“Y aquí estoy”. Cada vez que Aristides Guzmán intenta relatar un pasaje de su historia, termina con esa frase. Más que una afirmación, un golpe en la mesa. No importa cuál capítulo biográfico rememore –su paso del campo a la ciudad, sus comienzos elaborando guitarras, el momento en el que decidió abrir su empresa– siempre termina en lo mismo: “Y aquí estoy”.
Este año harán siete décadas desde que don Aristides confeccionó su primera guitarra. Se le llama lutier a quien construye o repara instrumentos musicales de cuerdas. Aristides es lutier pionero; uno de los pocos que siguen en pie de entre los que mantuvieron la tradición de sus mayores en la primera mitad del siglo XX.
Con casi 85 años encima, Guzmán pretende seguir trabajando hasta que muera. “No sé hacer guitarras”, advierte, eso sí. “En esto, todos los días se aprende”.
Mantiene una operación pequeña en Llorente de Tibás, en la que sus empleados se encargan de la producción regular (unas 15 guitarras por semana) mientras él trabaja en proyectos específicos. “Ahora estoy haciendo una guitarra nada más porque no me gusta comprometerme; me presiona mucho”.
“Esto prácticamente es una industria, pero es artesanía”, comenta Fausto Castro, quien empezó a trabajar en el taller de Aristides Guzmán en 1979. Su compañero, Edwin Lépiz, tiene similar cantidad de años en la planilla de la empresa –empezó barriendo más de cuatro décadas atrás y ahora se encarga de los detalles finales de las guitarras– y afirma que trabajar con guitarras es lo que más le gusta hacer.
“Aristides siempre nos dice: ‘Ustedes no tienen que preocuparse por cómo quedó el trabajo; si ustedes están a gusto el trabajo está bien hecho’”, cuenta Lépiz, quien no es el único que empezó barriendo, y cuyo segundo apellido es el mismo Guzmán que el del lutier de Tibás.
Del gusto al talento
El menor de una docena de hermanos, Aristides Guzmán ha invertido 70 años de su vida a la construcción de guitarras, en una suerte de empate a ganar entre la pasión y la necesidad. Le gusta la música desde que era un niño, pero también desde la infancia ha tenido que trabajar, razón por la que apenas completó el sexto grado.
Venía del campo –de Santa Marta, en Puriscal, para ser exactos– y migró a San José, a Santo Domingo y finalmente a Tibás. “De todos modos que la vida mía fue como rodar; hoy aquí, mañana allá”. Lo mismo con el oficio: pasó de la agricultura a la lavandería y a la jardinería, antes de trabajar en un taller de guitarras... barriendo.
“En un taller de guitarras siempre hay algo que barrer. Hacía unos mandadillos también y ahí me fui quedando, me fui quedando... y me quedé”, cuenta. Tenía 14 años.
En ese instante de la adolescencia se unieron tres elementos fundamentales: primero, tenía trabajo; segundo, sabía tocar guitarra –o, como dice él, hacía bulla con los amigos–; y tercero, se encendió su curiosidad por el trabajo de maderas a la luz de preguntas como “¿por qué suena la guitarra?”.
En el taller le permitían jugar con la madera así que empezó a construir su primera guitarra. Un día, unos muchachos del campo llegaron a la fábrica de don Emanuel Mora –su tío y patrón– y al ver las guitarras que había en el lugar pusieron la mirada fija en la primera creación de Guzmán. “Don Emanuel, si no me vende esa guitarra no me llevo ninguna”, espetó uno de los clientes.
—Yo la estaba terminando, pero dije ‘diay, llévesela’. Se la llevaron e hice otra, y ahí seguí, ¡y aquí estoy!, afirma –nuevamente– el carpintero de las seis cuerdas.
—¿Cuánto tiempo pasó antes de que pudiera abrir su empresa de guitarras?
—Es una historia muy larga, larguísima. No se la voy a contar porque es demasiado larga. A la fábrica de mi tío empezaron a llegar los del seguro y él odiaba eso entonces dijo que nos teníamos que ir y que nos iba a regalar un banquillo, que ahí está y fue con el que empecé a trabajar. Me fui a trabajar con mi hermano a Santa Rosa de Santo Domingo, pero al rato nos vinimos a Tibás, a Cinco Esquinas, conseguimos un localillo y ahí trabajé mucho tiempo.
Su hermano era Miguel Guzmán, quien también aprendió a hacer guitarras con su tío Emanuel, quien a su vez emprendió la confección de guitarras de manera empírica desde que vivía en Puriscal, antes de migrar a mediados de los años 30 a San José. Cuando se despidieron del taller de su tío, Miguel y Aristides inauguraron el local de Guitarras Guzmán Hermanos. Corría el año 1948.
