¿Por qué será que los clubes de fútbol insisten en buscar en el exterior a los jugadores necesarios para reforzar sus planteles, gestiones que suelen derivar en duras realidades, y extraen poco o ningún provecho de la experiencia? Esta dice y demuestra que de los cientos de futbolistas foráneos que han taconeado en nuestras canchas, quizás solo unos 40 —o a lo sumo 50— han dejado su impronta en la Primera División.
El fenómeno se repite entre la finalización del certamen y el inicio del siguiente, o bien en trances de espanto como el que atraviesa Alajuelense. Para la mayoría de los dirigentes de los principales equipos, la palabra “apuntalar” tiene que ver, invariablemente, con mirar allende nuestras fronteras. “Traeremos extranjeros de calidad”, anuncian. Luego, los presentan con bombos y platillos. Y después, ¡líbranos, Señor!
Lo anterior a pesar de que en nuestro medio contamos con forjadores capacitados para surtir con promesas propias las nóminas de los equipos, unos con más recursos que otros, pero todos con vocación de maestros, como Horacio Esquivel, por ejemplo. El estratega limonense no solamente labora con lo que tiene a mano, sino que busca y rebusca en calles y callecillas, en potreros y arenas de la provincia olvidada, los diamantes en bruto que moldea con buen cálculo y, he aquí lo importante, con sentido de la oportunidad.
O sea, Esquivel no apresura ni retarda la puesta en escena de sus nuevos pinos. Casi todos debutan en el momento justo. El problema viene cuando, rápidamente, los equipos del Valle Central los marean, los contratan, los sientan y se malogran, como aquellas tortuguitas que rompen el cascarón y antes de que consigan hacerse a la mar, caen víctimas de los depredadores.
Psicólogo de profesión y con su verbo retador, Horacio Esquivel es un extraño de pelo largo que suele romper los moldes, con declaraciones directas, a veces en demasía, pero siempre frontales y auténticas.
Es probable que, dados sus indiscutibles méritos, algunos de los equipos con poderío económico anden tras él. Y aunque, por supuesto, le asiste el pleno derecho de buscar mejores horizontes, ojalá continúe su misión deportiva bajo el sol del Caribe, junto a los de piel de ébano, que tanto lo necesitan.