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Vale y Andrés son dos niños de El Porvenir de Desamparados que no se conocían, aún cuando son alumnos de la misma escuela. Sin embargo, la colindancia de sus patios y las semanas en casa propiciaron una amistad inesperada, con conversaciones de un lado al otro de la tapia. Foto: Cortesía Jeniffer Barquero. (Jeniffer Barquero)
Hace unos días, Jennifer Barquero, una vecina de Desamparados, compartió en un grupo de Facebook una historia que de inmediato causó furor. Su relato venía acompañado de una fotografía en la que se veía a una niña, apoyada en una escalera, hablando desde un patio con un niño ubicado al otro lado de la tapia. “Ve qué bonita historia; de las que hace falta leer en estos días", me comentó mi esposa. Vaya que tenía razón.
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Un buen día un juguete que no era de Valentina apareció en el patio de su casa. Los padres de la niña asumieron que era del chiquito que vivía al otro lado de la tapia: no lo conocían pero lo escuchaban de vez en cuando jugar. También asumieron que había ido a dar a su casa por accidente.
Pero Andrés tenía un plan.
Pasaron los días y más juguetes de la casa de atrás iban a dar al otro lado del muro. Finalmente, una cara infantil se asomó por encima de la pared. Efectivamente se trataba del hijo de los vecinos, un niño algo tímido que cuando veía a los vecinos adultos se chillaba, pero no a Vale. Los juguetes que Andrés lanzaba con insistencia de una propiedad a la otra eran para ella, para Vale.
Valentina Campos tiene 8 años, Andrés Chaverri suma 7. En el “viejo mundo”, entendido como aquel en que nuestra convivencia no estaba condicionada en todos los aspectos por una pandemia, es probable que sus vidas hubiesen seguido caminos separados, aún cuando los dos son alumnos de la misma escuela. Sin embargo, la vida quiso otra cosa y desde hace algunas semanas son los mejores amigos; sus encuentros diarios son la ilusión para ambos, y sus familias han aceptado y facilitado el vínculo entre dos chiquitos a los que un evento planetario que afectará para siempre el mundo en el que crecerán fue, justamente, el que los impulsó a unirse en tiempos de distanciamiento social.
Eran otros tiempos
La primera vez que Andrés lanzó un juguete a la casa vecina, Costa Rica era otra. En ese momento los políticos y periodistas se gritaban a causa del escándalo de la UPAD, el presidente Alvarado no pasaba por su etapa más popular, Christian Bolaños pintaba a ser el goleador veterano del fútbol criollo, Guns N’ Roses tenía todo listo para regresar a Costa Rica y la mayoría de los ticos le ponían más atención a Keyla Sánchez y Víctor Carvajal que al ministro Daniel Salas. Parece que fue hace una eternidad.
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La comunicación entre los niños se ha ido modernizando desde que empezaron sus diálogos. Hoy el Whastapp es su aliado. Foto: Cortesía Cindy Díaz. (Cindy Díaz)
Dos semanas después de que el primer juguete volara por encima del muro, Vale y Andrés fueron, sin proponérselo, parte de una noticia nacional. La escuela Reverendo Francisco Schmitz, en el Porvenir de Desamparados, fue cerrada de modo preventivo, luego de que uno de sus funcionarios diera positivo con el nuevo coronavirus. Era el 9 de marzo y los 592 estudiantes del centro educativo fueron enviados a sus casas, entre ellos Vale y Andrés (ella cursa segundo grado y él está en primero).
Su escuela fue la primera en suspender lecciones en el país a causa del covid-19. Pronto otros centros seguirían la misma ruta y más de un mes después los escolares y colegiales siguen en sus casas, a la espera de la incierta fecha de volver a encontrarse presencialmente con sus compañeros y profesores.
Andrés y Vale fueron de los primeros niños costarricenses que experimentaron las medidas de confinamiento y distanciamiento social. Sin posibilidad de salir de sus viviendas para jugar y siendo ambos hijos únicos, sus padres han sido sus compañeros de cuarentena. O al menos así era hasta que Andrés rompió el hielo con sus vecinos de atrás.
Cuenta Jennifer Barquero, la mamá de Vale, que su hija se emocionó cuando su vecino se asomó por encima de la tapia. Pronto empezaron a hablar y arreglar el mundo, él apenas visible del otro lado de la pared, ella acostada en la hamaca de su patio. Las tertulias con cada día que pasaba sumaban mas minutos y a los chicos la noche empezó a sorprenderlos, al punto de que Andrés se las ingenió para ponerse un foco en la cabeza y seguir hablando con su nueva amiga aún en la oscuridad.
