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Obituario 2020, Revista Dominical: Sean Connery, ilustración Francela Zamora. Para uso exclusivo de la Revista Dominical.
Thomas, Thomas Sean Connery, era su nombre real, en donde se mueve la mayoría de los seres humanos; sin embargo, esta mayoría comenzó a admirarlo cuando se presentaba así: “Bond, James Bond”. Por truculencia del cine, preferíamos verlo en la pantalla grande como el agente 007.
Nació en Edimburgo, Escocia, y estuvo siempre a favor de la independencia nacional escocesa, lo que no impidió que la corona británica le concediera el título de “Sir”. Nació el 25 de agosto de 1930, para morir el 31 de octubre del 2020, mientras la pandemia del covid cerraba salas de cine por todo el mundo.
Hijo de Euphemia y de Joseph, ella ama de casa y él camionero. No era suficiente lo de ser camionero y Thomas tuvo que abandonar los estudios a los 13 años para dedicarse a repartir leche, al viejo estilo, nada de lo que vemos hoy ni de lo que veremos en el futuro. Repartir era repartir y Sean Connery fue lechero.
Posiblemente, muchos lecheros hayan querido ser actores y, en lo que respecta a Thomas Sean Connery, este prefirió irse y enrolarse en la marina británica. Lo militar es muchas veces un escondrijo de quienes no la pasan bien económicamente.
El problema del amigo Thomas es que pronto debió dejar la marina británica, por culpa de una úlcera estomacal. ¿Quién lo hubiera dicho cuando lo veíamos tan intrépido y mujeriego, Martini en mano y con permiso de matar, en los filmes con 007 de personaje?
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Parece que fue el actor Robert Henderson quien lo llevó al teatro. Su primer papel fue en el conocido musical South Pacific, de Rodgers y Hammerstein II, en la época de las buenas operetas estadounidenses. Ahí se le abrieron las puertas al señor Thomas Sean Connery: obvio, en el teatro primero.
Lo cierto es que Connery tenía condiciones histriónicas, además de atractivo físico como para pasar al cine. Así sucedió. Ruta infernal, en 1957, fue su primer tanteo secundario en una película y le siguieron otros títulos. Como anécdota, podemos mencionarlo en La gran aventura de Tarzán (1958), pero no como Tarzán, papel que encarnó uno de los tarzanes míticos: Gordon Scott.
Como a todo lechero le llega su botella de leche, Sean Connery tuvo su momento de gracia y, sin echarle agua a la leche, encarnó por primera vez al espía ungido, el famoso 007, James Bond, en 1962, en El doctor No.
Luego vendría una seguidilla de filmes semejantes con James Bond envuelto con otros personajes, bellas mujeres (sobre todo en los finales de las películas) y acción fina e intensa. Aquí no vamos a hacer lista, es fácil conseguirla.
Con Diamantes para la eternidad, en 1971, hace un corte con el agente especial, porque no quiere anquilosarse con el personaje y, así, poder demostrar que era buen actor en otras películas. Lo logró y trabajó para grandes directores del cine universal.
Sean Connery se dio el gusto de regresar, por última vez, como James Bond en Nunca digas nunca jamás, en 1983. Para esta época llegaron los dos títulos que habrían de consagrarlo ante la crítica especializada, posiblemente para siempre: El nombre de la rosa (1986, Jean Jacques Annaud) y Los intocables (1987, de Brian de Palma).
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Connery rechazó un papel en El Señor de los Anillos, pese a que le ofrecieron hasta un 15% de los recibos de taquilla mundiales para interpretar a Gandalf: hasta ahí había subido el muchacho que repartía leche por las calles de Edimburgo.
Sus enemigos lo acusaban de tener un paraíso fiscal en Nassau, las Bahamas. Cierto o no, allí falleció a los 90 años, porque dijo que volvería a su país hasta que Escocia fuese independiente. Se había retirado del cine en el 2003 con el fallido filme La Liga de los Hombres Extraordinarios.
El autor es crítico de cine.