
Alejandro Urbina Gutiérrez trajo a colación un problema suscitado durante siglos: el rendimiento justo por el ahorro («Odiosa desigualdad financiera», 12/8/2021)
Ya en la Edad Media algunos se quejaban de los altos intereses que cobraban los prestamistas y las bajísimas tasas que reconocían al ahorro.
Entonces, demandantes y oferentes de dinero, en algún momento, acordaron no acudir al intermediario y, en su lugar, encontrarse en algún punto durante las ferias agrícolas, y, ahí, intercambiar directamente dinero y valores. Todos salían ganando.
Por los obvios riesgos, la práctica tiempo después se trasladó a un galerón, en Amberes, Bélgica, lo que con el tiempo dio origen a las bolsas de valores.
Pero las bolsas mismas comenzaron a crecer y sofisticarse, y fue necesario transar en ellas volúmenes mayores para justificar los costos operativos y regulatorios.
Las bolsas de valores siguen siendo recintos donde oferentes y demandantes se encuentran para intercambiar dinero y valores para conseguir mejores rendimientos. Sin embargo, nuevamente, se presentó el problema que preocupa a don Alejandro: el rendimiento de los pequeños ahorrantes.
En 1774, en la Bolsa de Valores de Ámsterdam, un mercader holandés tuvo la idea de desatar ese nudo gordiano. Sin pretender cambiar la dinámica, los costos operativos y los altos montos transados para recibir un rendimiento decente haciendo pequeñas inversiones, concibió la idea de un vehículo de captación que admitía cantidades reducidas, las que se unían o agregaban para conformar una cifra de más grandes dimensiones.
Cuando el monto acumulado de muchos ahorrantes tuviera tamaños apreciables, se presentaban a «golpear la mesa», es decir, a negociar en la bolsa, como grandes, y obtenían para toda la colectividad mejores rendimientos.
Así, se creó la figura de los fondos de inversión, los cuales siguen operando bajo ese objetivo: unir recursos de centenares o miles de ahorrantes, conformar un monto mayor y, con el apoyo y asesoría de un administrador experto y dedicado en exclusiva, lograr para todos mejores rendimientos.
Por supuesto que la figura se ha ido especializando y existe gran diversidad de tipos y objetivos de inversión; no obstante, el principio de admitir pequeñas cantidades de dinero es parte de su naturaleza fundamental.
En nuestro país, en algunos fondos, es posible participar con sumas tan reducidas como $20 o ¢5.000. Un ahorrante que se incorpore a un fondo hoy a las 9 a. m. con esos ¢5.000 y otro que a la misma hora lo haga con ¢5.000 millones, si al término de un mes el rendimiento fue un 6 %, pues un 6 % será el rendimiento de todos, tanto del que puso poco como del que puso mucho.
En efecto, discriminar por rendimiento entre inversionistas está prohibido en la ley que regula los fondos de inversión. Este principio y figura son lo mismo sobre lo cual se crearon y se manejan los fondos de pensiones del ROP.
Como en muchas facetas de la experiencia humana, existen fondos de inversión de oferta pública, inscritos, regulados, supervisados por entes estatales y sujetos a auditorías internas y externas, todo para asegurar transparencia en los registros y la administración.
Como la figura parte de un principio simple, también hay fondos de inversión no regulados, que operan privadamente, sin filtros de transparencia.
Naturalmente, don Alejandro Urbina coincidirá en que da más tranquilidad ahorrar a través de figuras y fondos de inversión regulados y supervisados.
No significa eliminar el riesgo, intrínseco en toda decisión humana, pero implica hacerlo con transparencia informativa. En el mercado de valores regulado del país existen 91 fondos de inversión de diferentes tipos entre los cuales toda persona tiene para explorar y elegir.
El autor es economista.