Álvaro Fernández, el compadre: La historia detrás de la historia

Ese año, don Hugo ganó el Premio Joaquín García Monge de difusión cultural de los Premios Nacionales que otorga el Ministerio de Cultura –que en ese entonces también lo era de Juventud y Deportes– y su jerarca era la escritora Carmen Naranjo.

Un caricaturista de izquierda, de voz muy grave y pensamiento inclaudicable y una escritora cautivante, precursora del, vamos a llamarlo así, feminismo contemporáneo, y que siempre conmocionaron y emocionaron nuestra pequeña aldea cultural. Ambos fueron dos de la gran cantidad de referentes culturales de aquella generación de jóvenes inquietos como mosquitos, incisivos como purrujas y tan escandalosos como chicharras.

También fueron los primeros años del Suplemento Áncora y la famosa Página 15 de este periódico que durante esa década, la siguiente y la otra por venir, jugó un papel decisivo en el crecimiento cultural del país al abrir espacios importantes en sus páginas cotidianas a ese sector.

Su director era don Guido Fernández de quien un hijo suyo, Álvaro, iba a producir y protagonizar, en ese mismo año, uno de los hitos musicales más curiosos de nuestra música popular, incomprendido y no escuchado por la mayoría de los costarricense pero, desde todo punto de vista, trascendente en nuestra vasta, inmensa y desperdiciada producción musical original. Me refiero al disco Compadre.

El joven filósofo y compositor

Al terminar sus estudios de secundaria Álvaro ya era familiar en un segmento de la población juvenil josefina debido a sus presentaciones en eventos estudiantiles y a un programa en televisión en el que, junto a José Antonio Cordero, desmenuzaba las canciones del grupo The Beatles. Luego, junto a su gran amigo del alma Luis Muñoz (Pelín) y la estadounidense Pamela Johnson formaron el Trío de Rock Acústico y se convirtieron en habituales invitados a los festivales rock del momento.

Más tarde, en la universidad, formó el grupo Compadre y sumando esto a sus estudios de sociología y filosofía se moldeó una nueva apreciación de la vida hasta configurar un ideario que le condujo a trabajar, literalmente en el campo, muy cerca de los campesinos de zonas bananeras y otros rincones marginados del país. Investigación y acción social en los terrenos del sindicalismo rural especialmente con UPAGRA, quizás una de las organizaciones más beligerantes de aquella época.

Aquellos días del Compadre

“Fueron años muy políticos. Ustedes peleaban por todo. Qué necios” me decía la madre de uno de un amigo ya fallecido. Y tenía razón. Nos dieron la palabra y el derecho a reclamar y nunca los abandonamos.

El mundo era un caldo de cultivo en el que las mentes febriles construían un día nuevo cada nuevo día. La sensibilidad social y el espíritu artístico de Álvaro se confabularon y empezaron a crecer algunas canciones, hijas del torrente político en el que estaba enfrascado.

Poco después del disco Compadre, el joven Fernández, aún soltero, empezó a militar en el Frente Popular que había fundado don Rodolfo Cerdas Cruz, quien fuera una de las personalidades más brillantes y lúcidas en el mundo intelectual, político y cultural de nuestro país; el padre de “la izquierda con sello de ‘Hecho en Costa Rica’”.

Estos datos, el de pertenecer al Frente Popular y no a la Juventud Vanguardista Costarricense del Partido Comunista y el de ser hijo del director del periódico La Nación, le fueron cobrados en continuos abonos mensuales de indiferencia hacia su obra musical.

Tendría que llegar el entrañable Dionisio Cabal Antillón, legendario investigador de nuestra cultura popular, para aclarar las cosas con su imperecedera autocrítica al decir que “...nos regalaste la primera producción auténtica de Nueva Canción de un cantautor costarricense, en un extraordinario disco llamado Compadre. Por ahí fue cuando pusimos el ojo en tu trabajo y creo que en el Movimiento de la Nueva Canción hubo mezquindad en relación con lo que habías hecho. Pero no te importó porque estabas en lo tuyo”. Lo anterior, Dioniso lo expresó en público durante una de sus presentaciones y en frente de Álvaro, que estaba presente como espectador.

Efectivamente, el joven sociólogo y filósofo continuó en lo suyo, en la investigación y la acción social, ahora muy ligado a la Iglesia Episcopal Costarricense, que le brindó una plataforma de desarrollo personal y profesional de gran compromiso humano y de ineludible conciencia histórica.

Y esta es la principal razón por la que Álvaro Fernández, el Compadre, no pudo realizar una carrera artística sistemática, continua y de mayor proyección en la escena de la canción de autor costarricense. Nunca abandonó la guitarra ni el lápiz y, tras su jubilación, vuelve para presentar un manojo de nuevas canciones junto a refrescantes arreglos de sus míticas obras del disco Compadre.

