Pensativo, dado que estoy cerca de graduarme, me surgió la duda, no superficial, tampoco —por ahora— filosófica: ¿Qué es lo que exclusivamente ofrece la universidad, aquello que ninguno de sus costos de oportunidad podría proporcionar?
Si fuera totalmente pragmático, la respuesta sería muy sencilla: así es el mundo, hay un sistema de títulos universitarios que cada vez exige más, tanto para buscar trabajo como para que la sociedad corrobore mi capacidad y, por tanto, no queda de otra. Sin embargo, profundicemos.
Hace unos días, leí un artículo del liberal, en mi opinión, grandioso y subvalorado, Hayek, ¿me entró este pensamiento por haberlo leído? Posiblemente.
Me topé con su visión del conocimiento tácito, el no-científico, “el conocimiento de las circunstancias situacionales y temporales específicas”. En palabras sencillas, el que no se consigue en los libros. Si desean detallar, lean El uso del conocimiento en la sociedad.
Derivado de esto, pensé: ¿Por qué no existe un régimen de educación diferente? Uno más eficiente; y, después de masticarlo, resolví cómo podría ser.
Uno de pruebas solamente. Se entrega el material del curso, ahora hasta hay videos con explicaciones visualmente amenas y detalladas, y se nos cita para presentarlas.
La evaluación sería, en principio, considerablemente más objetiva porque ya no tendría dependencia del docente de turno.
Nos ahorraríamos bastante y valioso tiempo en lo que implica asistir a clases. Esta gratuita ganancia se puede utilizar —Descartes utilizaría el verbo maximizar— a discreción para trabajar, descansar, aprender sobre otros intereses, ejercitarse, relacionarse, etc.
Se asimilaría el muy cotizado conocimiento técnico, igual que en el sistema actual, pero de maneras considerablemente más eficientes.
Se crearía un mercado de tutorías, centros de estudio, videos —para aquellos distantes de los libros—, mucho más desarrollado que el de hoy; los productos constantemente mejorarían y los precios se abaratarían. He aquí parte del secreto.
Argumentaré, primero, con la premisa contraria, lo que popularmente creo que serían respuestas posibles y superficiales; después, por qué no se sostienen. Expondré cinco, las demás divergen de estas.
Mi réplica siempre es la misma ante todo cuestionamiento: el régimen supraindicado, el alternativo, lo ofrece también y, en algunos casos, hasta “mejor”.
Le pido al escéptico lector que en aquellos en donde no encuentre convicción, se detenga a considerar si únicamente el actual podría ofrecerlo; y, a su vez, si es objetivamente superior.
Recordemos también las sabias palabras del maestro Schopenhauer: “Es cien veces más valioso obtener conocimiento habiéndolo pensado por uno mismo que habiéndolo leído”.
Argumento primero: voy a la universidad por las necesarias relaciones, por lo que implica en términos de experiencia y socialización, pero ¿no sería esto equivalente a pensar que todo contrafactual es inferior? ¿Son nuestros amigos los mejores o son los mejores porque son nuestros amigos?
Argumentos segundo, tercero y cuarto: voy a la universidad por complacencia, ya sea interna, de la sociedad o de mis allegados o porque maximizo las probabilidades de éxito futuro o porque necesito una guía.
La alternativa no modificaría estos componentes del sistema presente; no es cancelar los resultados positivos de la academia contemporánea, sino enfocarlos únicamente en lo que —a primera vista— pareciera su esencia, para optimizarlos.
Por último, y por mucho el más popular, voy a la universidad para aprender, pero ¿específicamente qué? Si se delibera profundamente, todo conocimiento, con excepción de uno, se consigue de los libros y sus derivados.
Se deduce, por tanto, la conclusión principal: sí, voy a la universidad a esto último, pero no cualquier contenido, sino aquel que solo los profesores me pueden ofrecer. El conocimiento tácito.
Este es implícito, exclusivo de cada ser humano y no se puede transmitir vía manuales; es lo que inconscientemente más se valora de ir a la academia, aquello que hace al sistema actual diferente y único.
Cualquiera, como el insinuado, que elimine a los docentes sería irremediablemente destituido, porque no ofrece este elemento sobreentendido pero esencial para los humanos.
Para muestra, ¿por qué el régimen universitario ha sido el mismo a lo largo de la historia? Ha sufrido modificaciones, por supuesto; sin embargo, los estudiantes siempre han tenido que asistir a clases y recibirlas de un docente particular.
En resumen, la columna vertebral del concepto universitario vigente es el conocimiento tácito del educador. Curiosamente, la dificultad de la pregunta inicial se convirtió en un problema más profundo. ¿Qué explica que el sistema universitario sea así? Aquello que lo diferencia de otra alternativa.
En fin, voy a la universidad, aunque a veces inconscientemente, por los inimitables profesores. Esta es mi conclusión, ahora sí, filosófica.
Quedan a discreción del hábil lector los otros posibles desenlaces, pero para mí está claro: un buen sistema educativo necesita, irremediablemente y por deducción lógica, “buenos” profesores.
El autor es estudiante de Economía.