
Escribir el obituario de la gran actriz, directora, dramaturga, productora y maestra teatral Roxana Campos Luque es de esas tareas que uno nunca quisiera hacer, porque uno siempre anhela que alguien tan grande como nuestra querida Roxa no se fuera nunca. Con el corazón estrujado y la nostalgia a flor de piel escribo estas líneas para recordar a una de las mayores figuras del teatro costarricense.
Las tablas costarricenses se llenaron de luto este año. La partida de grandes figuras de los escenarios marcaron a un gremio solidario, en el que todos nos conocemos y nos queremos.
Entre los sensibles fallecimientos de este año no puedo dejar de mencionar a Mariano González, Andrés de la Ossa y Francisco Enrique Valverde del grupo de teatro Caña Brava. Y cuando el 2020 iniciaba su despedida, nos sorprendió con el fallecimiento de nuestra querida Roxana Campos, a sus 72 años.
Cuántas cosas se pueden decir sobre Roxana. Mujer de teatro, en el amplio sentido del término, buena amiga y compañera, madre y abuela amorosa, cálida, auténtica, valiente, guerrera de alma noble, feminista, luchadora social, mujer rotundamente libre, comprometida con la vida y con el teatro. Hizo lo que quería, sin dañar a nadie. Siempre dijo lo que pensaba sin ofender. Vivió la vida con intensidad, no se guardó nada.
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Hablar de Roxana Campos es hablar de la historia del teatro costarricense.; el escenario era su hábitat. En las tablas fue libre y desde las tablas habló de libertad y de justicia.
Desde niña, soñaba con ser actriz y llegar a Hollywood. Y ella misma se puso como nombre artístico: Acsabath. En la Escuela Manuel Belgrano en Hatillo dio sus primeros pasos en el escenario, en las veladas artísticas, donde la maestra le daba siempre el papel principal.
Es famosa su anécdota cuando, cursando secundaria en el Colegio Superior de Señoritas, participa en un concurso literario y escribe una obra de teatro. La directora decide no darle el premio por considerarla rebelde, debido a su espíritu libre y ser una mujer empoderada.
Ante tal injusticia, cosa que Roxana nunca toleró, se fue al aula, tomó unos periódicos y les prendió fuego como acto de protesta. Ella siempre manifestó sus pensamientos. Esto le valió, como “premio”, ser expulsada del colegio. Y así llega al Conservatorio Castella, donde don Arnoldo Herrera, visionario como era, descubrió y desarrolló el verdadero potencial de Roxana.
Ahí ponen en escena la tragedia griega Las Troyanas de Eurípides, y Roxana pasa a formar parte del coro de 40 jóvenes actrices. Y como el teatro es quien se encarga de elegir a sus hijos, la actriz principal se enferma cerca de una importante función.
Cuando don Arnoldo pregunta entre el elenco si alguna se sabe el papel protagónico, Roxana levanta la mano y se ofrece a hacer el papel. Es así como llega a presentarse con esta obra en el Teatro Nacional de Costa Rica para nunca más volverse a bajar del escenario.
A partir de ese momento su fama de buena actriz se extiende por todo el medio artístico costarricense y así pasa a ser actriz fundadora de la Compañía Nacional de Teatro, donde se destacó por su talento, pasión, entrega y presencia escénica.
Posteriormente pasa a ser parte del grupo independiente Tierra Negra, dirigido por el Maestro Luis Carlos Vásquez, con quien tendría una maravillosa complicidad artística por muchos años. Con Tierra Negra Roxana marcó una época con un teatro experimental y de enorme compromiso político.
Ningún escenario de este país le fue desconocido. Encarnó los personajes de los autores más importantes de todos los tiempos: Shakespeare, Moliére, Brecht, Eurípides, García Lorca, Beckett, Pirandello, Suassuna, entre muchos otros. ¿Y cómo olvidar su impecable interpretación en Historia de una cualquiera, de Eduardo Zuñiga?
Hizo todo el teatro que quiso e interpretó todos los géneros, donde interpretaba sus personajes con esa fuerza huracanada que siempre la caracterizó.
Poseedora de una ética teatral inquebrantable, de esa que lamentablemente se llama ahora “la vieja escuela”. En los ensayos y funciones era la primera en hacer los calentamientos, sin importar la edad que tuviera. Era ejemplo e inspiración para los más jóvenes.
Su instinto materno acogía y protegía a los nuevos actores que llegaban a un elenco. Su vocación de maestra siempre se manifestaba en los elencos. Por eso muchos la consideran su madre teatral. Muchas veces la escuché decirle a algún joven actor “eso no se hace”, cuando lo descubría llegando tarde a función o cuando se asomaba a atisbar cuánto público había en la sala. Porque Roxa era amorosa, pero frontal y sin ambigüedades.
Esta vocación de maestra la llevó a la docencia, donde formó a muchas generaciones de actores y dramaturgos que hoy reconocen la enorme influencia de la Maestra en sus carreras.
Como dramaturga, escribe Buenos días servidumbre, Pablojosé, El cristal de mi infancia, entre otras obras, ganando los premios de la Compañía Nacional de Teatro y la Editorial Costa Rica
Y si hablamos de premios, como actriz Roxana los coleccionó. Ganadora del Premio Nacional de Teatro como mejor actriz de reparto”, en los años 1984, 1989 y 1990; y como mejor actriz protagónica, año 1997.
Además, representó a Costa Rica internacionalmente en festivales de teatro en Colombia, México, Puerto Rico, Venezuela, Estados Unidos y España.
Nos hereda grandes recuerdos de sus actuaciones, grandes enseñanzas como maestra y grandes seres humanos en sus hijos, Danny, Valentina e Ítalo, buenos artistas todos. Y también en sus nietos Luca e Irene, quienes tuvieron la fortuna de conocer y sentir el abrazo cálido de su amorosa abuela.
Vuela alto querida Roxa. Te fuiste en paz después de una vida plena, llena de aventuras. Tu voz, potente y libre, quedará resonando para siempre en los escenarios costarricenses.
El autor es actor y director.