Barra da Tijuca
Si estos días ha hecho frío en Río de Janeiro, por las noches se siente un hielo que cala en los huesos; pero la energía que emana el Estadio Acuático, en el Parque Olímpico es única, al punto de que ahí no hay quien no entre en calor.
El fenómeno de Michael Phelps va más allá de la cantidad de oros que colecciona el nadador más grande de la historia.
Verlo en acción es uno de los grandes atractivos de los Juegos Olímpicos; no importa qué tan cara esté la entrada, o las horas que haya que hacer fila para ingresar a ese coliseo.
Mientras que el público aplaude por otras semifinales y finales, el Tiburón de Baltimore que tiene 31 años está en la piscina de calentamiento.
Le gusta concentrarse, no hablar con nadie y sentirse relajado.
Cuando llega su turno, aparece envuelto en un paño y con unos audífonos enormes.
Últimamente escucha música country, unas tres melodías que lo tienen inspirado y que le ayudan a no bajarse del cajón más alto del podio.
Lo proyectan en la pantalla y ese estadio enloquece.
Cuando se anuncia que el evento que sigue son los 200 metros estilos, esa piscina agarra un matiz muy diferente. Ahí se respira natación y solamente se habla de él; porque en realidad es al que todos quieren ver.
En esa gran final venía un pulso apetecido con su compañero y rival Ryan Lochte y con el brasileño Thiago Pereira.
Había silencio total, tensión en las gradas y en la alberca. Los jueces están listos y los nadadores también.
En las gradas, los brasileños tenían el corazón partido, porque apoyan con todas sus fuerzas a Thiago, pero no pueden dejar de vitorear al ídolo, al gran Michael Phelps.
Venía la final y desde el momento en el que comienza la prueba, ese silencio se convierte en un bullicio total, una algarabía y un derroche de adrenalina.
Sin complicaciones, con estirpe de campeón y haciendo que todo se viera muy fácil, Phelps logró un oro más, el 22 para él en Juegos Olímpicos y con algo especial.
Registró 1:54.66 y ese tiempo es un gran aliciente para él, porque no lograba una marca tan buena desde Pekín 2008, cuando se colgó los ocho oros.
Fue una carrera perfecta para Phelps: en los 50 metros mariposa iba con velocidad, pero le permitió a Pereira que se exhibiera ante su gente.
Por eso, el carioca cerró primero con 24.74; Phelps era segundo con 24.91 y Lochte estaba de tercero con 25.03.
Tras ese gesto del estadounidense, ya en espalda, el monstruo de la natación aceleró para tomar la punta de la competencia, que conservó también en el estilo pecho y ya en los últimos 50 metros estilo libre terminó de transformarse en una máquina de velocidad para ganar con mucha autoridad, sacándole un cuerpo de ventaja al segundo lugar.
Pero el propio Michael es víctima de su propio fenómeno Phelps y no tuvo chance de disfrutarlo, porque tras la premiación, de inmediato se tuvo que ir a preparar de nuevo, porque enseguida tenía que nadar la semifinal de los 100 metros mariposa, donde clasificó de segundo y lo más probable es que de nuevo, se bañe en oro.
En estas justas, la máxima leyenda de la natación ya tiene cuatro preseas doradas, tras imponerse en 200 metros mariposa, relevo 4x100 y 4x200 más los 200 metros combinados.
Los aficionados le responden a Phelps y él les restribuye el apoyo con oro.
Su leyenda se sigue ampliando y provoca que a nivel mundial, millones de personas busquen un televisor para verlo competir.
La natación termina pasada la medianoche y quienes estuvieron ahí, salen el reducto con la gran satisfacción de que tuvieron la oportunidad y el gran privilegio de ver competir al nadador más grande la historia, ese hombre que disfruta sus últimos Juegos Olímpicos y que sigue dando espectáculo, porque es un fuera de serie.