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Poco a poco la dinámica se fue oficializando y sofisticando. Luis Alonso Vargas, el esposo de Jennifer, colocó una sombrilla de playa en el muro para proteger a los chicos del fuerte sol veranero, y los niños empezaron a coordinar sus agendas, poniéndose de acuerdo, por ejemplo, en sus tiempos de comida.
Del otro lado las cosas se vivieron igual. Cindy Díaz y Roberto Chaverri, los padres de Andrés, notaron como su hijo se encariñó rápido con la niña de la casa trasera. “Él es tímido cuando está conociendo pero con Vale pronto agarró confianza”, explica Díaz. Los niños empezaron gritándose de patio a patio y luego empezaron a comunicarse por medio de walkie talkies y finalmente por Whatsapp, pero nada sustituye a sus conversaciones en la parte alta de las escaleras, con las precauciones del caso, desde luego.
Andrés se consiguió un mecate y lo pasaba al otro lado con juguetes, y Vale hacía lo propio amarrándole cosas suyas para que él jugara. A ese paso, era evidente que un encuentro se hacía no solo inevitable, sino urgente.
Vecinos de espaldas
La cuarentena obra en maneras misteriosas. Las casas de Andrés y Vale solo colindan por su parte trasera, de hecho se ubican en distintas urbanizaciones de El Porvenir. Cuando las puertas delanteras de sus casas se abren, las distancias entre ambas familias se extienden. Sin embargo, un sitio en común era compartido por Vale y Andrés: el “chino” de la esquina.
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La última vez que Vale cruzó a la casa de Andrés, se quedó tres horas. Foto: Cortesía Cindy Díaz. (Jeniffer Barquero)
El minisúper fue el inesperado punto en el que finalmente los amigos se vieron de frente. Un día Andrés supo que Vale iba con su mamá a hacer una compra rápida a un establecimiento cercano, ya cuando todos veíamos los mandados con algo de temor, dado que los contagios del nuevo coronavirus aumentaban en el país. Aún así, el chico fue convincente y sus padres aceptaron ir con él rápido al súper para un encuentro “hola y adiós” con su vecina favorita.
Como es de esperarse, la cita fue breve y de pocas palabras. Andrés se chilló tanto que poco pudo decirle a Vale pero, afortunadamente, la comunicación volvió a fluir cuando retomaron a sus canales habituales, de patio a patio.
Hace un par de semanas, finalmente los niños siguieron la ruta de sus juguetes: cruzar el muro. Mientras Cindy y Jennifer conversaban desde sus patios, Andrés preguntó si Vale podía pasarse un momentito a su casa. Las madres accedieron y un tío ayudó a Vale a cruzar por encima de los alambres de púas, que hay que decir ya estaban recubiertos justamente pata evitar que los contertulios se lesionaran.
La visita fue intensa, con Andrés guiando a Vale por todos los rincones de su casa. Luego le tocó a él corresponder la visita y lo cruzaron a la vivienda de la niña, la cual él recorrió de pe a pa con desbordada emoción.
Desde entonces, Andrés y Vale han podido cruzar un par de ocasiones más, e incluso ya tuvieron una fiesta de “piscina” (palangana, en realidad, pero no importa). Los juguetes han seguido su tránsito de un lado al otro y las familias han crecido en confianza y respeto para los vecinos con los que difícilmente iban a cruzar camino en otras circunstancias.
Cuando las clases se suspendieron, Andrés apenas tenía un mes en su nueva escuela. De hecho, si bien su padre es oriundo de El Porvenir, no fue sino hasta hace poco que la familia se mudó a esa comunidad de Desamparados, por lo que las posibilidades de haber coincidido con Vale previo a la cuarentena era aún menores. Ínfimas.
El 25 de marzo, Vale cumplió años. Andrés le regaló una ardillita de juguete, aunque en realidad quería obsequiarle un iPhone 5. A ella la ardilla le encantó.
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Vale y Andrés suben a diario sus respectivas escaleras para encontrarse en la tapia. Ahí meriendan al mismo tiempo. Foto: cortesía Jennifer Barquero. (Jeniffer Barquero)
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Una estampa frecuente: Andrés asomado por la tapia y Vale charlando con él desde la hamaca, en su patio. Foto: Cortesía Jennifer Barquero. (Cindy Díaz)