Hubo uno mejor que Keylor, mucho mejor, tanto que el propio Navas lo adoptó como modelo cuando era un niño.
Vino al mundo con los años contados y quizá por eso se bebió de golpe todas las estrellas la fatídica noche en que se citó con el destino para saldar cuentas.
Dejó un video y cinco cartas para explicar lo inexplicable, para que quienes realmente lo amaban entendieran lo ininteligible, para que no lo juzgaran si es que alguien se atrevía.
Lo encontraron la mañana del 1.° de noviembre del 2002 en una cabaña fría, en San Rafael de Heredia, sin vida, empujado por unas malditas circunstancias.
Admiré al escritor Ernest Hemingway y entendí que para quienes disponen de su vida la muerte tiene un efecto liberador, aunque el precio fuera caro: perder a Léster Morgan muy rápido, a los 26 años, con todos los sueños sin estrenar, y sin darle la oportunidad de superar esa mala hora y seguir adelante.
Lo sufrí de dos maneras, como aficionado y como admirador. Como hincha porque en su último partido le paró un penal a Danny Fonseca y Herediano se impuso 2-3 a Cartaginés en el Fello Meza. Y como admirador, porque fui a su vela y no pude reprimir las lágrimas.
El santacruceño era un compendio de grandes arqueros. Cuando uno ha visto a todos los que se pararon bajo el arco, del 69’ para acá, piensa que el entonces guardameta florense resumía las virtudes de la mayoría.
Por ejemplo, los brazos largos y el vuelo en cámara lenta de Rodolfo Umaña, la técnica del puesto única en Emilio Sagot, el arrojo de Marco Antonio Rojas, la seguridad de Alejandro González o el estado de gracia de Gabelo Conejo en Italia 90’.
Dicen sus compañeros que fuera de la cancha era humilde como todos en su natal Villarreal de Santa Cruz, enamoradizo y buen conversador, solidario en la desventura ajena e introspectivo hasta frisar el autismo cuando una pena lo envolvía.
Qué lata no haberle tendido una mano antes de que alquilara esa cabaña aquella tarde del 31 de octubre del 2002, para liberarlo de esa noche de brujas que se le vino encima y terminó arrebatándonoslo hace casi 14 años.
Cuando Keylor comenzó a deslumbrar en el Levante, antes de dar el salto al Real Madrid y con la hoja de hazañas españolas casi en blanco, le preguntaron por su ídolo.
Textualmente dijo: “De pequeño, en Costa Rica, me fijaba en un portero que se llamaba Léster Morgan, que ya murió, pero era el que me gustaba”.
Esta semana que Danny Carvajal y Alejandro Gómez han estado en el tapete por sus yerros, y Anthony Vargas por su salud y futuro incierto, no he dejado de pensar en Léster Morgan.
Me consuela saber que Dios lo tiene cerca, como un arquerazo de ángeles.