lograron comprender de que si realmente querían cambiar a La Carpio debían de hacerlo con las uñas.
Pese a sus evidentes necesidades, los dirigentes del Sifais afirman que desde el primer momento supieron que no podrían salir de ahí, el interés por aprender de los vecinos y sus ganas de aprovechar las oportunidades los ató a aquel lugar.
Los patios con pisos de tierra se convirtieron en las aulas una vez con los primeros instrumentos en mano y el lazo entre los dirigentes del proyecto y los beneficiarios se estrechó al darles la oportunidad de llevar los aparatos a sus casas.
"Son comunidades que no están acostumbradas a que la gente llegue y confíe en ellos. Entregarle los instrumentos fue de las cosas que más impacto tuvo", afirma Meza.
Con el tiempo fueron entrando otros voluntarios y ya no solo en la parte musical. Por ejemplo, una joven que le gustaba hacer trenzas se puso un rótulo en la espalda que decía: "clases de trenzas en media hora". Después de eso las niñas llegaban peinadas a las clases. Todo aporta.
Actualmente, el Sifais cuentan con 125 talleres enfocados en música, deporte, arte, teatro, producción audiovisual, fotografía y periodismo.
Cuentan además con un eje de formación técnica. Se trata de un programa que se lleva a cabo en alianza con el Ministerio de Educación Pública para impartir clases de bachillerato abierto.
Su más reciente iniciativa es el enfoque de emprendimientos sociales productivos, donde esperan generar ingresos tanto para la comunidad como para la Fundación.
"Entre costuras" es el primero de ellos, se trata de una marca de accesorios liderada por ocho mujeres. El segundo es "Delicias del Sifais", un proyecto de catering service de alta calidad, que dará empleo a expertas en cocina.
El Sifais ha llegado a tener hasta 900 estudiantes, pero sus dirigentes consideran que el alcance va más allá. "Nos pasó con una pequeña que nos contó que cuando ella practica sus papás no gritan. Es evidencia de que impactamos hogares y familias. Hoy podemos decir que La Carpio sí ha regenerado el tejido social", afirma Meza.
La comunidad hizo suyo el Centro de Integración y Cultura, edificio de 900 metros cuadrados de construcción, con dos naves de cuatro plantas.
"Son personas que valoran muchísimo esa oportunidad, que la agradecen y la cuidan. Han tomado conciencia de que pueden tener aspiraciones a mejores cosas. A una calidad de vida diferente", concluye la vocera del Sifais.
Estos son solo dos ejemplo de la cantidad de proyectos sociales que a paso de hormiga logran cambiar realidades tanto de sus voluntarios como de quienes se ven beneficiados en medio de la necesidad y las ganas de disfrutar de una mejor calidad de vida.
Fuentes:
Fundación Creando Sonrisas (tel.: 2100-8442). Sistema Integral de Formación Artística para Inclusión Social, Sifais (tel.: 2290-5690).
Fotos John Durán y Rafa Pacheco