Ocho, quizá nueve, de cada 10 veces un argentino tomará la pelota y buscará gambetear a su rival, adornarse con el cañito, la rabona, el remate fino... Ocho, quizá nueve, de cada 10 veces Argentina lucirá como un equipo de talento increíble y conjunto pobre. Y no le falta más.
La albiceleste sigue avanzando por Brasil 2014, mejorando a medida que el adversario le pida mejorar. Con la fe puesta en que siempre, o casi siempre, Messi o Di María –o Messi y Di María como fue el caso ayer– le salvaran la vida.
Nadie puede reclamar. Falta fútbol, entendido en el amplio sentido de lo completo y el conjunto, mas sobra espectáculo en la magia de las zurdas de Leo y Ángel.
Así fue como Argentina gambeteó hasta encontrar la llave del cerrojo que fue la ordenada y trabajadora Suiza. El escoyo más difícil que ha encontrado el equipo de Alejandro Sabella: certero para cortar los circuitos albicelestes, dominador de la inicial y digno hasta el fin y más allá; no por nada hizo sufrir a los suramericanos hasta en el 120’+1, cuando una bola en el palo casi apaga la celebración.
La Nati aguantó casi dos horas, estuvo a dos minutos de dejar a Messi sin gloria, y encontró los caminos para que Xherdan Shaqiri, su propio crack , desnudara varias de las carencias de la zaga “che”.
El pecado suizo, si lo hubo, fue no tener complemento para Shaqiri como Argentina sí lo tuvo para Messi. El boleto a los cuartos de final probablemente hubiera sido helvético de haber tenido quien rematara el pase mortal que sirvió el joven talento del Bayern Múnich, al 27’; o el pase largo que el mismo “Messi de los Alpes” puso frente al área y que Drmic malogró, al 39’, intentando globear a un Sergio Romero varado a medio camino.
Depredador. Después de los sustos de la primera parte Sabella se rindió y cambió la estrategia. Argentina nunca iba a jugar al conjunto. Javier Mascherano y Fernando Gago acaso pueden hacer algo más que cortar, jamas conectar. Así que la albiceleste dejó de intentar tocar y se dedicó a recuperar, con ansia, el balón para dárselo a algún talentoso que resolviera el duelo.
Lejano al entramado táctico, como lejano a todo se ve siempre Messi, el 10 argentino se escondió entre la selva de piernas que era la media. Aguardaba, tal depredador, para cazar una pelota con la que pudiera visar el pasaje a cuartos.
Suiza aguantaría y Argentina gambetearía hasta el final. O hasta que llegara una que el meta Diego Benaglio no pudiera detener, cualquier cosa que pasara primero.
Así pudieron haber seguido hasta los penales, de no ser por una que recuperó Rodrigo Palacio para dársela a Messi y decírle “tomá, ahí está la pelota que querías”.
Ocho, quizá nueve, de cada 10 veces Messi va a tomar uno de esos balones y no va a parar hasta que caiga en la red. Así la condujo, desparramó rivales, encontró a Di María y el Ángel la mandó a guardar.
El susto del palo que Blerim Dzemaili pegó en el ultimísimo instante del partido quedó para la anécdota. La albiceleste se volvió a salvar.
En fin, si hay que atenerse, peores santos habrá que este Lio y este Ángel. Argentina lo prédica.