Dice Karl Lagerfeld que "los estampados florales son para mujeres gordas de mediana edad". Él, director creativo de Chanel, asegura nunca haber sido feminista, ya que "no soy lo suficientemente feo". Fue el mismo que consideró a la cantante británica Adele como un "poquito demasiado gorda".
Karl Lagerfeld es ese tipo a quien odio por la simple razón de que no puedo ignorarlo: Es un genio. Aunque crea firmemente que nunca debería abrir su boca, conoce la industria de la moda como pocos y, sin dudarlo un instante, es uno de los diseñadores más importantes del siglo pasado y puede que también del siglo presente.
Habrá que preguntarse qué fue primero, si su genio creativo o su extravagancia. Sin importar el orden de aparición, ambos acompañan siempre el trabajo de este diseñador alemán.
El pasado 30 de septiembre fue una muestra de ello. Su desfile, el más esperado de la Semana de la Moda de Paris, cerró con una especie de protesta feminista en la que modelos de la talla de Cara Delevigne y Giselle Bunchen llenaron de pancartas el Boulevard Chanel en el Gran Palais.
"Ladies First" (Las damas primero), "Boys should get pregnant, too" (Los hombres deberían embarazarse también), "Make Fashion not War" (Hacer la moda y no la guerra) o "Feministe mais Feminin" (Feminista pero Femenina). Así eran las consignas que las modelos mostraron ese día, en algo que pretendía hacer eco de las luchas feministas del pasado.
Las revistas y blogs de moda estallaron en halagos para el creador y su inusual pasarela. Otros tantos lanzaron críticas hacía la vanalidad a la que fue reducida una lucha feminista que se cimentó lenta y constantemente durante décadas y, de la cual, la misma Coco Chanel formó parte. En uno de los pantalones y trajes que la francesa creó en los año 30, no se encontraba solo el ansia de vender, sino la firme convicción de que la mujer podía liberarse del corsé, el vestido y miles de ataduras sociales.
¿Que pretendía Karl Lagerfeld? ¿Consagrar el reinado de la ropa deportiva? ¿Crear un espectáculo inolvidable? ¿Relacionar su nueva colección —de cortes masculinos, tejidos bordados y tonos negriblancos— con una reivindicación de la libertad de elección de la vestimenta?
Era todo lo anterior y, además, buscaba generar una maniobra de mercado audaz que deformara el feminismo para convertirlo en una causa "chic", superficial y que se olvida de ser contestataria. Un show del que se olvidó la función social de la moda.
"El comportamiento de la moda tiene enormes repercusiones en las mujeres de todo el mundo; desde la manera en la que trata a las mujeres trabajadoras en las maquilas y los almacenes hasta el impacto en la manera en la que nosotras nos sentimos sobre nuestros cuerpos y sobre nosotras mismas. Me gustaría que la moda asumiera esa responsabilidad seriamente", escribía en un post Lucy Cosslett, en el diario británico The Guardian.
El espectáculo que ofreció Karl Lagerfeld en París vuelve la mirada a la posibilidad de la moda de tener un compromiso social, de ser reivindicativa y de plantear situaciones incómodas. Todo sobre una pasarela en que desfila ropa cara.
¿Se puede hablar de protesta social en una industria de la moda que se debe a sus posibilidades lucrativas y el amor por las marcas? (¿Quedará acaso algo en el planeta que no se deba a sus posibilidades lucrativas?).
Muchos creerán lo contrario, pero hay un diseñador que lo ha hecho posible: Hussein Chalayan, un británico de origen turco y chipriota que ha mostrado el drama de los refugiados y la opresión de las mujeres musulmanas.
En 1997, presentó una colección donde un grupo de mujeres desfilaron con burkas de diferentes longitudes. Bajo el traje negro, todas estaban totalmente desnudas. La última solamente tenía cubierta su cara, su identidad. "El velo —explica Chalayan— envuelve a la mujer en un aura de muerte", asegura Charlotte Seeling en su libro Moda, 150 años.
En 1999, llevó su propuesta un paso más allá: la colección Afterwords convirtió la ropa en arquitectura y la pasarela se convirtió en una discusión sobre la naturaleza humana. En medio de la guerra de Kosovo, las modelos entraban a un escenario-pasarela y tomaban la tela de los muebles y la estructura de las mesas para convertirlas en sus trajes. Tenían la misma urgencia de quien debe huir de su país de origen para refugiarse en otro territorio.
En un fondo blanco, pulcro y en medio de un mobiliario reconstructivo llevó a la víctima de la guerra, al subalterno, a la moda. Su intención era mostrar cómo, al ser refugiado, solo nos queda lo que llevamos encima.
Algunos dirán que Chalayan y Lagerfeld son diferentes. Uno maneja la que podría ser la marca más emblemática de la moda y los trabajos del otro parecen piezas de museo. Pueden llevar razón, pero el punto aquí es este: sí, la moda también puede ser un lugar de combate.