:quality(70)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/gruponacion/2VKWZOLMOZC5HGTXZO3AH6FJN4.jpg)
La época navideña evoca la temporada de la recolección de café. Foto de Jorge Castillo, con fines ilustrativos.
La suerte me sonrió con una familia materna de linaje naranjeño. Entre los cafetales, se dibujaba como en una pintura de paisajismo tradicionalista una casa de ensueño, de madera, bordeada por corredores cuyo silencio era vagamente irrumpido por el rechinar de las mecedoras en las horas lánguidas de las tardes.
Mi abuelo, ya muy entrado en años, solía sentarse en el corredor, al vaivén de la mecedora, con su elegante sombrero de fieltro de piel reposando en sus piernas, con pantalones caqui doblados al filo de sus anchos botines de trabajo. Nautilio, se llamaba.
Salía al despuntar el alba con el portaviandas envuelto en un trapo, montando un caballo bien amansado, que trazaba de memoria el recorrido, ida y vuelta. Entre gallinas y algún ternero de ocasión, nos quedábamos los nietos oliendo a fogón, a la espera de una tortilla recién molida y una taza de café.
Con café y un tamal en época navideña. Con café, una manita de pan o un bollo dulce. El café, en taza, en jarra, en termo de múltiples diseños, lo llevamos al trabajo, al colegio, adonde sea. Los estantes de los supermercados se plagan de bolsas coloridas de diferentes tuestes y marcas de antaño, con innovaciones artesanales e impresas la trazabilidad y exigencias comerciales.
En el cafetal, cada grano de café es de oro. Ignorante de este quehacer que se volvió el de una ya de adulta mayor, topé con la suerte, por segunda vez, de ser acogida en la plataforma de formación del Instituto Costarricense del Café (Icafé) en un curso integral de caficultura para jóvenes —entendido como nuevos— caficultores. Durante un año, caficultores grandes, medianos y pequeños recibimos asesoría técnica sobre un abanico de temas agronómicos, químicos, comerciales y legales, entre otros.
Con un conocimiento técnico más apropiado sobre el manejo y gestión del quehacer de una finquita cafetalera, llegó el momento de la verdad en el terreno. De la mano de la asistencia técnica del agrónomo Francisco Valverde, se recuperó y renovó el terreno con las diferentes variedades resistentes o tolerantes a la roya, sembradas respetando las nuevas técnicas, medidas y uso de fertilizantes.
Aunque pequeña cafetalera, tuve la preciada oportunidad de participar en novedosos y limpios programas agroforestales, en un proyecto de vanguardia de siembra de árboles en cafetales, y ayudar a una a tener mayor diversidad de animales, así como diferentes fuentes de nutrientes para los suelos, que ayudan a remover el dióxido de carbono del aire y otros gases.
Siempre de la mano de los que saben. Este gesto de humildad me permitió crecer en técnica y conocimiento. Existen otras plataformas no menos interesantes, pero tal vez un poco menos visibles. Una organización feminista, por ejemplo, ofrece a pequeñas productoras cursos de formación y capacitación en materias relevantes, a saber, finanzas del hogar y de la finca, salud de los suelos, fertilización, poda y deshija, nuevas variedades, exportación, etc. Lo más valioso de estas experiencias sigue siendo el contacto con las mujeres trabajadoras del café.
Más que entusiasmo por la actividad cafetalera, se necesita convicción. La irreverente alza en los precios y la tardanza en la importación de los fertilizantes conducen a más de uno a claudicar sin pretender lucrar a gran escala. El hombre y el agro parecen estar lejos de ser el binomio perfecto en estos días.
Sin embargo, el cafetal todo lo alivia: los frutos color uva en época de recolección, las flores de mayo con aroma a dulzura, las manos laboriosas enmieladas, el sudor en los atuendos coloridos de cuerpos recubiertos a la intemperie, nuestra esperanza y convicción de dar trabajo digno.
La autora es literata francesa.