Aquel disco y los de ahora

En el 76 ya éramos unos adultos que caminábamos como adolescentes. No podría haber sido de otra manera. El mundo de nuestro tiempo nos hacía ir, cada vez con más prisa, repletos de disgusto generacional, hacía terrenos complicados de la vida. Algunos continuamos muy molestos y cada vez más, por cierto.

Éramos lectores como nunca volveríamos a ser y escuchábamos todos los sonidos; los del disco, los del mundo y los de nuestro corazón. Nuestro apetito existencial no se detenía.

Cuando apareció el disco Compadre de inmediato sentimos un orgullo bárbaro porque teníamos una obra que se instalaba en la vitrina de las producciones más importantes del continente. Nuestras referencias revolucionarias musicales provenientes del movimiento hippie pronto mudaron hacia la canción protesta suramericana y, años más tarde, a la nueva trova cubana hasta que entendimos que la obra musical tenía que ser presentada en nuestros propios términos culturales de identidad.

Álvaro Fernández González, con una lucidez contundente, entregó el primer gran aporte. Hay dos discos, larga duración, en ese entorno que se enmarcan dentro del Movimiento de la Nueva Canción Costarricense; de Rubén Pagura Volvé Frijol (1975) y de Adrián Goizueta y el Grupo Experimental, el primero y con un título homónimo precisamente (1980). Curiosamente, los dos de nacionalidad argentina que se nacionalizaron y cuyos aportes son innegables, en el teatro y en la música respectivamente. Muy sabias y ciertas las palabras de Dionisio Cabal al destacar que Álvaro fue el primer cantautor costarricense en hacer una producción discográfica inscrita en ese movimiento latinoamericanista de conciencia cultural, social y política. Y es hora de reconocerlo.

El rock es el género musical determinante en el disco Compadre, muy cierto; sin embargo no es lo que lo define como un disco pionero en ese género. Fernández proviene del mundo rockero, otra santa verdad; sin embargo, su aporte se desmarcó de ese mundo para ingresar, con personalidad propia, al de la nueva canción latinoamericana.

Lo realmente curioso con el contenido de este disco es que no fue avalado, en su momento, ni de un lado ni del otro. Como tampoco lo fue el ser emulado o sencillamente aceptado como punto de partida, influencia o modelo a seguir. Demasiado rock para la nueva canción y demasiada izquierda para los rockeros nacionales que, en términos generales, han sido excesivamente neutrales en temas políticos y sociales, adoleciendo de una criticidad que en otros países ha sido su esencia.

Con la llegada de la tercera generación de rock nacional a finales de los años 80 y la década de los 90 hubo un giro en la composición y contenido en el género, lo cual permitió el reconocimiento del valor en el disco de Ferrnández por parte de algunos rockeros nacionales.

En Compadre fue la primera vez que se musicalizaron y se grabaron profesionalmente poemas de Joaquín Gutiérrez y Jorge Debravo, y la primera vez que un joven realizó un ejercicio literario que estuvo a la altura de semejantes escritores, guardando algunas distancias obvias de oficio, y que, además, en un tándem frente a frente con la producción latinoamericana, sobrevivió.

Ahora, Álvaro regresa al escenario y al ruedo fonográfico con nuevos arreglos de aquellas viejas canciones y otras nuevas junto a la precisa brillantez de dos arreglistas nacionales de gran renombre y trayectoria: Luis Monge, actual director de la Escuela de Música de la Universidad Nacional y fundador del grupo de jazz Swing en 4, y José Chepe González productor, arreglista y pianista de impresionante trayectoria y fundador del grupo Ángelus.

Una nueva etapa en la vida de Fernández que, me atrevo a imaginar, habría sido de la complacencia de la escritora Carmen Naranjo quien, quizás, estaría sentada junto a Joaquín Gutiérrez escuchando el refrescamiento de estas canciones, mientras Hugo Díaz inmortaliza el momento con una de sus hermosas caricaturas. Don Guido, por su lado, estaría leyendo el periódico de hoy satisfecho y con cierta ansiedad de ver a su hijo, de nuevo, en un escenario.

Presentación-concierto del disco en el Cenac

El viernes 31 de mayo, Álvaro Fernández presentará los nuevos temas y el renovado álbum en el Teatro de la Danza, en el Centro Nacional de la Cultura (Cenac, antigua Fanal), a las 7 p. m.

El concierto estará bajo la dirección del pianista Luis Monge y contará con la participación del grupo Compadre, formado por Oskar Molina (teclados), Lenín Izaguirrre (saxofón, clarinete), Fernando Víquez (bajo), Orlando Ramírez (batería), Juan Carlos Calderón (percusión), así como Fabrizio Walker y Maf É Tulà en las voces.

Habrá invitados especiales como Guadalupe Urbina, Tito Oses, Wilson Arroyo, Luis Diego Solórzano, Bernal Monestel, Carlos Meléndez, Alberto Chaves y Moisés Guido.

Las entradas cuestan ¢10.000 (¢8.000 antes del día del evento). Se pueden adquirir al WhatsApp y por SINPE Móvil al 6314-5658.