Los hermanos Guzmán ganaron notoriedad por la calidad de sus guitarras durante los años venideros e hicieron sus vidas al son de la manufactura de ese y otros instrumentos musicales de cuerda, aunque con mayor predominancia de las guitarras. En 1970, los hermanos separaron sus caminos.
La versión de don Aristides versa así: “Estábamos acomodados, yo estaba ya casado, pero tenía ganas de hacer algo más. Le dije a mi hermano: ‘Miguel, me voy a ir’, cogí el banquillo y me fui, alquilé una pocilga y comencé a trabajar solo”.
Así nacieron tanto la empresa Guitarras Aristides Guzmán Mora como la confusión entre los consumidores, al haber dos fábricas de guitarras con el mismo apellido, especializadas en guitarras acústicas clásicas y localizadas las dos en Tibás. “Irme solo era una aventura. No tenía clientes, la clientela estaba allá, pero usted comienza a trabajar y cree que mañana no va a trabajar y en esas vive uno, ¿verdad?”.
Reservándose detalles de la historia de siete décadas que lo encontró trabajando para dos fábricas de guitarra antes de abrir la propia, el señor Guzmán prefiere decir que su oficio siempre ha sido “una cosa como informal” y que “la vida cuesta mucho pero no hay nada escrito”.
Sana resignación
Desde que aprendió a hacer guitarras, Aristides Guzmán no volvió a trabajar en ninguna otra industria. A pesar de los cambios relevantes por los que pasó durante estas décadas, la empresa sigue en pie, produciendo menos que la demanda existente. Eso es importante de destacar, especialmente porque cuando él empezó en este negocio no había tanta competencia extranjera como hoy.
Guitarras con el sello de don Aristides –con sus finos acabados, sus maderas importadas y sus maravillosas rosetas– las hay en países como Alemania, Estados Unidos, Inglaterra y Francia, y han sido usadas por músicos como Ray Tico, Lencho Salazar, Alexis Gamboa, Solón Sirias, Mario Ulloa y Edín Solís, entre muchos otros, según manifestó Olga Guzmán, la hija del lutier.
Algunas de sus guitarras toman hasta tres meses para confeccionarse y si bien las utilidades principales provienen de instrumentos comerciales, también reciben pedidos especiales y personalizados que pueden tomar más tiempo y que cuestan más dinero. Así las cosas, en su taller en Llorente, mientras haya luz del día habrá alguien trabajando maderas.
Después de tanto tiempo en este oficio, para don Aristides ya no hay espacio para aventuras, por lo menos no para aventuras como la que tomó hace casi 50 años al escoger caminar en solitario. Ahora, elige la palabra “conforme” para explicar el estado de las cosas en su vida.
“Yo ya estoy muy conforme porque he vivido de las guitarras”, cuenta, feliz. “Ya me conformé y vivo con lo que tengo y lo que hago. ¿Ya qué más quiero? Antes andaba vendiendo guitarras por todo lado, pero ya no. El que las quiere, las busca”.
Mientras el señor Guzmán reflexiona sobre el destino de su vida, rodeado de decenas de guitarras sin terminar, con rastros microscópicos de madera fluyendo en el aire, no es necesario que resuenen en el taller melodías nostálgicas para engrandecer el momento. Aquí la música nace, sin necesidad de siquiera sonar.
Guzmán admite que no es el mejor guitarrista que ha existido, pero tiene gratos recuerdos de tocar y cantar boleros y rancheras con sus amigos de juventud, antes de darse cuenta de que como músico no iba a poder sobrevivir en Costa Rica. Ahora, solo prueba las guitarras de vez en cuando, especialmente las que vienen saliendo de la fábrica, y cuando lo hace se expande cierta aura.
Luego de tocar una guitarra para que le tomaran una fotografía, recuerda ese momento crucial en el que puso a competir pasiones. “Siempre me gustó la música, pero llegó un momento en que era una de dos cosas: o o me dedicaba a tocar o me dedicaba a construirlas, y yo vi que me gustaba más la construcción entonces por ahí me incliné, ¡y aquí estoy!”.
Aquí está, ahora, 70 años después, tocando guitarras que llevan su nombre, con un diseño sonoro y estructural supervisado de cabo a rabo por él. Aquí está, aún pretendiendo que su legado es ordinario y no una expresión artística tan válida como tocar canciones en público.
Aquí está Aristides, el discípulo de su tío Emanuel y el hermano de Miguel. Aquí está y, de los tres, es el único que permanece en vida. Aquí está, y se ha jurado a sí mismo que seguirá alimentando la pasión que los unió a los tres hasta su último respiro.