Cruda no es el primer emprendimiento de Pamela Hernández, tampoco el único con enfoque ambiental. Antes de los zapatos exploró con una marca de ropa e incluso diseñó muebles a partir de materiales de desecho de computadoras. La creatividad está en su rutina y la responsabilidad con el medio ambiente, en su adn.
Pero la empresa de muebles agotó su ciclo y ella decidió que encontraría un nuevo proyecto para reinventarse. Un día de tantos, en esa nada sencilla búsqueda, llegó la inspiración y escribió en una libreta “hacer zapatos”. De inmediato sintió que era lo que había estado buscando e inició una lista de todo lo que necesitaba hacer para lograrlo.
El paso a paso la llevó a Masaya, Nicaragua, en busca de maestros zapateros que le enseñaran el oficio. “Me tomó un año de viajes, en donde intercalaba mi trabajo de lunes a viernes con giras de fines de semana a Masaya. Quería entender todo el proceso y ¡también vi todos los tutoriales disponibles en Youtube!”.
De cacería
Parte de su trabajo de campo incluye constantes visitas a tiendas de ropa americana, donde elige pacientemente prendas de cuero en buen estado que se convertirán en la materia prima de sus creaciones. Aunque también sus amigos le suplen de vez en cuando con algunos de estos tesoros que ya no usan.
Cada diseño es una aventura creativa. En algunos casos solo traza un dibujo, al que va dando forma, en otros palma la idea en arcilla y lo pinta para probar los colores que mejor encajan. “Es un proceso artístico poco estructurado, básicamente me baso en los materiales que tengo y les voy dando forma. En el taller trabajo con dos artesanos, uno que se enfoca en los detalles y el otro en lo más rústico; el oficio de zapatero requiere mucha habilidad y fuerza, es un trabajo difícil”.
Asegura que disfruta todo el proceso de producción, sin regirse necesariamente por horarios, por lo que mientras despacha un par de zapatos y entrega la factura, su mente comienza a hilar lo que se convertirá en su próximo diseño.
“No existe una división entre un trabajo y otro. Mientras pinto un tacón puedo estar pensando en la distribución, cuando estoy viendo una película puedo estar imaginando nuevos diseños. En fin, el proceso creativo no se detiene, tampoco mi parte más racional. Cuando sale un par de zapatos del taller con un resultado que me encanta, solo puedo motivarme y pensar cómo voy a superarlo en el siguiente par”.
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