Un video en el que el presidente de la República, Luis Guillermo Solís, aparece como pianista, invitando a la actriz Emma Stone a visitar Costa Rica, provocó el disgusto y la reacción de otro pianista, Jacques Sagot, quien publicó en las páginas de Opinión de La Nación un artículo también dirigido a la señorita Stone.
Tanto el video como el artículo han provocado numerosas reacciones, unas en contra y otras a favor de lo que dice cada uno de ellos.
Quienes defienden el video del presidente, lo hacen sobre la base de su pretendido propósito: atraer turismo extranjero hacia Costa Rica, aunque para ello haya tenido que aparecer como quien no es –un pianista– y presentado al país como un paraíso perfecto.
Quienes respaldan al pianista verdadero, lo hacen sobre la base de destacar que este mostró la purulencia que sufrimos y que el pianista presidencial ocultó, aunque para ello haya tenido que presentar al país como una cloaca inhabitable.
Disyuntiva. El problema parece estar en los extremos: en el video presidencial no queda claro si es para promover al país o al presidente; en el artículo del auténtico pianista, no queda claro si su intención es presentar una visión más objetiva de la realidad nacional o dar rienda suelta a sus personales fobias.
Lo malo es que en uno y otro mensaje –video de uno y artículo del otro– hay algo de verdad en el elogio o en la crítica y mucho de exceso y ocultación de la otra parte de la realidad.
Costa Rica no es tan perfecta como la presenta el presidente, ni tan abyecta como la presenta Sagot. El narcisismo y el maniqueísmo de cada uno les jugó una mala pasada; los llevó a los extremos y deslegitimó sus mensajes a la señorita Stone, quien, por lo demás, a lo mejor ni se ha enterado –macondiano el asunto–.
La verdad es que, al igual que casi todos los demás países del mundo, Costa Rica es una mezcla contradictoria, dialéctica y combinada de realidades dolorosas y logros venturosos.
Razón en ambos. Casi la mayor parte de las bellezas y logros que describe el presidente son ciertos; casi la mayor parte de las desagradables realidades y rezagos que describe Sagot son ciertos, pero no están separados.
Unos y otros coexisten y, en medio de esas contradicciones desiguales y combinadas –como diría Gramsci–, vivimos los costarricenses. Esa es la realidad completa.
Pensar que solo “yo” tengo la razón y que, en consecuencia, “yo” pienso que Costa Rica es perfecta no conduce a nada, paraliza y banaliza el reto que tenemos. O que “yo” pienso que Costa Rica es una cloaca y nada hay ya que hacer para mejorar, tampoco conduce a nada porque destruye todo sin construir nada nuevo.
Quizá dos ciudadanos inteligentes y cultos como Solís y Sagot podrían hacer algo más enriquecedor que mirarse en el espejo. Todos nosotros, que en este caso somos simplemente “los demás”, debemos hacer lo propio más allá de tomar partido en uno u otro bando de esas dos realidades incompletas.
El autor es abogado.