Hace algunas décadas, una profesora declaró que, al cursar Humanidades, aquellos que íbamos para las ingenierías teníamos la gran oportunidad de evitar “convertirnos en robots”.
Con elocuencia adolescente, me atreví a señalar que esas eran separaciones artificiales, que, por ejemplo, la fascinación humana por las estrellas unía la poesía con la astronomía y que la creatividad era el mismo camino que tomaban la matemática y la música para alcanzar la belleza. La mirada punzante de mi profesora y su mueca de desaprobación fueron la señal de que aquella clase no terminaría bien para mí.
En nuestros días, el creciente impulso que reciben las carreras STEM reflotó la idea de que las humanidades (carreras de letras, filosofía, artes y danza) han perdido relevancia. Empero, es un error, pues las humanidades son esenciales tanto en el desarrollo de la creatividad (aspecto central de los graduados en STEM) como en el hecho de que los grandes retos de las STEM (cambio climático, epidemias, pobreza, etc.) son realidades humanas.
Hace 90 años, Lev Vygotski —el Mozart de la psicología— planteó que, alrededor de los dos años de edad, el pensamiento y el lenguaje llegan a un cruce de caminos, a partir del cual comenzamos a pensar con palabras. Es un lugar común que alguien diga que “una imagen dice más que mil palabras”, pero para que sea cierto, ¡debe conocer las mil palabras!
Así, el lenguaje es la herramienta que organiza el pensamiento y la horrible consecuencia de un léxico pobre es una gran dificultad para pensar. Para entender qué tan central es el lenguaje, si revisamos el modelo de las ocho prácticas de la STEM, encontramos que todas ellas (desde definir problemas y trabajar con modelos, hasta argumentar con evidencia y comunicar información) están atravesadas por la capacidad de elaboración lingüística de profesores y estudiantes.
Digamos que el pensamiento y el lenguaje no toman partido, no “eligen” entre las STEM y Humanidades. Así, los estudiantes que leen mucho, reflexionan críticamente y participan en debates están mejor armados para las STEM.
¿Y qué decir de la filosofía? Con ella trabajamos el pensamiento crítico (competencia base de las STEM), la indagación y la reflexión. Además, ¿cuántos proyectos ingenieriles hemos perdido porque quien los defendía no tenía idea de la retórica de Aristóteles (empezar por la credibilidad, apoyar con datos y evidencias y conectar con los motivos de la contraparte)?
Mención aparte merece la lúdica: esa búsqueda de la expresión y las emociones de placer y sorpresa que nos arrastra al juego, al vértigo y al drama, resulta ser un componente indispensable para que los equipos de las STEM alcancen el nivel más alto de colaboración.
La psicología cognitiva ha demostrado el papel de las artes en el mejoramiento de capacidades. como generar información, dar sentido y detonar la curiosidad. En su área, los neurocientíficos cognitivos han documentado el impacto del entrenamiento artístico en el refuerzo de las funciones cognitivas de orden superior relacionadas con la formación de estudiantes estratégicos, con capacidad de contribuir a la innovación en las STEM.
Un tema central en las STEM es la visión de sistemas: una perspectiva conectada y en interacción de las cosas. Pues bien, el primer enemigo de la visión sistémica es el “pensamiento dicotómico” o la intención de verlo todo en función de extremos, de separar las cosas y decir que “es esto o aquello”.
Luego, al decir “vivan las STEM y abajo las humanidades!”, estamos justamente cayendo en el mayor error de quien se diga pensador sistémico. Lo cierto es que las STEM alcanzan su punto más alto al recordarnos que nada de lo humano nos es ajeno, cuando, por ejemplo, ingenieras que trabajan en una compañía de danza crean el programa Flock Logic para emular el movimiento de las bandadas en colectivos humanos y grupos de robots.
Hace poco un colega me dijo: “Queremos manejar una visión sistémica en nuestras carreras, ¡por eso somos multidisciplinarios!”. Sin embargo, lo multidisciplinario es enemigo de las STEM, pues las disciplinas no se tocan. Como en el colegio, donde castellano, biología, inglés y matemática se apretujan en el horario, y cada profesor se ocupa de su materia, sin preocuparse por dónde van los demás.
Entonces, cuando queremos abrazar la visión sistémica de las STEM, lo que necesitamos es una visión interdisciplinaria, base del aprendizaje basado en problemas.
Hace más de 500 años vivió Leonardo da Vinci. El polímata más famoso de la historia jamás separó las humanidades de lo que luego serían las STEM.
Acaso pensemos que, para afrontar los retos del presente, necesitamos un millar de Da Vinci. Es difícil y, en todo caso, no hace falta. En el mundo de las STEM, el trabajo es desarrollado por equipos. Y aquí está el truco: no necesitamos la genialidad de un Da Vinci, sino que los talentos combinados de los miembros de los equipos logren ese resultado.
El polímata de nuestros días ya no es el individuo especialísimo del Renacimiento, sino el bien conjuntado equipo de profesionales en STEM, capaces de desplegar sus capacidades de curiosidad, creatividad, experiencia, innovación y colaboración. Para lograrlo, es esencial que las STEM y las humanidades se den la mano.
El autor es educador.