Jorge Jiménez Deredia no puede estar más agradecido por el año que tuvo. Su intención era llenar de arte a San José, pero fue él quien terminó repleto de aprecio por parte de los costarricenses.
En febrero de este año, el célebre escultor nacional tomó la capital y la convirtió en un museo al aire libre con la muestra más grande jamás vista en esta ciudad: una exposición de 27 esculturas de gran formato, algunas de hasta 40 toneladas. La respuesta del público no pudo haber sido más entusiasta, pero en especial, más cálida.
Durante los cinco meses que se mantuvo la exhibición llamada La fuerza y la universalidad de la esfera no hubo quien se resistiera a pedirle a su creador una foto cada vez que se lo topaban en medio de las esculturas, ya fuera que estuviera supervisando su instalación o durante alguna de las visitas guiadas que realizó. Este hombre de 65 años confiesa, con humildad, que disfrutó el recibir tanto afecto.
“Eso significó mucho. Yo, después de muchos años, nunca había hecho una exposición tan grande en mi país y ver que la gente recibió con cariño la exposición, eso para un artista representa mucho, sino todo. Comunicarse a través de las obras con su propio pueblo no es tan fácil. Ese pueblo que te vio nacer, que vio al chiquillo jugar con bolitas de vidrio, que lo vio a uno entre los cafetales y proveniente de una familia con pocos recursos y que llega ahora con una exposición de este tipo y que ellos acogieron de esa manera”, afirma el escultor en una reciente conversación telefónica desde Italia.
El 2019 fue bueno con este tico oriundo de Heredia. En la segunda mitad del año recibió uno de los más grandes reconocimientos que se le pueden otorgar a un escultor, como lo es el premio Pietrasanta e la Versilia nel mondo que solo se le ha otorgado a destacadas figuras como el polaco Igor Mitoraj o el colombiano Fernando Botero. Sin embargo, su corazón rebosa cuando se habla de la exhibición en San José.
“Fue un año lleno de satisfacciones, particularmente en Costa Rica ya que fue allá donde recibimos las alegrías más grandes: ver a la gente que te paraba en la calle y conversaba y agradecía por haber llevado las esculturas a Costa Rica y haber tenido la confianza de dejárselas en la ciudad”, destaca.
El escultor reflexiona sobre las conversaciones que intercambió con la gente y que quedaron grabadas en su memoria. Recuerda, por ejemplo, la historia de una señora que le contó como cada mañana cuando caminaba hacia el trabajo veía las esculturas y hasta conversaba con ellas. A ella le preocupaba que cuando se las llevaran le iba a quedar un gran vacío. “Ese tipo de expresiones por parte de la gente lo llenan a uno de satisfacción”, resalta.
También imborrable para él fue el momento que departió con un hombre muy humilde, quien lo paró en la calle una vez y le dijo: “yo a usted le debo de agradecer porque me devolvió mi sentido de ser costarricense. Solo esas palabras valieron la exposición”, rememora mientras su voz se alegra al otro lado del teléfono.
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El amor con amor se paga, por eso Jiménez Deredia, convertido en una especie de rockstar criollo, asevera que disfrutó cada solicitud de un selfie o un autógrafo. “Fue una alegría inmensa. Yo traté de que todo el que quisiera, lo pudiera lograr porque era una manera de agradecerles por el cariño que me estaban manifestando ya fuera con la fotografía, la firma o lo que ellos quisieran. No sé si cometí algún error y me salté a alguien”, confiesa abrumado ante la posibilidad de haber omitido a alguna persona.
No todo fueron flores ya que desde que se anunció la exposición surgieron algunas voces contrarias y, justo el día antes de la inauguración oficial, un grafiti manchó una de la obras con un mensaje descalificativo. Sin embargo, Jiménez asegura tener oídos sordos para cualquier crítica negativa que carezca de sustento.
“Yo a esas críticas normalmente no les pongo atención porque un 80% viene del gremio artístico que no ha logrado hacer una cosa de ese tipo y porque no tienen argumentos sólidos, por lo que no pueden aportarme algo bueno para seguir creciendo y renovar”, sostiene tajantemente este hombre que heredó de su padre esa tenacidad, ya que con solo 7 años, se convirtió en el bastón de su progenitor cuando este quedó paralítico y aún así se las ingenió para mantener a su familia de nueve miembros.
Incansable
En octubre anterior, el artista y su familia lograron, por fin, hacer un viaje que tenían en su lista de pendientes desde hace buen tiempo. Se fueron para la ciudades de Atenas y Olimpia, en Grecia, y ahí pudo descansar con sus nietos y el resto de familiares durante unos diez días, pero Jiménez Deredia reconoce que siempre es Costa Rica el lugar donde recarga su energía.
Por eso, desde finales de noviembre, como ya es tradición, viene con su familia por unos dos meses con su maleta repleta de ideas y se refugia por algunas semanas en la playa. “Yo amo la casa de Guanacaste, ahí los monos te despiertan y hasta hemos encontrado algunas cascabeles, pero las playas son espléndidas y yo la paso muy bien cuando estoy ahí”, confiesa el escultor.
Y aunque vino a descansar, su inquieta mente no se detiene. Ahí en Guanacaste será donde armará el marco filosófico para sus dos próximos grandes proyectos: una exposición en la ciudad de Génova (2020) y otra en Pisa (2021). De manera adicional y a largo plazo, piensa continuar con la Ruta de la Paz –que incluye 10 monumentos escultóricos desde Canadá hasta Tierra del Fuego–.
“En la casita en Guanacaste tengo un taller, y ahí puedo descansar y modelar y trabajar y en ese par de meses voy a pasar estructurando la parte filosófica de las exposiciones que vienen y descansando en Costa Rica que es un país maravilloso para ese propósito”, concluye.
Ese calorcito tico que nunca falla.