¿Por qué Costa Rica no tiene un museo del deporte? Tal falta de iniciativa es realmente desalentadora. Nuestro país ha producido suficientes luminarias como para que esta decisión se justifique plenamente. Las hermanas Poll, María del Milagro París, Tuzo Portugués, Hanna Gabriel, Keylor Navas, Fello Meza, Alejandro Morera, la selección de los “chaparritos de oro”, las selecciones nacionales que participaron en los mundiales Italia 1990 y Brasil 2014, las selecciones femeninas que lograron medallas de bronce en los juegos panamericanos de Winnipeg y Lima, Andrey Amador, Nery Brenes, Carlos Andrés Pérez, Marco Rojas, Paulo César Wanchope, Rolando Fonseca…
A diferencia de otras actividades humanas, el deporte tiende a ser amnésico, desmemoriado, y proclive a cometer la injusticia de confinar al olvido a sus más señeras figuras. Es comprensible: el deporte vive primordialmente en la media: ese es su hábitat natural, y a la media solo le importa lo que sucedió ayer, o está por suceder mañana: no tiene una visión historicista y comprehensiva del deporte. El pasado no vende: es por ello que periódicos y noticieros suelen únicamente ocuparse del “sabor del mes”. Es un asunto de rentabilidad, de audiometría, de lecturabilidad.
Un museo fundaría las bases de una arqueología de nuestro deporte: podríamos remontarnos a tiempos precolombinos. Sería un proyecto en grande, creado mediante un esfuerzo multidisciplinario por profesionales reconocidos. Brasil es un modelo en la creación de museos consagrados a clubes de fútbol legendarios: en ellos podemos aprender todo cuanto es relevante de sus grandes figuras y sus logros históricos. El fútbol costarricense carece de historia, y esto es triste y deplorable. El pasado es revisitable, reformulable, reinterpretable, es susceptible de revisión, es elástico y maleable, no un hermético mausoleo de piedra. Es un ente vivo y palpitante. Error inmenso sería enterrarlo.